Image: Japón toma los cines y anima la cartelera

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Cine

Japón toma los cines y anima la cartelera

18 marzo, 2016 01:00

El recuerdo de Marnie

El estreno de El cuento de la princesa Kaguya y El recuerdo de Marnie, las últimas producciones del estudio japonés de animación Ghibli, nos hace reflexionar sobre el fenómeno del "anime", empeñado en mantenerse apartado de Hollywood, en no dejarse llevar por la tecnología y en ser capaz de demostrar que existe vida más allá de Pixar.

No es que, por supuesto, la industria de la animación japonesa no recurra también a los más modernos adelantos en técnicas digitales, sino más bien que ha limitado inteligentemente su uso y abuso, sin dejar que estos se adueñen por completo, en cuerpo y alma, de sus filmes animados. De hecho, gran parte del cine de animación nipón sigue firmemente asentado en las bases técnicas y estéticas que caracterizan el denominado anime, entre ellas y de forma muy destacada, la animación limitada, basada en la sobriedad y economía de movimiento más absolutas, utilizando muchos menos planos de los habituales en los filmes animados occidentales, pero convirtiendo sus carencias aparentes en virtudes estilísticas y narrativas.

Sin embargo, ese no es tampoco el caso ni de El cuento de la princesa Kaguya, ni de El recuerdo de Marnie los dos excelentes filmes de la productora Ghibli que se estrenan ahora en nuestro país. En El cuento de la princesa Kaguya, de Isao Takahata, fundador del estudio junto al legendario Hayao Miyazaki, nos encontramos con la exquisita reelaboración de una leyenda clásica japonesa, basada en motivos mitológicos y mágicos, que su director y equipo técnico/artístico han llenado de referencias visuales a la pintura, el dibujo y el arte de la caligrafía nipones, cuidando al máximo los detalles de vestuario, ambientación y atmósfera, para conseguir no solo un bello y poético viaje al pasado, sino también una recreación casi arqueológica del periodo Heian. Así, los rollos de pergamino pintados que aparecen en la película se inspiran en auténticos rollos del siglo XII, a los que Takahata ya dedicó un libro entero, considerándolos una especie de antecedente directo del arte de la animación. El resultado final es, por supuesto, una auténtica delicia para todos los públicos, que resultó nominada a los Oscar en 2015.

Igualmente nominada en esta categoría sería este año El recuerdo de Marnie, dirigida por Hiromasa Yonebayashi y, al igual que el filme de Takahata, producida por Yoshiaki Nisimura, de quien se rumorea puede convertirse pronto en el nuevo presidente de Ghibli. Al contrario que en el caso de El cuento de la princesa Kaguya, aquí nos encontramos con la adaptación de un clásico británico de la literatura juvenil, obra de Joan G. Robinson, en una nueva muestra de ese espíritu universalista que siempre ha caracterizado a los estudios Ghibli, y que ya nos diera otros títulos inspirados en la literatura occidental como El castillo ambulante.

El cuento de la princesa Kaguya

En las antípodas estilísticas de la película de Takahata, El recuerdo de Marnie comparte con ella la misma sensibilidad exquisita, detallismo y elegancia, pero también y sobre todo, ese lirismo agridulce y esa poética de la infancia que han hecho de las producciones Ghibli en general, y de los grandes filmes de Miyazaki en particular, obras maestras de un cine animado para niños de todas las edades. Naturalmente, el cine de Ghibli y, por supuesto, los filmes de Miyazaki, no es exactamente anime, como a menudo sus creadores se han encargado de resaltar.

Al contrario de lo habitual en otras producciones niponas animadas, destinadas antes que a su estreno en pantallas de cine a la televisión y, sobre todo, al mercado directo del vídeo (los llamados OVA: Original Video Animation), Miyazaki y su equipo han trabajado casi siempre a partir de los presupuestos de la animación más elaborada, difícil y costosa, inspirándose en Disney o los Fleischer, en busca de una fluidez y elegancia en sus películas que nada tiene que envidiar en este sentido a los mejores títulos del cine animado clásico. Por ello sería injusto clasificarlas de anime, si tenemos solo en mente el estilo y la técnica habituales del mismo que vimos más arriba. En definitiva, sería más apropiado pensar en el término anime como, simplemente, el equivalente japonés de animación -como el de manga no es otra cosa que su forma de denominar al cómic o historieta-, sin asociar necesariamente a este un estilo determinado. Aunque, por otra parte, todos sepamos al referirnos al anime que se trata, al fin y al cabo, de cine animado japonés. Es decir, con características formales y culturales específicas.

