Wim Wenders
En una cita célebre, el filósofo Nassim Nicholas Taleb ha dicho que la modernidad es probablemente "demasiado complicada" para ser comprendida. Es una forma de decir aquello de Sócrates, "solo sé que no sé nada", o redundar en la teoría del caos, el mundo es un carnaval y es un laberinto. Las películas de Wim Wenders, superviviente de las vanguardias intelectuales de los estimulantes 70 alemanes, lo son y cabe referirse a esa enloquecida etapa de su filmografía que arranca con París, Texas (1984), obra maestra y probablemente su última película normal, en la que ya se intuía que el autor de Alicia en las ciudades (1974) o El amigo americano (1977) iba de cabeza al bizarrismo.Inmersión, su última película, es un canto absoluto al bizarrismo, tan marciana como enloquecida, y al mismo tiempo poética en su propia locura. Cuenta el romance entre James, un ingeniero hidráulico que trabaja en África construyendo pozos en zonas empobrecidas, interpretado por James McAvoy, y su insólito amor, una joven biomatemática que trabaja en un proyecto que busca en las aguas profundas del Océano nada menos que el origen de la vida. Ella es Alicia Vikander.
A partir de aquí, después de un tórrido romance en Normandía, mientras al pobre McAvoy, que se mete a espía, lo secuestran los yihadistas, Vikander corre mucho mejor suerte en sus expediciones submarinas. Para Wenders, son dos héroes contemporáneos cada uno a su manera: "La humanidad necesita tener una oportunidad y para ello hay que preservar el planeta y hay que hacerlo ya. Al mismo tiempo hay que trabajar para terminar con el terrorismo. Esta es una elección que no tendremos a final de siglo. Hoy en el mundo están los que tienen mucho y los que no tienen nada y una consecuencia de eso es, justamente, el terrorismo. Pero todavía podemos hacer algo para paliar la pobreza. Si los millones invertidos en la guerra de Irak los hubiéramos destinados a ello, estaríamos muchísimo mejor".
Inmersión propone una paradoja, al mismo tiempo que el heroico protagonista lucha contra el terrorismo sobre el terreno, del que Wenders ofrece una visión muy tétrica retratando prolijamente una comunidad yihadista en la que impera la intolerancia, el fanatismo y la crueldad. Sin embargo, aunque nunca lo dice en la película, el director alemán cree que el origen de todos los males está en las políticas de Europa y Estados Unidos: "Pensamos que no se puede hacer nada contra el problema del terrorismo, pero eso no es verdad, ¡claro que se puede hacer! El terrorismo es resultado, entre otras cosas, de una falta de integración y ahí sí podemos hacer cosas, podemos integrarnos mejor. Muchos de los terroristas que han cometido atentados en los últimos tiempos son oriundos de Francia, Inglaterra...".
Con su tupida cabellera como de revolucionario que nunca muere, Wenders es el hombre que dice sentir nada menos que "cólera" cuando se le habla de Europa: "Es lamentable que Europa sea tan egocéntrica cuando por definición siempre ha sido abierta al mundo. La política de cerrar fronteras es una catástrofe cultural. Va contra la esencia de lo que debería ser Europa". Cuando se le menciona el hecho de que la película tiene algo de wéstern, pero con los yihadistas como malvados en vez de los indios, aparición de la caballería incluida, el autor cree que se trata de darle precisamente la vuelta al cliché: "Hay una herencia de John Ford. Pero aquí, cuando aparecen los soldados americanos, el resultado es catastrófico".
Recuerda el cronista un reciente encuentro para hablar de su anterior película de ficción, Todo saldrá bien (2015), cuando nos dijo que "el cine está moribundo porque está perdiendo brillantez". Cuando utilizo la palabra "pesimismo", parece querer equilibrar la balanza, como si le doliera el papel de viejo cascarrabias que parece representar en cuanto se descuida. "En Europa hay grandes autores, se siguen haciendo buenas películas. Lo que yo censuro es el poder de las multinacionales de Hollywood y la forma en que imponen su cine. El cine que triunfa en los festivales apensas se ve, y eso me entristece".
A Wenders, que en Inmersión nos quiere contar una historia de amor apasionado, tampoco le convence el amor del siglo XXI: "La gente hoy cree que en las relaciones de amor hay muchas opciones y eso es un gran problema, porque la realidad es que en el amor no hay opciones o la única opción es la muerte del amor. Con las redes sociales, con internet, siempre puedes salir, pero los jóvenes hoy no entienden que hay que entregarse al amor y no se dicen ‘te quiero'.
Si el amor en los tiempos de Tinder no le gusta, el de Inmersión sí, porque es amor del que pesa y mientras Vikander explora los océanos y descubre la piedra filosofal, solo piensa "en por qué su amado no le contesta los mensajes del móvil". El amor son dos rayitas de Whatsapp, por mucho que se empeñe. De todos modos, de lo que se trata, es de aportar "luz en un mundo oscuro" porque Wenders cree que ya está todo suficientemente revuelto como para encima andar liándola más: "No me he atrevido a hacer una película sobre el terrorismo sin contar una historia de amor, porque ya es todo en el mundo demasiado oscuro, como he dicho. Además, quería mezclar personajes y mundos distintos, porque cada vez estamos más interrelacionados, más conectados. Hoy hay muchos universos y ya no podemos aislarnos en nuestra burbuja. Hay diferentes vidas y una forma de unirlas es el amor".
@juansarda