¿Dónde empieza el sueño y dónde empieza la realidad? Quizá para nadie como para un artista sea más difícil contestar a esa pregunta. La vida de Almodóvar ha sido tan almodovariana como sus películas o al revés, según se prefiera. No deja de ser curioso que pocas semanas después de que dos directores como Robert Zemeckis y Clint Eastwood nos entregaran sendas obras como Bienvenidos a Marwen y Mula, con claras resonancias no solo autobiográficas, sino que casi se podría decir autocatárticas, un maestro europeo como Pedro Almodóvar haya decidido realizar el que según él mismo es su filme más personal. En Dolor y gloria hay mucho dolor pero también bastante gloria aunque en un director que siempre ha jugado al equilibro entre eros y tánatos, aquí parece que gana la partida tánatos, ese instinto de muerte que según Freud nos distingue tanto como nuestra capacidad de supervivencia. Dolor y gloria es una película tristísima, aunque lo parezca a medias.

Como gran creador, Almodóvar ha dirigido buenas películas, algunas buenísimas, y también ha imaginado un universo propio absolutamente reconocible. Entre el pop de Warhol y el casticismo más absoluto, el cine del manchego ha sido siempre tan español como una visión deformada de España, el reflejo más palpitante y certero de un país que en pocos años, los mismos que él protagonizó, pasó de ser atrasado y paleto a codearse con la modernidad mundial. Entre la gala de lujo en un museo de arte moderno en Nueva York y el burro y la cabra de su pueblo, Almodóvar ha explicado como nadie el salto brutal de nuestro país en los últimos cuarenta años.

Un salto al vacío en el que después de la gloria llega el dolor ya que el cuento, al final, no ha sido tan bonito como quizá esperaban en los 80. En Dolor y gloria vemos a un creador (interpretado por Antonio Banderas, sublime haciendo de Almodóvar sin disimulos) víctima de los achaques y de terribles dolores musculares pero también la melancolía de un país entero que del burro al MacBook perdió algo de su esencia por el camino para acabar, como el propio Almodóvar-Banderas en el filme, dolorido y desconcertado. Los colores chillones de los 80 hoy lucen un poco más deslucidos y menos brillantes, como si el tiempo pero sobre todo la melancolía y los errores no anticipados los hubiera ido desgastando con el paso de los años.

Si Warhol y los estereotipos de la cultura española son dos referentes que marcan a Almodóvar, el tercero es el neorrealismo italiano. En este caso, la fusión entre verdad histórica y verdad cinematográfica resulta más difícil de distinguir que nunca. Penélope Cruz representa, más que a la madre de Almodóvar, a la propia maternidad o más bien a una "maternidad española" totalmente italianizada, con esos largos flashbacks en los que vemos la rusticidad que marcó la infancia del futuro director aclamado universalmente. En esas secuencias, quizá las mejores del filme, Almodóvar viaja hasta su infancia para descubrirnos el inicio de su homosexualidad y honra, una vez más, las canciones populares de las mujeres y sus conversaciones a la fresca, material de inspiración para el director. La madre de Almodóvar, que participó en tantas de sus películas como secundaria sin ver ninguna, sigue estando en el corazón de todo, es su Rosebud, su Marienbad, su esplendor en la hierba y la madre del cordero. Si conocemos la gloria de los Oscar vemos aquí también el dolor de no obtener el único reconocimiento que quizá le importaba.

La tristeza de Dolor y gloria viene porque es una película que mira mucho más al pasado que al futuro. Vemos a un Almodóvar cascado y adicto a las drogas para aliviar sus dolores, como el Eastwood de Mula, arrepentido de sus pecados y deseoso de hacer las paces con aquellos a los que siente que hirió. Entre ellos, un actor que se sintió maltratado (interpretado por Asier Etxeandia), que vendría a ser la personificación de esa víctima del legendario temperamento del cineasta. El otro, aunque en este caso quizá la víctima sea el propio director, es un antiguo amante (interpretado por Leonardo Sbaraglia) con el que vivió una tormentosa historia de amor en el fulgor de los 80. Queda claro que con este filme Almodóvar cierra una etapa de su vida y también de su filmografía. Los finales siempre son tristes. La pregunta, y su respuesta puede ser apasionante, es qué vendrá después. Todo apunta a que veremos a un Almodóvar desconocido.

@juansarda