Escena de 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi
El director Michael Bay (Transformers, Pearl Harbour , Armageddon) estrena 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, en la que narra el ataque contra la embajada de Estados Unidos en Libia en 2012.
Michael Bay no es John Ford. Eso ya lo sabemos. El director estadounidense ha hecho fama y fortuna con la interminable (e insoportable) saga de los Transformers y con películas de claro tinte nacionalista como Pearl Harbour (2001) o Armageddon (1998), que sin ser una maravilla parecen obras maestras comparadas con el desaguisado de 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, película de corte ultranacionalista que narra el desafortunado ataque contra la embajada de Estados Unidos en Libia. Episodio de viva actualidad no solo porque sucedió hace cuatro años escasos, sino porque la desinformación que dio el Gobierno de Estados Unidos (primero dijo que había sido producto de una revuelta espontánea y después se supo que había sido un ataque planificado) tiene contra las cuerdas a la candidata Hillary Clinton, por aquel entonces secretaria de Estado.
En esa ciudad, Libia, que comparte con nuestro país el mar Mediterráneo y no está muy lejos de Italia, murieron el embajador, Chris Stevens, y tres soldados de élite americanos. Nadie niega que fue una tragedia y que es material interesante para una película. Pero 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi parece realizada por Donald Trump y Sarah Palin atiborrados de LSD. La simpleza política de Bay, que presenta al embajador como un ángel de la paz y a las fuerzas americanas como bienhechores de la humanidad, es de una simpleza tan insultante y patriotera que acaba provocando el efecto contrario al sugerido y uno casi tiene ganas de ponerse del lado de los islamistas. Es especialmente vergonzosa esa imagen de las madres con chador recogiendo a sus muertos, que en este filme valen cada uno 100 veces menos, si es que valen algo, que los americanos.
No solo es que Michael Bay decida tomar la peor opción incluso para defender su propio punto de vista, es que el retrato que hace de los soldados estadounidenses (a los que dedica el filme) los presenta como una panda de idiotas atiborrados de anabolizantes, adictos a la Play Station y nostálgicos de una arcadia idílica en su patria querida que confronta con la bajeza moral de un país que debería estar como loco de contento ante la invasión de una pandilla de fanáticos del Mortal Kombat. Si a eso sumamos las insufribles conversaciones del protagonista con su esposa embarazada, por momentos casi dan ganas de echarse a vomitar. No es una cuestión de anti o pro americanismo, es que solo a una persona de una ignorancia supina le puede interesar una película estúpida.
@juansarda