A la derecha de la imagen, Joseph Gordon-Levitt es Edward Snowden
En ocasiones brillante y en otras decepcionante, el retrato heroico de Edward Snowden según Oliver Stone se suma a la filmografía del autor de JFK sobre los traumas históricos de Estados Unidos. Hoy llega a nuestras salas.
Desde que la seguridad y la libertad se neutralizaron mutuamente, algo ha cambiado profundamente en los relatos de espionaje del audiovisual contemporáneo. Blackhat, Spectre, Person of Interest, Homeland, 24. Live Another Day... el género de espías ya no será el mismo, ni siquiera para James Bond. Algo de esa melancolía por el espionaje tradicional, analógico, se cuela en el bloque suizo de Snowden, la última apuesta de Oliver Stone por inscribir su nombre en la historiografía no oficial de Estados Unidos. Si Nacido el 4 de julio (1989) narraba el épico trayecto de un hombre que transformó su convicción patriótica pro-Vietnam en mesianismo contestario antibélico, Snowden parece reeditar ese trayecto en la piel del proscrito genio de los algoritmos. ¿Héroe o traidor? La naturaleza moral del patriotismo, anclada en los cimientos ideológicos de ambas propuestas, puede ser una cosa y su reverso. ¿Quién es, qué es Snowden? El autor de Nixon concibe su respuesta desde el martirologio y el heroísmo.
Lo cierto es que Laura Poitras, en su documental Citizenfour (2014), ya filmó en presente del indicativo el scoop más jugoso del periodismo reciente, el escándalo internacional del que ningún país quedaba al margen. La primera escena de Snowden retrata el momento en que la documentalista (Melissa Leo) y el periodista Glenn Greenwald (Zachary Quinto) se citan con Snowden en el aeropuerto de Hong Kong, donde se encerrarían en un hotel para filtrar al mundo las revelaciones de espionaje ilegal. El guión de Kieran Fitzgerald que pone en escena el autor de JFK -con un flujo de imágenes mucho menos histérico a lo que acostumbra- coloca los hechos registrados por Citizenfour como centro de gravedad del filme, que bascula atrás y adelante en fragmentada narración para revelarnos (o tratar de revelarnos) al idealista atormentado que hay dentro del hombre que se convirtió en el enemigo número uno de su país, y que hoy tuitea desde una embajada en Rusia y solicita al Gobierno norteamericano que le conceda el perdón.
En esa deconstrucción de su personalidad, desde su paso por la academia militar, el aprendizaje en los servicios de inteligencia (con un Nicolas Cage aportando el factor cómico) al robo de información y huida del país bajo la gramática del suspense, la película acaba por entregar un retrato ambiguo respaldado por un sobrio Joseph Gordon-Levitt. La relación de Snowden con su novia Lindsay Mills (Shaielene Woodle) adquiere demasiado protagonismo y termina por entorpecer la tensión y el flujo narrativo. A pesar de la interesante traducción visual de los mecanismos de espionaje, no desaparece la sensación de desgana y redundancia explicativa que tiñe de tedio el filme. Como mucho, Snowden pasará a la historia como el primer relato de Hollywood que se atreve a señalar a Obama como un villano.
@carlosreviriego