La milagrosa anomalía de Kaufman
Uno de los muñecos protagonistas de Anomalisa
Anomalisa, el nuevo trabajo Charlie Kaufman, protagonizado por muñecos de silicona, es el más humano de cuantos ha dirigido. Sin embargo, contiene ideas pasadas de Cómo ser John Malkovich, Adaptation y Olvídate de mí.
En cierto modo, con Charlie Kauffman y Anomalisa ocurre algo parecido, aunque los motivos sean distintos. Su nuevo trabajo detrás de la cámara -compartiendo crédito con Duke Johnson- está protagonizado por muñecos de silicona de 30 cm de alto pero es la película más 'kauffmaniana' de todas las que ha escrito y/o dirigido. Y también la más humana. Además se ofrece como síntesis y recapitulación de varias ideas, tonos y sensaciones exploradas en Cómo ser John Malkovich (1999), en Adaptation (2002), en Olvídate de mí (2004), en Synedoche, New York (2008), todas ellas formando un laberinto de vidas psicoanalizadas bajo la lupa de la neurosis, el absurdo y la ternura. Lo que distingue quizá a Kauffman de Anderson es que el primero, torturado pensador de los abismos cotidianos de la naturaleza humana, no es un esteta. Es un gran escritor, una mente singular, filósofo o poeta, si quieren, pero no un esteta.
Kauffman llega a Anomalisa por puro accidente, como si él mismo protagonizara una de sus extrañas ficciones, no en vano tan porosas a su biografía. Llega bajo el heterónimo de Francis Fregoli, con el que firma la obra de "teatro sonoro" (como una pieza radiofónica) que escribe por encargo, interpretada por tres actores: David Thewlis, Jennifer Lason Leigh y Tom Noonan. El trío compone también el reparto entero de la película, y mientras Thewlis y Leigh ponen voz a la pareja protagonista -Michael Stone y Lisa Hesselman-, Noonan será la voz de todo el resto del reparto. Anomalisa fue en cierto modo reinventada para dar el salto de las tablas a la pantalla, pero en esa mutación a los dominios de la tecnología stop-motion (que ha llevado tres años de elaboración), el relato de alienación y romance adquiere una dimensión poética que Kaufman, al principio reacio a la idea de convertir sus personajes en muñecos, seguramente no había sospechado.
"El hecho de que sean marionetas que están siendo manipuladas -explica Kaufman- se convierte en un asunto existencial. Nosotros sabemos que son manipulados, pero ellos no". Los metafísicas historias de Kaufman tienden a recordarnos que sus criaturas habitan ficciones, y tarde o temprano se rebelan contra sus demiurgos como hacía el protagonista de Niebla de Unamuno. Kaufman se sumerge en la psique de sus criaturas mejor que cualquier otro cineasta norteamericano, excavando en sus sinapsis neuronales y sus soplos del corazón con admirable naturalidad, y en Anomalisa se propone inspeccionar la soledad y amargura de un hombre desencantado con el mundo, deprimido y cansado con su vida -irónicamente, se trata de un popular autor de manuales de autoayuda-, que contempla el mundo alrededor como un lugar robotizado, sin interés alguno, como si la vida fuera un fastidioso protocolo... hasta que conoce en un hotel de Cincinnati, donde ha viajado para dar una ponencia, a Lisa.
Lisa será la anomalía en su vida. Su "anomalisa". El dispositivo que encuentra Kaufman para trasladarnos el carácter único y exclusivo de Lisa en la mente de Michael es una genialidad. Todos los personajes en el filme, sean hombre o mujer, suenan con la misma voz neutra de Noolan. El efecto de extrañamiento en el audio se suma así al de la imagen en 3D. Pero cuando aparece Lisa, su dulce voz femenina la distingue de todos los demás. Es, para Michael, "la única otra persona en el mundo". La manifestación sonora del amor exlusivo. Kaufman pone así en forma la expresión psicológica del síndrome de Fregoli que padece el protagonista, y que causa en quien lo padece la plena convicción de que todas las personas son en realidad la misma persona disfrazada. A través del amor fou que súbitamente experimentan Michael y Lisa somos invitadas a ser testigos de la escena erótica más anómala que podamos imaginar: el sexo de marionetas representado con vocación realista.
La angustia kaufmaniana, su parálisis y melancolía, los espíritus reflexivos de Kafka, Borges y Miller, empapan cada fotografma de la película desde su asombroso arranque. El humor se expresa desde la estupefacción, la irritación, el hastío de unas vidas que se arrastran por los pasillos del hotel como si cargaran con todo el mundo sobre sus espaldas. Y ese humor alcanza su cumbre a costa de Cindy Lauper: cuando Lisa canta Girls Just Wanna Have Fun en la intimidad compartida con Michael tomamos conciencia de la naturaleza lírica de este relato que no se parece a ningún otro relato, ni en las formas ni en el texto. La traducción plástica del sentido metafísico kaufmaniano depara en Anomalisa una de las sensaciones de mayor extrañeza (y satisfacción) a las que podemos aspirar hoy en día en una sala de cine. Un extroardinario logro.
@carlosreviriego