Hubo una época en la que los héroes eran héroes de una pieza. Las biografías que se escribían de ellos consistían en acentuar sus virtudes, minimizar sus defectos y perpetuar el mito. Ese tiempo ya pasó. Ahora, por lo general, cuando vamos a ver un biopic de alguna personalidad ya sabemos que lo más probable es que nos vayamos a encontrar con el reverso tenebroso. Es lo mismo que sucede con Jacques (L'Odyssée es el título original en francés), película dirigida por Jérôme Salle (Anthony Zimmer, Zulu) en la que Lambert Wilson da vida al famoso capitán que recorrió los siete mares con su célebre Calypso para reflejarlo en una serie de documentales que, emitidos por televisión, dieron la vuelta al mundo y lo convirtieron en uno de los mitos vivientes más poderosos del siglo pasado.
Basada en un libro que escribió el hijo mayor de Cousteau, Jean-Michel, y en una biografía de Albert Falco, se ha insistido mucho en que la película es una maniobra de demolición del gran hombre. No hay para tanto. Es cierto que el Cousteau que vemos no es un santo, pero dista de ser un monstruo y quizá lo llamativo del asunto es que alguien pensara que era un dechado de virtudes. Egomaníaco, con tendencia a derrochar el dinero y quedarse constantemente en bancarrota, poco amante de su familia (confiesa en un momento a su hijo que se ha llegado a arrepentir de tener descendencia) y totalmente volcado en el descubrimiento de ese fascinante "mundo del silencio", el Cousteau que vemos se parece poco a un mito pero mucho a un hombre de carne y hueso. Y eso que el actor Lambert Wilson, en una interpretación en exceso seca y antipática, no reproduce la humanidad que también desprendía el marino.
La fama y la gloria le llegaron al capitán del gorro rojo a una edad madura. Piloto de aviones, Cousteau decide a los 40 dar un cambio de rumbo radical a su vida cuando descubre el submarinismo y sustituye los cielos por las profundidades marinas. Mientras hoy el submarinismo es una práctica popular que forma parte de la oferta turística de cualquier lugar costero, por aquel entonces era una actividad insólita y a Cousteau y su empeño pertenece el mérito, que no es poco, de haber desarrollado una práctica científica y deportiva que nos descubrió a todos un universo nuevo tan fascinante como hasta la fecha desconocido.
El centro del filme es su relación con su hijo Philipe, su entusiasta seguidor y llamado a ser el continuador de su legado si no fuera por un maldito accidente. A través de la mirada de éste, interpretado por el actor Pierre Niney, descubrimos al padre irresponsable que abandona a sus hijos para dar vueltas por el mundo y después al hombre megalómano que parece mucho más preocupado por perpetuar su gloria que por continuar con su labor aventurera. Una visión no muy halagüeña que se ve complementada con la de su esposa (a la que da vida Audrey Tautou), quien vende sus joyas para ayudarle a emprender sus gestas y después se ve abandonada. Cousteau era infiel y además, no le hizo mucho caso a sus retoños, cosa que nos podíamos imaginar porque no debe ser fácil pasarse la vida en un barco en la Polinesia y al mismo tiempo ser un amante esposo y dedicado padre.