Álex de la Iglesia durante el rodaje de Perfectos desconocidos
El director estrena este viernes Perfectos desconocidos, una película que alerta de los oscuros secretos que nuestras personas más queridas, y a las que creemos conocer sin ambages, pueden guardar en sus teléfonos.
Pregunta.- ¿Cómo surgió esta adaptación de la película de Genovese? ¿Fue un encargo o fue usted quien la puso en marcha?
Respuesta.- Fue un encargo de Paolo. Recibo muchas propuestas, pero este guion es el primero que me gusta muchísimo desde el de Los crímenes de Oxford. Me lo entregaron una tarde y al día siguiente estaba hablando ya con Telecinco para hacer la película. No me lo pensé dos veces.
P.- ¿En ese momento ya había visto la versión italiana?
R.- No, nosotros empezamos a trabajar en la película a partir del guion. Desarrollamos la adaptación y hasta que no estábamos en medio del rodaje no vimos la película que había rodado Paolo. Me gustó mucho, pero resultó aleccionador ver como las ideas eran interpretadas de distintas maneras.
P.- ¿Qué fue lo que más le llamó la atención acerca de las discrepancias entre las dos películas?
R.- Yo diría que la versión italiana es quizá más introspectiva y la mía más naturalista o cotidiana. Y después hay cuestiones de la estructura narrativa que son totalmente distintas. Hubo cambios radicales, por ejemplo en el final. A mí no me funcionaba el final de la otra película, la manera en que resolvían el conflicto. Para mí la idea fundamental que quería trasmitir es que no es bueno perder la intimidad.
P.- Es una película muy particular en su filmografía por el hecho de desarrollarse casi por completo durante una cena…
R.- Siempre me ha gustado encerrar a los personajes en un entorno, pero nunca había estado acotado a una cena. El reto de dirección era muy grande y técnicamente me atraía mucho afrontarlo. Existía el peligro de caer en un plano-contraplano constante y aburrido. Fue un gran esfuerzo tanto para mí como para los actores. Había que controlar todo lo que estaban haciendo ya que se mueven mucho, se levantan, vuelven a la mesa… Había una gran coreografía de personajes yendo y viniendo, convirtiendo un espacio muy reducido en muchos espacios diferentes.
P.- ¿Estaba todo muy pautado?
R.- Ensayé mucho con los actores. No siempre respetábamos el orden cronológico de la historia durante el rodaje y era necesario saber en qué momento estaba cada personaje. Técnicamente era una locura porque hay que respetar desde la posición de las manos hasta lo que están comiendo. En las películas en las que hay una comida o una cena normalmente nadie come porque empiezan a surgir fallos de racord y un montón de problemas. Pero técnicamente la cuestión principal era relacionar las miradas de una manera correcta. Al final íbamos haciéndolo casi por diálogos muy cortos para no volver locos a los actores. A veces tenían que repetir casi 20 veces lo mismo con diferentes ángulos. Estuvieron comiendo el primer plato casi una semana y con el segundo se tiraron casi tres.
P.- El grupo de actores que aparece en esta película no es habitual en su filmografía…
R.- Muchas veces me dicen que trabajo siempre con los mismos actores y aquí quería conocer a gente nueva. Mantuve a Pepón Nieto porque desde el principio tuve claro que este papel era para él. He tenido mucha suerte porque pude elegir a los intérpretes que quería, en ese sentido la película es un poco caprichosa. Quería a Belén Rueda, que siempre me ha vuelto loco, y a Eduard Fernández. Conseguir a Juana Acosta y Ernesto Alterio era una idea que teníamos desde que estábamos escribiendo el guion porque ellos son pareja en la vida real y nos parecía genial que pudieran interpretar a un matrimonio que se odia, era muy sencillo explicarles lo que quería. Dafne Fernández es una actriz que me gusta también mucho desde que la vi en la serie Tierra de Lobos y con Eduardo Noriega, que parece un galán serio, tenía el reto de hacer un personaje que fuera un sinvergüenza divertido.
