Micaela Ramazzotti y Bruni-Tedeschi en Locas de alegría
Un vendaval llamado Valeria Bruni-Tedeschi atraviesa Locas de alegría, el nuevo trabajo de Paolo Virzì cuyas protagonistas podrían ser las herederas italianas de Thelma & Louise. La actriz horada los límites de la pantalla.
Puede que los cinéfilos recuerden a Bruni-Tedeschi por la delicadeza de su trabajo en 5x2 (Cinco veces dos) y El tiempo que queda, ambas de François Ozon, o sobre todo en Una pareja perfecta, de Nobuhiro Suwa. Un talento para la sutileza emocional que en Locas de alegría transmuta en pura energía expansiva. Un cambio de registro que parece un experimento de Virzì, que jugó con la contención de la actriz en El capital humano y que ahora la desmelena para volver a encarnar a una víctima inconsciente de la avaricia. Internada en un centro psiquiátrico, Beatrice (Bruni-Tedeschi) presume de conocer a Berlusconi y guarda en su móvil los números de George Clooney y Giorgio Armani, aunque su petulante e incesante cháchara se presta a la incredulidad. Angustiada por el encierro, Beatrice encuentra a una inesperada compañera en Donatella (hermética e intrigante Micaela Ramazzotti), una mujer de origen humilde y cuerpo tatuado que vive aprisionada en el trauma. Hermanadas por las circunstancias, Beatrice y Donatella se convertirán en las herederas italianas de Thelma & Louise, o en la versión adulta de las chicas sin rumbo de La vida secreta de los ángeles de Eric Zonca, protagonistas de una fuga que cabría situar a medio camino entre la comedia costumbrista del absurdo y el drama de raigambre social.
Ganadora de los premios a Mejor Película, Actriz (ex aequo para Bruni-Tedeschi y Ramazzotti) y del público en la Seminci de Valladolid, Locas de alegría adopta una postura crítica frente a la clausura de los hospitales psiquiátricos judiciales en Italia. Un interés social que también resuena en el retrato de una Italia corrupta y huérfana de referentes morales: no parece casual que las madres de ambas protagonistas desistan de sus funciones protectoras y afectivas. Elementos de contexto que, en todo caso, no enturbian el interés central de Virzì: el estudio de dos personajes disímiles que consiguen sobrellevar sus aflicciones gracias al apoyo mutuo.
En la conquista de este objetivo, el trabajo del italiano destaca más en el ámbito narrativo que en el formal. Sostenida sobre un preciso equilibrio tragicómico, la película flaquea en su forzado reparto de culpas y redenciones. Y lo mismo ocurre con los momentos de mayor énfasis dramático, cuando el filme rompe su tono naturalista para afianzar -con el uso de cámaras lentas y clímax musicalizados- su marcada voluntad edificante.