El cuento de la princesa Kaguya

En Japón el cine animado tiene una historia prácticamente tan extensa y rica como en occidente, que se remonta, sin retroceder como Takahata hasta los preciosos rollos pintados medievales, a los primeros decenios del siglo XX, conservándose ya algunos simpáticos ejemplos de dibujos animados publicitarios creados en 1917.

El Walt Disney nipón

Sin embargo, habría que esperar hasta la llegada de la figura patriarcal y seminal de Osamu Tezuka (1928-1989), justamente conocido como el Walt Disney nipón y con sobrenombres todavía más superlativos como 'El dios del manga', para que la animación ocupara un lugar realmente destacado en la industria cinematográfica del país. Tezuka, aunque más popular por sus series, personajes y filmes para niños, como el inmortal Astro Boy, fue también pionero en la animación experimental, creando numerosos cortometrajes de estilo, técnica y argumentos arriesgados, premiados en numerosos festivales, contribuyendo a la consolidación del cine animado para adultos.

Aunque a menudo se caiga en la tentación de creer que el anime es, fundamentalmente, un cine dirigido al público infantil, tendiendo a identificarlo a veces casi exclusivamente con las series y personajes televisivos que, sin duda, contribuyeron a internacionalizarlo y popularizarlo -Heidi, Mazinger Z, Marco, Comando G, etc.-, lo cierto es que los japoneses se encuentran entre los pioneros y más preclaros cultivadores de una animación que no tiene límite alguno. Una vez más, hay que insistir en que la animación no es un género, sino un formato, que puede dar y da cabida, de hecho, a todos los géneros en que podamos pensar.

La animación no es un género, sino un formato que da cabida a toda la variedad de géneros
El anime ha triunfado entre el público de todas las edades gracias a sagas y filmes de ciencia ficción como Akira de Otomo, Cowboy Bebop de Watanabe o la serie Ghost in the Shell del gran Mamuro Oshii, por citar solo unos pocos ejemplos. Directores como Oshii, el fallecido Satoshi Kon, o el ya consagrado Mamoru Hosoda, no solo han cultivado géneros tan diferentes como el melodrama, la fantasía, el thriller, la comedia, el musical, etc., sino que además ofrecen reflexiones sobre la propia naturaleza del cine, de la animación y de su relación con la realidad. La mejor prueba de la singularidad del anime y su absoluta falta de prejuicios nos la da la floreciente industria del hentai. Es decir, el anime erótico y pornográfico, el único cine porno con guión e historias que contar que existe en el mundo, al menos de forma comercial y artísticamente viable. A lo que hay que sumar su interminable caudal de variantes netamente niponas, que desde el lolikon con sus colegialas perversas hasta el ero-guro, con sus monstruos tentaculados, suposuponen un nuevo universo erótico inédito para el espectador occidental, que se ha rendido incondicionalmente ante el único cine porno del mundo que puede verse sin apretar el botón de avance rápido del mando a distancia.

El caso de Chihiro

Uno de los grandes momentos para la historia del cine animado fue cuando, en el año 2002, El viaje de Chihiro, la obra maestra de Hayao Miyazaki, obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín, aunque fuera 'ex aequo' con Domingo sangriento de Greengrass. Algo mucho más significativo que el Oscar al Mejor Filme Animado que le fuera concedido ese mismo año, por la nada simple razón de que se trató no de un premio especializado, en la categoría de animación, sino del gran premio del Festival, en liza con el resto de producciones, entre las que había firmas como las de Costa-Gavras, Kim Ki-duk, François Ozon o Iosseliani, entre otras. Fue el reconocimiento de que una gran película de animación es, ante todo, una gran película. Capaz de competir en igualdad de condiciones con cualquier otro filme interpretado por actores de carne y hueso e incluso amparándose, como era el caso, en la más clásica y genuina animación en dos dimensiones, sin abusar de efectos digitales, infografía, píxeles y otras aberraciones.

Hoy, tras la discreta retirada del maestro Miyazaki, Estudio Ghibli ha entrado en una fase de hibernación temporal, anunciando que se toma un respiro hasta nueva orden. Pero su despedida con El cuento de la princesa Kaguya y El recuerdo de Marnie, no hace más que reafirmar el inmenso valor de su aportación a la historia del cine animado: hacer que nos olvidemos de que se trata de "películas de dibujos" para que comprendamos que se trata de grandes películas.