Blake Jenner en la primera escena del filme
Hace apenas dos años conquistó a espectadores y críticos de todo el mundo con Boyhood, uno de los desafíos cinematográficos más extraordinarios que se conocen. El cineasta Richard Linklater, cronista de la perpetua rebelión juvenil, regresa con la autobiográfica Todos queremos algo, donde retrata la fiesta ininterrumpida de unos atletas universitarios en 1980 como si fuera la "secuela espiritual" de su filme de culto Movida del 76.
Es curioso detenerse en el filme sobre Chet Baker porque la idea original de Linklater, muy distinta a la que finalmente ha rodado Budreau (un biopic más o menos convencional, pero cargado de magia y comprensión hacia el artista), era hacer una película sobre un día en la vida del trompetista, concretamente "el día antes de que se inyectara heroína por primera vez". Pero como los años pasaban sin poder armar la financiación y Hawke iba envejeciendo (mientras Linklater registraba ese "envejecimiento" en Boyhood, a lo largo de doce años), llegó un momento en que la edad del actor ya no cuadraba con la del músico. Esta anécdota sintetiza dos de las grandes preocupaciones en la filmografía del norteamericano: la necesidad de capturar con realismo el paso del tiempo, por un lado, y su predilección por las historias que acontecen en un marco temporal concreto (sean horas, días o años) y que representen puntos de giro trascendentales en las vidas de los personajes.
Más que hacer películas, Linklater hace cine, pues sus trabajos forman parte de algo mucho mayor
Actitud minimalista
Ambas nociones confluyen de nuevo en Todos queremos algo, que vendría a ser el decimoctavo largometraje del cineasta de Houston desde que debutara con It's Impossible to Learn to Plow by Reading Books (1988), aunque su opera prima "oficial" sea la película de culto Slacker (1991). Ya en aquel filme estableció las bases de una filmografía que concede importancia a la palabra, al arte de la conversación y del monólogo, a la suma de retratos más que de historias, pues de hecho se construye a partir de algo tan simple como ir desplazando la cámara de un personaje a otro en el campus universitario de Austin, sin una trama que los una, un poco como hizo Luis Buñuel en El fantasma de la libertad (1974).Blake Jenner junto al director Richard Linklater en el rodaje
"Creo que en realidad tengo bajas expectativas sobre lo que una película puede abarcar -dice el director que se leyó a todos los clásicos rusos antes de ponerse detrás de una cámara-. Siempre pienso si es posible hacer una película entera sobre una sola idea. Soy una especie de minimalista. ¿Se puede hacer una película con algo tan simple? Siempre me ha atraído la idea de agarrar algo mínimo y maximizarlo cinemáticamente, descubrir si realmente puedo llegar hasta el final con una sola idea".Linklater es de esos cineastas que, más que hacer películas, hace cine, pues pareciera que muchos de sus trabajos forman una cadena de acontecimientos pertenecientes a algo mucho mayor, una obra monumental en marcha. El ejemplo más paradigmático, por supuesto, es su trilogía de los amantes Jesse y Celine -Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013)-, si bien sentimos cómo muchos otros de sus filmes, aunque se hayan realizado con una distancia de años los unos de los otros, establecen ricos diálogos entre sí; no solo se complementan, sino que se completan. Si en Movida del 76 (1993), una de las adolescentes musitaba que los años ochenta iban ser "radicales", ahora parece darle respuesta con la locura festiva que se apropia del verano de 1980 en el que transcurre Todos queremos algo, inaugurando la década de Ronald Reagan, las hombreras y la estética MTV. En cierto sentido, Todos queremos algo es una "secuela espiritual" -empleando la expresión de Linklater- de Movida del 76 pero también de Boyhood (2013), pues ambas se detenían allí donde ahora empieza su último y extroardinario trabajo: el ingreso en la Universidad.
Ese mismo espíritu, el de hacer una película que el espectador pueda habitar, y por lo tanto regresar a ella una y otra vez sin cansarse -pues la experiencia siempre ofrece algo nuevo-, es el que se propone replicar en Todos queremos algo y, si cabe, llevarlo aún más lejos. "La gran diferencia es que he tenido diez años para pensar sobre esta película, así que en cierto sentido es más pura que la primera, que me llevó apenas un par de años", reconoce Linklater. De nuevo, el tiempo como elemento nuclear, como el lienzo de un creador infatigable. Cada una de sus películas es, en el mejor de los casos, como un "retazo de vida", o aquello que Jean Renoir -maestro del cine del realismo, maestro de Linklater- llamó "tranches de vie". La supuesta necesidad de una trama, incluso de un argumento, no le angustia.
Cada una de las películas de Linklater es, en el mejor de los casos, como un pedazo de vida
23 años después
El trozo de vida que ahora lleva Linklater a la pantalla corresponde a los cuatro días que preceden al inicio del curso universitario de 1980. El asfalto americano desde el punto de vista de Randall ‘Pink' Floyd (Jason London), con el que clausuraba la juerga de instituto en Movida del 76, encadena 23 años después con la llegada del coche de Jake (Blake Jenner) a las instalaciones universitarias. "Creo que los años de instituto son muy diferentes a los de la universidad -explica Linklater en The New York Times-. En el instituto te sientes como en una prisión, todavía estás en casa de tus padres, mientras que la facultad era la libertad absoluta. Así que se trataba de retratar ese momento en el que la vida te pertenece solo a ti". Jake será uno de los pitchers del equipo de béisbol universitario, con cuyos compañeros compartirá la casa en la que viven, que se convierte en el cuartel general de un largo fin de semana dedicado casi en exclusiva al sexo, las drogas y el rock & roll. Linklater fue jugador de béisbol en la Universidad Estatal de Sam Houston (Texas), que abandonó tras una lesión para entrar a trabajar en una plataforma petrolífera, y reconoce que "prácticamente todo lo que vemos en la película ocurrió en la vida real, pero no necesariamente a mí".Imagen de la película
La expresividad de la juventud
Atendiendo al reparto de rostros desconocidos -Tyler Hoechlin, Glen Powell, etc.-, pareciera que Linlkater recupera las búsquedas de Movida del 76, experesadas en unas notas que entregó a los actores antes del rodaje: "Un amor por el cuerpo y el rostro humano, la expresividad de la juventud".Si no hay más remedio que colgarle un argumento al filme, éste sería la fluctuación identitaria, que la película vincula directamente a los distintos estilos que conformaban el heterogéneo espectro musical de la época. Si el grupo salvaje de atletas acude el jueves a una fiesta disco, el viernes será a un bar country, el sábado a un concierto punk y el domingo a una fiesta conceptual de estudiantes de Bellas Artes. Qué duda cabe, la extraordinaria banda musical -con temas de The Cars, Aerosmith, Foghat, Donna Summer, Elvis Costello, Blondie, Frank Zappa…- imprime su propio relato al filme: "Para mí las canciones empiezan en el proceso de escritura. Escucho cientos de temas de aquella época. La música y el olfato son las cosas que con mayor eficacia inducen a la nostalgia", explica el autor de Escuela de rock (2003). Pero aquí no hay lugar para la nostalgia, sino para el perpetuo carpe diem y para la celebración de los días gloriosos que, como canta Springsteen, "pasan delante de ti en lo que dura el guiño de una chica".
@carlosreviriego