White Dog arranca con un enigmático plano de una niña en bicicleta con una jauría detrás
Ganadora de la sección "Un Certain Regard" del Festival de Cannes, se estrena White God, en la que el director húngaro Kornél Mundruczó propone una fábula moral con perros que a la vez es una metáfora política y un ‘thriller' canino.
White God, del director húngaro Kornél Mundruczó, es consciente de la historia y mitología que necesariamente arrastra el ‘canis lupus familiaris'. Y lo es desde todos los ángulos posibles. Los perros pueblan por igual las fábulas animadas de Disney que el peor de los insultos. Un perro mueve por igual a la emoción que al desprecio.
Ganadora del premio a la mejor película en Cannes en la sección "Un Certain Regard" del año pasado, la película quiere ser a la vez fábula moral, metáfora política y thriller de acción. Y es en esa indefinición donde reside a la vez su virtud y su condena. Sin duda, poco tiene que ver este esfuerzo virtuoso de dirección (no hay efectos especiales, sólo una manada de 250 canes debidamente amaestrados y dirigidos) con nada de lo propuesto por el responsable del drama sucio y rural Delta o del confuso ejercicio de estilo Semilla de maldad. Ahora todo es más sencillo, directo y, desde luego, animal.
White God se limita a contar la vida de un perro; un perro callejero castigado por, precisamente, la vida. En Budapest, una ordenanza municipal prohíbe las razas bastardas. Sin duda, una mala noticia para Hagen, el protagonista a cuatro patas de todo esto. Su dueña, una niña que toca la trompeta, intentará por todos los medios no separarse de su mejor amigo. Y eso a pesar de la rudeza bestial de su padre, la obstinación de las autoridades y la insensibilidad de todo. No será posible. La criatura que ladra iniciará una aventura equinoccial por lo peor de nosotros. Y así hasta la justa venganza. La cinta se abre con una plano enigmático y voraz de una niña en bicicleta por un Budapest vacío. Detrás de ella, una jauría que se diría humana, de puro violenta. Mundruczó juega a los símiles, a las referencias cruzadas, y lo hace con soltura, sin prejuicios; siempre pendiente de que el espectador siga el rastro de un imaginario demasiado evidente para no ser compartido. Si el título es una referencia evidente a White Dog, la alegoría racista filmada con toda la rabia del mundo por Sam Fuller, cada plano de la película quiere acercarse a la tensión muda de Los pájaros de Hitchcock, sin renunciar al juego simbólico de una rebelión en el planeta de los "otros" simios. Todo ello es el motor de una película construida desde sus cimientos con hambre metafórica.
Desde la intransigencia brutal de la culta Europa con los que vienen del otro lado, al trato contra naturam que dispensamos a la naturaleza, pasando por la brutalidad que asiste necesariamente a una cultura carnívora, White God se propone de forma tan frontal en su lectura que no queda claro si se trata de ingenuidad, agudeza o las dos cosas. Al final, lo que queda es la herida de un perro dispuesto a devolver el golpe de años, siglos, milenios de humillación. Tan simple, tan inteligente, tan animal. Como diría Mayor en la fábula de Orwell: "Haced desaparecer al hombre de la escena y la causa motivadora de nuestra hambre y exceso de trabajo será abolida para siempre". Tomemos ejemplo.