Christopher Plummer en Todo el dinero del mundo
Ridley Scott aborda con un punto de frenesí y un toque de ironía en Todo el dinero del mundo la renuncia de John Paul Getty, magnate del petróleo, avaro consumado, y hombre turbio donde los haya, a pagar el rescate de su nieto secuestrado. Christopher Plummer sustituyó a Kevin Spacey en el papel del millonario tras ser acusado de actos indecentes y ha logrado una nominación en los Oscar.
Es posible que Scott tuviera razón a la hora de prescindir de Spacey para un personaje que si bien no es el protagonista del filme sí ejerce un liderazgo carismático. Como también está claro que el desgraciado actor es un experto en dar vida a esos seres moralmente nefastos pero altamente fascinantes que han jalonado su carrera mientras Plummer, que desde luego tampoco es que sea mal actor, carece de su carisma. Al final, el abuelo acaba aflojando (la cifra máxima que le permite desgravarse el fisco) y Getty Jr. vuelve a casa sin oreja para cobijarse en los brazos de su angustiada madre (interpretada por Michelle Williams con la intensidad y brillantez habituales en la actriz), que es la única que parece poseer sangre en las venas. Un final feliz a medias porque debemos asistir al impresionante espectáculo de la codicia y la bajeza humanas. Cuando a Getty le preguntan cuánto está dispuesto a pagar por la vida de su nieto la respuesta hiela la sangre: nada. ¿Y para qué quiere el dinero? Para tener más, en una representación extrema de un capitalismo salvaje y sin alma que el director quiere denunciar. Porque más nunca es suficiente. El dinero no vale por lo que pueda comprar, el dinero vale en sí mismo como la más valiosa de las mercancías.
A Ridley Scott le gustan mucho las películas que trascurren en varios países (sumen en ésta los palacios suntuosos de Roma, mansiones británicas y un Marrakech de postal, donde los Getty instalaron su patio de recreo) y personajes como el que interpreta Mark Wahlberg en el filme, esos intermediarios que por su propia condición de secundarios de la historia con mayúsculas pueden actuar como intermediario del espectador reflejando su propia estupefacción. Rodada con frenesí y un punto irónico que distancia al cineasta de la miseria moral que envuelve al magnate, Todo el dinero del mundo casi parece una parábola jesuítica con ese mensaje de que de nada sirve tener "todo el dinero del mundo" si uno pierde su alma por el camino, o la oreja.
@juansarda