Eduardo Noriega, Dafne Fernández, Belén Rueda, Eduard Fernández y Juana Acosta en un momento de la película
P.- Hay mucha química entre ellos. ¿Surgió desde el principio?R.- No, la química se consigue en el rodaje y es algo que tiene que propiciar el director y que además es muy difícil de conseguir. Tiene que estar ahí desde el primer día y tiene que permanecer hasta que acaba el rodaje. Para que la mezcla de tonos de la película funcionara era imprescindible que la actuación de unos actores bajara y la de otros subiera. Tiene que parecer que tratas a todo el mundo igual, pero no es verdad. Y hay que hacerlo con mucha delicadeza para que no se sientan engañados, porque puede ser que le pidas a dos actores cosas diferentes y no lo entiendan. Al final el director es un manipulador, pero ellos ya lo saben.
P.- En su cine normalmente ha retratado a clases bajas que están un poco en el alambre, pero aquí retrata a otro tipo de personas.
R.- Efectivamente. En mis películas normalmente aparece gente mucho más tirada, en situaciones más extremas. Por eso me llamó la atención el guion, por retratar a gente que tiene pasta. Pero también se notan las diferencias entre unos y otros porque, por ejemplo, el personaje de Eduardo Noriega es taxista y está como a la defensiva siempre en temas que tienen que ver con el dinero. Hay tensión de clase.
P.- ¿Ha descubierto algo de esta clase media-alta y aburguesada mientras hacía la película?
R.- Hablé con psicólogos y con cirujanos plásticos y llegué a la conclusión de que nadie se cree su posición social. Nadie reconoce que tiene dinero, siempre dicen que andan justos. Y además es cierto para su espectro mental. Pero también creo que es cierto que este tipo de conflictos entre parejas se notan más en estas parejas aburguesadas. La gente que tiene problemas económicos reales resuelve estas situaciones sentimentales con bastante más rapidez.
P.- ¿Somos conscientes de la manera en la que el móvil ha cambiado la forma de relacionarnos?
R.- Mi hermano se enfadó conmigo un día porque me dijo que no le había llamado en un año. Y me di cuenta de que era verdad, que desde hacía un año solo me comunicaba con él vía WhatsApp. Ahora el móvil se utiliza muy poco para llamar, ya todos wasapeamos para cualquier cosa. Una herramienta que en principio servía para contactar con otros e incluso tener grandes conversaciones, al final no nos ayuda a hablar más. Y a estos personajes les conviene. Se encuentra a gusto así.
P.- El personaje de Ernesto desarrolla a través del móvil una vertiente bastante siniestra de su personalidad… ¿Cuándo somos más nosotros mismos, cuando nos relacionamos en la vida real o cuando nos sumergimos en el móvil y en internet sin que nadie nos vea?
R.- Yo creo que somos más nosotros mismos cuando estamos con el móvil, ahí están todas nuestras personalidades: él que sale de juerga con los colegas, las conversaciones con tu mujer, las conversaciones que tienes con otras personas… Lo curioso de la película es que muestra lo difícil que es explicar todas estas cosas si las expones, y no todas son problemáticas. El móvil forma parte ya de nuestro organismo, no es un aparato. Es parte de mi cabeza. No somos conscientes del cambio vital tan grande que han supuesto las nuevas tecnologías. Todavía nos estamos adaptando y pasará mucho tiempo antes de que podamos entender cómo vivir con esto.
P.- ¿Esto nos conduce a ser unos perfectos desconocidos incluso para nuestros seres queridos?
R.- El móvil es un escudo fantástico para protegerte de los demás. En las relaciones personales lo que te une es la mirada. Y creo que el cine es básicamente también un juego de miradas. Si miras a los ojos a una persona sin hogar que duerme en la calle arropado con cartones estás perdido porque estableces una comunicación. Le has entendido como persona porque le has mirado. Por eso la gente ya no quiere mirar.
@JavierYusteTosi