Esther Martínez Lobato y Álex Pina. Foto: Maria Heras Durante mucho tiempo, quizá demasiado, se (sobre)entendió que las series españolas estaban destinadas al público local. Aquel prejuicio se rompió definitivamente con el gran éxito de La casa de papel, un artefacto explosivo y con mensaje subversivo sobre unos ladrones que asaltan la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre que estos últimos meses se ha convertido en un fenómeno mundial. Sus creadores son Esther Martínez Lobato y Álex Pina, ambos guionistas de largo recorrido en la ficción televisiva española y socios fundadores de la productora Vancouver. La trayectoria de Lobato se remonta a los tiempos de ¡Ala… Dina! (2000) y la de Pina vivió su primer gran momento con el éxito de Los Serrano (2003-2004). Coincidieron en Los hombres de Paco (2003) y desde entonces forman un tándem inseparable con triunfos como El barco (2012), la mencionada La casa de papel u otro gran éxito con resonancia fuera de nuestras fronteras, Vis a Vis (que ya lleva 32 episodios). Ahora estrenan en Movistar, en calidad de grandes estrellas de la ficción española, su serie más arriesgada hasta la fecha, El embarcadero. En ella huyen de la acción y violencia que ha caracterizado sus producciones para contar una historia más relacionada con los sentimientos, la de Alejandra (Verónica Sánchez), una exitosa arquitecta que ve cómo su mundo se derrumba cuando el inesperado suicidio de su marido, Óscar (Álvaro Morte, un clásico de la casa) desvela que durante años había mantenido un romance con una mujer que vive en plena naturaleza con una vida y valores muy distintos a los del burgués matrimonio. Y de fondo, claro, un suicidio que podría no ser un suicidio y muchos secretos que se irán desvelando. Pregunta. ¿Conciben El embarcadero como un cambio de tercio en su trayectoria? Álex Pina. Es una historia mucho más emocional y relacionada con la sensibilidad. Por primera vez en mucho tiempo no encerramos a los protagonistas en un espacio cerrado y no jugamos con ese sentimiento de claustrofobia de otras series nuestras. Es una ficción sobre la afectividad y ha sido un trabajo muy complejo para desnudarnos todos y dar un giro de 180 grados al otro lado. Es un cambio de género que también tiene correlación con el aspecto visual porque usamos por primera vez grúa y nos enfrentamos a paisajes abiertos. Todo ello, resaltando la belleza de l'Albufera. A pesar de todas estas diferencias, sí creo que hay algo que sigue distinguiendo que es una serie de Vancouver que es el elemento de ambigüedad moral. Esther Martínez Lobato. Veníamos de rodar La casa de papel que fue una serie que se hizo en circunstancias épicas porque teníamos que grabar muy rápido y acabamos con varias unidades trabajando a la vez. La producción se comía literalmente los guiones y teníamos el cerebro frito. Fue un momento de mucho estrés que nos hizo sentir que estábamos agotados y que se nos habían acabado las ideas. La manera de desbloquearnos fue reivindicar nuestro prurito profesional y atrevernos a ir a terrenos desconocidos. Había que arremangarse y ver cómo se hace para aprender y curtirnos un poco más. Para empezar, es una serie en la que hay poca gente y teníamos menos herramientas para soportar la trama porque apenas hay acción y no puede ser un tostón. Ha sido un desafío enorme para que sea un trabajo honesto y también una serie que interesa y entretenga al público. P. Introducen elementos de thriller. ¿Son inevitables incluso en una serie eminentemente romántica? Á. P. Vemos la serie como un drama romántico pero también utilizamos métodos de thriller como en esa nebulosa de por qué murió el hombre. Lo que vemos es el viaje de la protagonista para descubrirse a sí misma tirando del hilo de lo que pasó con su marido. Del mismo modo que los chinos han llegado a la cara oculta de la luna ella vive ese viaje para descubrir su identidad. Atraviesa un mundo desconocido para encontrar respuestas a su propio planteamiento existencial y vivencial a partir del descubrimiento de la amante y la hija de su esposo. En este caso, el thriller está al servicio de esa experiencia. E. M. L. Nos dimos cuenta de que un aspecto muy interesante para nosotros siempre es la cuestión moral. Nos resulta interesante ver la forma en que, como espectadores, vamos juzgando a los protagonistas y sus actos pero poco a poco se llega a una mayor ambigüedad. Ese juego es muy bonito y muy interesante. En este caso, además, trabajamos a fondo el desarrollo del personaje. A la hora de crearla, quisimos ser