Jota Linares

Pocas semanas después del estreno de El reino, de Rodrigo Sorogoyen, llega a las pantallas otra película española, Animales sin collar, en la que se aborda el triste asunto de la corrupción. De la visión operística de Sorogoyen a una historia totalmente distinta porque el director, Jota Linares (Algodonales, Cádiz, 1982) nos propone un viaje a la trastienda de la política con una película en tono intimista en la que los ladrones son verdugos pero también víctimas de una sociedad que los convierte en los villanos por antonomasia.



La historia plantea el triángulo entre un político de izquierdas que acaba de ser escogido presidente de la Junta de Andalucía con un mensaje de renovación y limpieza absoluta (Daniel Grao); su mujer, Nora, (Natalia de Molina), destruida por un horrible secreto que puede poner en peligro el triunfo de su marido y Víctor (Ignacio Mateos) un chaval hijo de un político de alto nivel encerrado en prisión por una estafa de varios millones que ve cómo su vida se destruye por culpa de los pecados de su padre. Planteada como una película de personajes, Jota Linares reflexiona en este filme sobre la lacra de la corrupción pero también sobre cómo la legítima indignación puede desembocar en la paranoia, el linchamiento y que al final paguen justos por pecadores. Inspirada en la obra de teatro de Ibsen, Casa de muñecas, es también un retrato de liberación femenina de esa Nora emblemática del título.



Pregunta.- ¿Somos todos víctimas y verdugos según el contexto?

Respuesta.- Y contradictorios. A los actores siempre les vuelvo un poco locos, no tengáis miedo de la contradicción porque forma parte de la naturaleza humana. Me interesaba mucho ese juego de verdugo y víctima intercambiando los papeles. Uno de los personajes pega un gran cambio en la película cuando descubre que ha estado a punto de convertirse en víctima.



P.- ¿Es ese desdichado hijo de un corrupto la cara B de la indignación?

R.- Lo del hijo del corrupto también surge cuando veo el éxito del grupo musical del grupo del hijo de Bárcenas. De repente me pregunto: ¿vamos a convertir al hijo de un corrupto en una estrella del pop? No lo entendía. Al mismo tiempo también me generaba conflicto porque el hijo no es culpable de los delitos del padre. Comencé a preguntarme si uno puede dormir bien por las noches cuando existe algo así en tu familia. Así nace un personaje como Víctor, que es alguien que ha vivido muy bien y se ha aprovechado de la situación pero que ahora solo aspira a ser perdonado. Vive en una casa cerrada a cal y canto en la que no entra la luz con pintadas insultantes en la fachada. El corrupto es el nuevo villano.



P.- ¿Por qué nunca vemos a los políticos haciendo de políticos tal y como los solemos ver con cámaras y periodistas alrededor?

R.- Esa era una premisa de la película. La película no trata de quiénes son frente a las cámaras sino de quiénes son ellos cuando se apagan. Insistí mucho en eso. Quería hacer una cosa muy íntima. Por eso están aislados en un cortijo andaluz tan luminoso y tan bonito que es como una prisión. Tenía que ser también algo muy pequeño y muy local que al mismo tiempo pudiera ser universal. No tiene ningún interés ver a los políticos como los conocemos en los medios de comunicación porque eso ya lo vemos todos los días. Estamos muy acostumbrados a sus mentiras. Eso no me interesa. Lo que me interesa es qué pasa cuando entran en su casa. Quiénes son las mujeres que los acompañan, cómo viven cuando los meten en la cárcel y les niegan todas las oportunidades. Esa faceta es mucho menos conocida y me resulta mucho más interesante.



P.- ¿Son los poderosos seres comunes detrás de la máscara?

R.- No hay tanta distancia entre los poderosos y las personas normales. Por eso me interesaba mucho presentar a este nuevo líder de la política tan impoluto en la primera secuencia desnudo en la cama después de hacer el amor. Ese es un momento de gran vulnerabilidad. Y después se pone el disfraz de hombre importante. Lo volvemos a ver en ese momento de vulnerabilidad cuando su mujer le masturba porque quiere aprovechar para pedirle algo que le interesa. Durante toda la película yo quiero que el espectador se plantee qué haría en caso de estar en la piel de la protagonista. Ver a ese hombre importante en la bañera o a ese hijo de corrupto bebiendo un vodka de buena mañana son los momentos que quiero mostrar.



Natalia de Molina en Animales sin collar

P.- ¿Quería que fuera imposible saber quién tiene razón?

R.- Todo el rato la película se plantea quién tiene razón porque vemos que todos tienen una parte y también cómo la pierden. Incluso el personaje de Víctor, que puede parecer el peor, aspira a empezar de cero. A mí lo que me gustaría sería que el espectador se llevara las piezas del puzle a casa y sacara sus propias conclusiones. En los pases que hemos hecho con público los debates posteriores son acaloradísimos. Son esas dudas, esas contradicciones, las interesantes.



P.- Por lo visto cada cinco años somos seres atómicamente distintos, ¿somos prisioneros de lo que hicieron otras personas que somos nosotros mismos?

R.- Las personas cambian y en una película es obligatorio que cambien porque eso es lo que cuentas. Por ejemplo, al principio de la película el político mira siempre a otro lado y para que se produzca el cambio es necesario que suceda ese enfrentamiento con lo que has hecho.



P.- ¿Cómo se relaciona con el original de Ibsen, Casa de muñecas?

R.- Es una versión libre. Cuando volví a leer la obra hubo cosas que en seguida me di cuenta de que quería cambiar. Por ejemplo, no quería convertir al marido de Nora, en este caso Abel, en un monstruo o en una persona muy machista porque los tiempos han cambiado. Lo que me interesaba era la contradicción de ese político liberal, cariñoso, que habla de la tolerancia y que se comporta como un machista porque lo tiene asumido en el ADN. Hay pequeños gestos en el trato con su mujer que te lo muestran, él siempre se queda sentado a la mesa y espera que sea ella la que vaya a por el agua.



P.- ¿Puede ser contraproducente que seamos tan exigentes con los políticos?

R.- Les estamos pidiendo que sean perfectos todo el tiempo. Incluso que lo hayan sido siempre porque se les puede hundir por un tuit de hace cinco años. Forma parte de la hipocresía en la que estamos convirtiendo la nueva política. Estamos pidiendo que sean robots cuando son humanos. Al final, viven como una en especie de Gran Hermano porque están siempre vigilados. Yo estoy seguro de que no lo soportaría. Si le pones a cualquiera un foco 24 horas a cualquiera, es imperfecto. A mí me encanta cuando la gente se equivoca y lo reconoce. Lo que me fastidia mucho es cuando están ahí diciendo que no pasa nada.



P.- Como el propio título parece sugerir, Animales sin collar, ¿es esta una película sobre la posibilidad de quitarse esos collares que nos aprisionan?

R.- Eso está muy relacionado con la idea del perdón. Cuando somos perdonados y nos perdonamos podemos ser libres. También están los límites de la libertad porque con los vínculos afectivos que creamos la limitamos. Me interesaba presentar a esa protagonista que es una chica guapa, culta y moderna que tiene una vida muy cómoda y se da cuenta de que no es libre porque la libertad no va de eso.



@juansarda