O futebol, de Oskman y Muguiro

Con la extraordinaria O Futebol, hoy en salas tras inaugurar el Festival Márgenes, Sergio Oksman y Carlos Muguiro narran la crónica íntima de un reencuentro entre padre e hijo con el Mundial de Fútbol como telón de fondo.

La simetría del plano no es una mera decisión estética. En el caso de O Futebol es casi una decisión filosófica, es decir, una razón de ser. A la izquierda queda el hospital y a la derecha un bar con un partido de fútbol en la televisión. El plano se suspende en el tiempo para que podamos observar uno y otro lado, sentirnos ahí de pie, inmóviles, desde el lugar donde filma la cámara: alguna esquina de Sao Paulo. Y en el preciso instante en que la ambulancia entra en plano y se detiene, al fondo, en la puerta de la clínica Sancta Maggiore, clientes y camareros del Paraíso celebran un gol de la selección nacional.



Apenas unos metros separan la enfermedad de la euforia. El momento de convergencia no puede ser planificado, y como el mismo encuadre, sesga la película en dos partes. En ese momento, el filme que se ha ido construyendo desde un rigor cartesiano, tratando de controlar el destino de un relato en el que un hijo se reencuentra con su padre (y viceversa) veinte años después, se adentra en las imprevisibles embestidas de la vida, ahí donde nada se puede planificar. La película parece encontrar también, entonces, su propia razón de ser: controlar el azar.



Momentos así, películas como O Futebol, no solo nos hacen amar el cine, sino que nos ayudan a comprender por qué lo amamos. Sergio Oksman y Carlos Muguiro son los co-autores de este trabajo extraordinario: porque su propia naturaleza trasciende lo ordinario precisamente para que lo ordinario nos trascienda. El tercer largometraje de Oksman es, entre todas las formas posibles de comprenderlo, el autorretrato de una relación paterno-filial (el hijo es el director) que se abisma a entrar en contacto con esos precisos instantes en los que el arte, la propia vida, se rebela contra su creador, contra el cine. La idea propulsora establece las reglas del juego: ver todos los partidos del Mundial de Brasil juntos, como hacían en la infancia del director. Y para filmarlo, también hay reglas formales. Pocas pero estrictas: el hermetismo del plano fijo, la repetición de encuadres (desde la parte de atrás del coche, acaso el destino persiguiéndoles), no mostrar una sola imagen de los partidos, etc. Como si solo desde el control de la puesta en escena (y la escritura en montaje, que se intuye harto elaborada) pudiera registrarse el descontrol de la existencia.



Oksman y Muguiro escribieron también el cortometraje premiado con el Goya Una historia para los Modlin (2012), una de las piezas breves de mayor calibre que ha producido el cine español. En ella, la fabricación cinematográfica también acababa encontrando su punto de fuga hacia un lugar generalmente inaccesible a toda fabulación: la sustancia orgánica que se oculta bajo la piel de las cosas, bajo la piel también del cine. Sus películas son artefactos sistematizados por el raciocinio, elaborados desde el instintio y alumbrados por una profunda emoción. Es tan irrelevante preguntarse si lo que vemos es un documental como si es una ficción, porque asistimos a la absoluta disolución de ambos códigos : el juego de espejos refleja el propio devenir de la historia.



No hay que llamarse a engaño en todo caso: no es O Futebol una película terapéutica donde el cineasta ególatra purga sus deudas con el desarraigo, la familia, la identidad... Es más bien la película que cierto cine de lo íntimo estaba esperando que alguien hiciera para enterrar de una vez los diálogos intrascendentes entre vida y cine, entre lo real y lo fabricado. O Futebol insiste continuamente en recordanos que no nos podemos fiar de sus imágenes, pero también nos muestra cómo a veces el artificio es el mejor salvoconducto hacia a la verdad. ¿El azar, el destino, también responde a sus propias reglas? ¿Y puede el cine revelar sus mecanismos? Tratar de ordenar el mundo solo puede despertar su rebeldía. He ahí una lección filosófica, una razón de ser.



@carlosreviriego