Milagro en el Líbano
El cineasta libanés Amin Dora debuta con Ghadi, una tierna propuesta dispuesta a conquistar corazones. La película trata sobre la lucha de unos padres para que su hijo discapacitado sea aceptado por su comunidad de vecinos. La solución es conmovedora, genial y liberadora.
Opera prima del cineasta libanés Amin Dora, Ghadi llega a las pantallas españolas con su tierna propuesta dispuesta a conquistar corazones. La película trata sobre el tema más lacrimógeno que pueda haber, la lucha de un padre porque su hijo discapacitado sea aceptado por su comunidad de vecinos. Hay en la mirada de Dora ecos tanto de ese mundo oriental en el que lo verosímil y lo inverosímil conviven, un retrato un tanto bufonesco de ese Oriente Medio provinciano y cargado de prejuicios en el que todos son familia que recuerda vivamente a las novelas de Salman Rushdie o V.S. Naipul, con esa mirada entre sarcástica y tierna a las debilidades humanas en un contexto de fuerte represión social en el que perviven creencias mágicas.Y hay ecos en el filme de Y los jueves milagro (1957) así como de todo el cine de Berlanga en este retrato coral de un barriada cristiana de Beirut en la que lo mejor y lo peor del ser humano conviven. Cuenta la película lo que le sucede a un buen hombre, profesor de piano, cuando nace su tercer hijo, el primero varón, con una discapacidad mental. Después de sus dudas, el padre quiere al hijo con locura y se enfrenta a la ira de sus vecinos, hartos de oírlo gritar en el balcón en un contexto prejuicioso en el que el síndrome de Down (combinado en este caso con ataques furiosos) se interpreta según el pensamiento mágico atribuyéndole connotaciones peyorativas cuando no demoníacas. Y el padre, ante la posibilidad de que le arrebaten a su hijo, se inventa que es un ángel. Y la gente, le cree.
Arranca Ghadi con un largo prólogo bastante incomprensible en el que vemos la infancia del padre, su infancia de niño tartamudo y maltratado, quizá para que entendamos por qué siente una empatía tan brutal por la desdicha de su hijo. Abusa el filme entonces de la voz en off aunque sí ofrece quizá lo más interesante que tiene que ofrecer, un retrato agridulce de la sociedad libanesa en la que el vicio se oculta y se vive por y para las apariencias. Una sociedad mediterránea, por cierto, no tan distinta a la nuestra. El asunto mejora con la historia del ángel y la película va adquiriendo un tono neorrealista (De Sica en el retrovisor con unas gotas de la Amélie de Jeunet) que la hace decididamente simpática.
Cuesta creer la credulidad de los crédulos, ese barrio que de repente pasa de detestar al niño a venerarlo como un santo, y el filme trata de corregir su propio subterfugio con una lección de realismo mágico, algo así como que las mentiras acaban convirtiéndose en verdades por sí mismas cuando la gente las cree. El fin justifica los medios en este filme sobre nuestra necesidad de creer más allá de lo razonable y la riqueza que contienen esas creencias. Es una lección amarga para un filme dulce sobre un hombre que acaba siendo prisionero de una fantasía que se le ha ido de las manos. No siempre logra mantener el tono y el filme oscila demasiadas veces entre la acidez y el buenismo sin que acaben de casar del todo ambos conceptos, pero por momentos nos conmueve y nos regala una apasionante radiografía de una sociedad como la libanesa en la que muchos reconocerán la España incluso de hoy mismo.