muy libres y no diseñar esta serie pensando en el target y si nos dirigíamos a niños o abuelos para no sentir esas exigencias. Después hemos visto que gusta a colectivos que quizá pensábamos que podían sentirse más lejanos como los adolescentes. P. ¿Es un momento en el que las series están lo suficientemente maduras como formato para arriesgar? Á. P. Casi todas las reglas están para saltárselas. Te lo puedes permitir todo menos no ser entretenido y no conmover. El espectador de hoy tiene poca paciencia y si a los cinco minutos no lo enganchas, cambia. Todo lo demás, ha evolucionado muchísimo. Cuando yo empecé los personajes tenían que ser buenos y todo tenía que estar siempre muy claro. Era imposible hablar de una narrativa fragmentada con saltos temporales como la de El embarcadero. Las series hoy ocupan el lugar de la narrativa. Lo veo con mi hija adolescente, era una lectora voraz y esa pasión por la ficción hoy la ha trasladado a las series. Sus compañeros de clase igual. E. M. L. Culturalmente las series hoy son la base de la ficción. Este es un momento en el que hay que ser osados aunque yo siempre digo que esto es como conducir, cada cinco minutos es bueno mirar por el retrovisor y pensar que hay un espectador que va a verlo. Tienes que tener la capacidad para tomar distancia y confesarte que si vieras eso irías tres veces al baño. Digamos que hay que combinar la pasión del escritor con la realidad de un televidente nervioso. Á. P. Hasta hace no mucho las series eran el hermano pequeño de todo. Ahora vemos como la actriz de La casa de Papel, Úrsula Corberó, tiene seis millones de seguidores en redes y un impacto enorme. Hoy las series son ese formato que sustituye a las novelas por fascículos de antaño que creaban un gran fervor popular. Y permiten profundizar más en las historias y trabajar mejor los arcos de desarrollo de personaje que una película. En ese sentido, se parecen más a las novelas. P. Si alguien se presenta en Vancouver con una serie cuya intención sea ser una obra de arte, ¿qué le dirían? Á. P. El cambio más grande que hemos visto en los últimos años es que antes el director era Dios y ahora el creador de la serie y guionista es el que lleva la batuta. Creo que hay gente que puede experimentar en una línea artística pero el arte es más evocador y una serie siempre es entretenimiento. Eso no quita que en esa escritura haya siempre una mirada artística porque estás trabajando con material artístico. Aunque a algunos les parezca deleznable, detrás siempre hay una sensibilidad. E. M. L. Cuando veo El embarcadero siento que hay pequeñas obras de arte en algunos planos. Cuando he visto el montaje me he quedado patidifusa porque ha superado mis expectativas como escritora. Si alguien quiere hacer una serie que sea una obra de arte, me parece estupendo. Mi consejo sería que lo llevara hasta sus últimas consecuencias. Es posible que lo logre. Depende de que haya un autor y cómo se ejecuta para que sea una obra con identidad. P. ¿Cómo han vivido el éxito internacional de La casa de papel? Á. P. Viene a ser el gol de Iniesta en el Mundial. Del mismo modo que en fútbol teníamos complejo el éxito de la serie ha sido un "sí se puede". Gracias a ese empuje hoy podemos hablar de una tendencia en el mercado internacional hacia la ficción española. Es un triunfo que ha supuesto muchas cosas muy buenas en muchos niveles. Hemos demostrado al mundo que podemos hacer cosas muy buenas por poco presupuesto. E. M. L. Hay un viejo discurso contra el cine español que ha tenido peso. Este año hemos viajado a muchos festivales con las series y la acogida es maravillosa. Te das cuenta del poco sentido que tienen esos complejos. Lo importante es la calidad del producto y ahora mismo es fantástico poder ofrecer al espectador todos los capítulos de golpe para que los pueda ver en flujo. Hablamos de un consumo de ficción en el que siempre queremos que nos cuenten más. Á. P. Los espectadores establecen una vinculación muy grande con los personajes de las series. Con las películas ese vínculo no es tan fuerte pero con las series ves de una sentada dos y tres capítulos y luego quieres volver a ese universo. Se degluten en solitario o en pareja y de manera diferente. Es un cambio muy profundo que sucede, yo diría, en el último lustro, desde 2015 a 2020. La grandeza de la ficción es que puede provocar una gran emoción y eso reside en los personajes. En este momento en el que podemos experimentar, esa ambigüedad moral permite a los espectadores hacerse más preguntas sobre sí mismo. @juansarda