Una escena de Cézanne y yo

Se estrena en nuestras salsas Cézanne y yo, la última cinta de la cineasta francesa Danièle Thompson. La película se centra en la vida de dos creadores que revolucionaron el panorama artístico de su época; el escritor Émile Zola y su compañero de escuela, el pintor Paul Cèzanne, quienes mantuvieron una estrecha amistad a lo largo de sus vidas.

Tiene la virtud Cézanne y yo, dirigida por Danièle Thompson, de contar una buena historia pero tiene el defecto de hacerlo con tales dosis de impostura que dan ganas de traspasar la pantalla y de arrancar a los actores la barba postiza como si asistiéramos a un espectáculo de fin de curso infantil. Narra la historia de amistad, como si fuera una historia de amor, entre dos hombres ciertamente sobresalientes, el escritor Émile Zola (al que da vida Guillaume Canet en una interpretación que provoca hilaridad) y el pintor Paul Cézanne (en cuya piel resulta algo más convincente Guillaume Galienne), quienes en la vida real trabaron desde la propia escuela una sólida relación de afecto que se mantendría a lo largo de los años. "Émile cree en la amistad eterna. A mí eso me parece más difícil que el amor eterno", dice en un momento dado la esposa de Zola (a la que por cierto acaba abandonando) y el mérito del filme, alguno tiene, es abordar la relación entre ambos como si fueran dos enamorados, lo cual hace justicia al hecho de la importancia capital que la amistad puede tener en la vida de las personas.



El problema del filme, o los problemas, vienen con todo lo demás. Con una puesta en escena que de puro académico resulta de lo más convencional y aburrida, se trata de ver cómo evoluciona la relación entre ambos "grandes hombres". Se produce una paradoja, mientras Cézanne es hijo de una familia burguesa y crece con todas las comodidades, está destinado a ser pobre de por vida, una suerte de artista maldito, repudiado y pobre, que malvive tratando sin éxito de vender sus cuadros con una idea romántica del propio arte que le lleva a rechazar estruendosamente cualquier atisbo de marketing o de comercialidad. Mientras, Zola, alcanza un enorme éxito en vida con sus famosas novelas (se citan con profusión obras como Nana o Germinal), que inspiradas en la vida de los obreros y las clases bajas le ofrecieron la posibilidad de vivir como un burgués y disfrutar de todas las comodidades. Como sucede con frecuencia en la vida real, la dispar suerte de los amigos se convierte en fuente de rivalidad y enfrentamiento.



Vemos a dos artistas distintos. Mientras Zola utiliza sus dotes de seducción y es capaz de integrarse en el mundillo artístico parisino, el iracundo y temperamental Cézanne prefiere mantener una postura de constante enfrentamiento en una espiral sin fin azuzada por su propio fracaso. Y en medio, la directora nos ofrece un montón de secuencias en las que los dos grandes artistas se comportan como colegiales enamorados en unas imágenes con tanto almíbar que parecen sacadas de la más rancia de las comedias románticas de Hollywood. El problema de Cézanne y yo es que es imposible creer que dos mentes tan brillantes tuvieran un comportamiento tan pueril y por momentos directamente idiota que los hace parecer más bien un par de menos. Si a eso sumamos unos diálogos discursivos o una exaltación de la "joie de vivre" que parece sacada de un anuncio de la tele, el resultado es una película tan mediocre como brillantes eran en la vida real sus protagonistas.







@juansarda