Dani Rovira y Michelle Jener protagonizan Miamor perdido

Pocos directores españoles han disfrutado del favor del público como Emilio Martínez Lázaro (Madrid, 1945). El rey de la comedia, sin embargo, arrancó su carrera en un ya lejano 1971 con una película colectiva titulada Pastel de sangre, dirigida al alimón con Francesc Bellmunt, Jaime Chávarri y José María Valles y de claros tintes generacionales. Su primer largometraje fue un drama como Las palabras de Max (1978), película clave de la Transición sobre la relación entre un padre y su hija adolescente que ganó el Oso de Oro en Berlín.



Después se dedicó a la televisión y a finales de los 80 llegarían los títulos que le darían su máxima popularidad como El juego más divertido (1988) y en los 90 sus dos mejores filmes, Amo tu cama rica (1992) y Los peores años de nuestra vida (1994), en los que el director encontraba la horma de su zapato en el género de la comedia romántica. Esas dos películas son los claros precedentes de sus mayores éxitos, Ocho apellidos vascos (2014) y su secuela, Ocho apellidos catalanes (2015), que batieron récords históricos de taquilla con su divertida sátira sobre las tensiones territoriales españolas.



A Martínez Lázaro nada le gusta más que acabar sus películas con un buen beso. Su nuevo estreno, Miamor perdido está protagonizada de nuevo por Dani Rovira y su nueva pareja es Michelle Jenner, dos actores que dan altura al filme gracias a su buena química y elaborada comicidad. Tótum revolútum de las obsesiones del director, la película vendría a ser una suerte de homenaje a sí mismo para crear un filme en el que salga "todo lo que le gusta". Ya lo intentó con la muy fallida La montaña rusa (2012) y lo vuelve a intentar con esta chispeante y cálida Miamor perdido en la que presenta el romance entre un actor con talento pero con pocas ínfulas intelectuales que se dedica a los monólogos (Rovira) y una actriz y dramaturga con poco éxito (Michelle Jenner) que aspira a hacer "teatro de la crueldad" y emular a Antonin Artaud.







Como es habitual en las películas de Martínez Lázaro, hay constantes guiños a los filmes de Woody Allen en una película en la que el director eleva el tono intelectual para presentar el romance entre dos jóvenes artistas. Y si uno tiene la garra, la otra tiene el cerebro. Ambientada en un centro de Madrid de postal, quizá nunca el director ha rodado a sus protagonistas con tanto afecto. Es Martínez Lázaro haciendo de sí mismo y disfrutando gracias a unos diálogos que funcionan (escritos por Miguel Esteban y su hija Clara Martínez Lázaro) y sobre todo, a unos actores capaces de dar vida e histrionismo a sus personajes sin resultar cargantes. Eterna revisión de la guerra de sexos con ecos de aquellas batallas entre Katherine Hepburn y Spencer Tracy, Miamor perdido es una película llena de encanto que se ve en un suspiro.



juansarda