Meryl Streep en Ricki
La actriz interpreta a una rockera sin éxito en Ricki, una película que decide pasar por alto las preguntas más complejas que plantea para irnos decepcionando con una serie de tópicos moralizantes que quizá la hacen más accesible para un gran público.
Ricki, película dirigida por Jonathan Demme (El silencio de los corderos), protagonizada por Streep y Kevin Kline y con guión de Diablo Cody, nos plantea qué sucede cuando esa rockera talludita regresa al que fue su hogar para reencontrarse con unos niños (dos chicos y una chica, ya mayores, claro) a los que no ha visto crecer y que en algunos casos albergan fuertes sentimientos de rencor hacia ella. Los acontecimientos se precipitan cuando su hija trata de suicidarse después de un breve matrimonio frustrado.
El cine de Estados Unidos tiene la tendencia a plantear dilemas morales contemporáneos y tratar de resolverlos. En este caso, se nos plantea el reverso de esa filosofía que hemos visto tantas veces: "Pelea por tus sueños, sé tú mismo". La protagonista no solo ha peleado por sus sueños, sin conseguirlos, y ha sido ella misma, por el camino también dejó tirado a un marido enamorado y tres niños. En este caso, la rockera, es republicana y ferviente defensora de las tropas. La pregunta que plantea Diablo Cody con su guión es muy sencilla: ¿Deberían perdonarla?
Meryl Streep es una actriz estupenda pero cabe decir que al principio cuesta creerla como rockera. Una vez superado el susto, lo mejor de Ricki llega al principio con ese reencuentro de la madre díscola con los enfurecidos hijos. Demme, que es un buen director, maneja con gracia y finura los hilos de esa familia rota pero no infeliz con un padre próspero que se volvió a casar para darles una madre a unos hijos que arrastran un inevitable sentimiento de abandono materno pero han tenido una vida cómoda y agradable. La química entre Kline y Streep funciona y el choque entre esa madura rockera y el mundo pequeñoburgués del midwest de Estados Unidos tiene momentos de verdadera gracia.
Es una pena que Ricki, después de demostrar sus mejores cartas y entretenernos y conmovernos durante un buen rato con las cuitas de esta familia no muy distinta a cualquiera, decida irse por terrenos más convencionales y no llegue a profundizar en el propio dilema que plantea. A medio camino entre el sentido canto feminista y una filosofía del perdón que se asemeja demasiado a lo pasteloso, la película al final decide pasar por alto las preguntas más complejas que plantea para irnos decepcionando con una serie de tópicos moralizantes que quizá la hacen más accesible para un gran público pero también traicionan lo que podría haber sido una muy buena película. Al final, es una película "bonita" de Hollywood más, divertida de ver, algo banal.