Lawrence Fishburne y Bryan Cranston en La última bandera
Fiel a su espíritu de contestación y rebeldía, Richard Linklater hurga en La última bandera en la herida abierta de la Segunda Guerra del Golfo. De la mano de Steve Carell, Bryan Cranston y Lawrence Fishburne, aborda la cara más trágica del conflicto en una nueva celebración de la dignidad humana.
Bebiendo de este espíritu de contestación y rebeldía, La última bandera, el nuevo filme de Linklater, hurga en la herida todavía supurante de la Segunda Guerra del Golfo. En un tono más urgente de lo que suele ser habitual en su cine, el meditativo Linklater aborda con firmeza, pero también con gran pudor, la cara más trágica de la realidad bélica. El protagonista del filme es un padre (Steve Carell) a quien acaban de notificar la muerte de su hijo durante su "servicio" en Irak y que acude a dos viejos compañeros de armas, veteranos de Vietnam (Bryan Cranston y Lawrence Fishburne), para que le acompañen a recoger y enterrar sus restos. Entre los gestos más audaces del filme se encuentra el hecho de mostrar, en la ficción, un conjunto de ataúdes de soldados fallecidos en Irak (un tipo de imagen vetada a los medios), al tiempo que el relato hace hincapié en la pátina de fraudulento heroísmo con el que el ejército intenta encubrir la farsa bélica, una tesis que acerca La última bandera a Banderas de nuestros padres de Clint Eastwood.
Como ocurría en Fast Food Nation, la otra película abiertamente política de la trayectoria de Linklater, en La última bandera el cineasta texano deja a un lado la ambición formal para centrarse en la observación sosegada de los personajes. Sustituyendo sus característicos travellings y planos secuencia por una atemperada colección de planos medios y composiciones de grupo, Linklater no pierde la ocasión de insuflar a su nuevo filme un humanismo resonante y un vitalismo contagioso, una apuesta a contracorriente en el seno de un réquiem fílmico con forma de road movie geriátrica. Así, haciendo gala de su negativa a juzgar a sus personajes, el director de Boyhood (2014) acomete una nueva celebración de la dignidad humana: una elegía americana por los soldados caídos, pero también un canto a la amistad, un elogio de la compasión, y la consecución, a pequeña escala, de una utopía de tolerancia entre razas y credos.
Entre los méritos del Linklater de La última bandera, cabe destacar el creativo trabajo de adaptación de la novela homónima de 2005 de Darryl Ponicsán, quien figura como coautor del guion de la película. La novela en cuestión es una secuela de El último deber del mismo Ponicsán, que fue llevada al cine en 1973 por Hal Hasby, con Jack Nicholson y Otis Young en la piel de dos miembros de la Armada que conducen a un joven soldado (Randy Quaid) a una prisión militar.
La clave de la adaptación de Linklater radica en su decisión de cambiar los nombres de los personajes, rompiendo el vínculo literal, que no anímico, con la novela y con el filme de Hasby. Una decisión que hace aflorar otra virtud característica de Linklater: su alergia a los dogmatismos. Al desmarcarse de la cronología de las novelas de Ponicsán, el autor de Antes del atardecer inventa un nuevo origen para el relato, que se sitúa en Vietnam. Un pasado que dejará al personaje de Cranston entre la espada y la pared, dado que su defensa de la "verdad" como valor absoluto en relación a la Guerra de Irak se verá cuestionada por su incapacidad para afrontar la "realidad" de los traumas que le dejó la Guerra de Vietnam. A la postre, Linklater va más allá que Ponicsán en el reconocimiento de la dificultad de rescatar lo que queda de humano en un contexto de violencia e injusticia.