Don Quijote
Orson Welles vivió una auténtica historia de amor con España, con su cultura y con su historia que tenía sus raíces en su mas temprana juventud.
De hecho, ya en la primavera de 1933, apenas cumplidos los 18 años, Welles llegaba a la capital hispalense procedente de Marruecos. Cinco años antes de aterrorizar a los Estados Unidos con su programa radiofónico La guerra de los mundos (1938) y ocho antes de dirigir Ciudadano Kane (1941), aquel chaval con ganas de comerse el mundo se instaló en un piso del barrio de Triana encima de una bulliciosa casa de putas, disponía de un coche y de una sirvienta, y no dudó en echarse al ruedo a torear unos novillos que, según confesaría después, tuvo que comprar con su propio dinero.
Su fascinación por el universo taurino no le abandonó nunca, pero a los pocos meses regresó a su país, desde donde vivió con sincero desgarro la tragedia de la guerra civil española. Se implicó por ello en numerosas actividades de solidaridad con la causa republicana, como fueron algunos programas radiofónicos de la serie March of Time, que dramatizaban noticias procedentes de España (en uno de ellos, los habitantes de Teruel denuncian las barbaridades perpetradas por el bando franquista), o como la lectura del comentario en off que Ernest Hemingway había escrito para el documental Tierra de España (Joris Ivens, 1937), aunque finalmente su grabación -que pese a todo se conserva- fue sustituida por la del propio novelista en la versión final de la película.
Imbuido de un visceral rechazo hacia la dictadura franquista, escribe después diversos artículos en el New York Post (en uno de ellos llama a Franco "el gánster de Madrid") y se mantiene durante mucho tiempo alejado de España hasta que, convertido ya en un cineasta prodigio, pero enseguida rechazado por el rígido sistema de Hollywood, regresa fugazmente en febrero de 1951. Iba entonces camino de Tánger (donde debía concluir el rodaje de Otelo) y aprovechó para recalar en Madrid y admirar las pinturas de Velázquez y Goya en el Museo del Prado, tras lo que regresó a finales de 1953 para filmar aquí Mr. Arkadin, si bien con dinero de procedencia suiza.
No dejaba de resultar paradójico que un cineasta liberal y defensor de la República eligiera un país gobernado por una dictadura fascista para realizar un filme protagonizado por un peligroso criminal relacionado con el nazismo, pero Welles aprovechó la ocasión para explorar cierto imaginario cultural (el homenaje a Goya en las máscaras de la fiesta de disfraces) y para filmar en unos estudios de la capital, en exteriores de Madrid y Segovia y en una lujosa villa de la Costa Brava (en S'Agaró), convertida en un escenario mexicano. Un rodaje que, apenas finalizado, deja paso a la filmación en el parisino Bois de Boulogne de las primeras pruebas para su soñado Don Quijote (con Mischa Auer y Akim Tamiroff), aunque el verdadero rodaje de esta película no comenzaría hasta 1957 en México, con Tamiroff como Sancho Panza y con el exiliado actor español Francisco Reiguera en el papel del ingenioso hidalgo.
La aventura guadianesca de realizar Don Quijote y su empeño en terminarlo se convertirían después para Welles en otra recurrente obsesión. Con escenas rodadas en Italia y posteriormente en diversos escenarios españoles, incluidos los San Fermines (durante la realización en 1961 de Viaggio nel paese di Don Chisciotte, un documental que realizó para la televisión italiana), su filmación se vería constantemente interrumpida por falta de financiación y por múltiples circunstancias adversas, incluida la muerte de Francisco Reiguera en 1969. Pese a todo, la película vio finalmente la luz en un discutible montaje (perpetrado por Jesús Franco en 1992 a partir de algunos de los materiales disponibles), lo que permitió intuir la notable complejidad narrativa y filosófica con la que Welles emprendió su búsqueda del personaje cervantino. Amigo íntimo de toreros como Andrés Vázquez y Antonio Ordóñez, durante sus múltiples viajes por España fueron constantes sus visitas a bodegas andaluzas, tablaos flamencos, procesiones de Semana Santa y hasta diversos escenarios del País Vasco francés, como desvelan sus imágenes -impregnadas de un ingenuo nacionalismo folclórico- rodadas para dos programas sobre Euskadi producidos por una televisión británica (The Basque Countries y La Pelote Basque).
Con producción íntegramente española y con el impulso decisivo de Emiliano Piedra acabaría filmando a su vez, entre octubre de 1964 y la primavera de 1965, Campanadas a medianoche, rodada en escenarios de la madrileña Casa de Campo, Ávila, Calatañazor y la Colegiata de San Vicente de Cardona (no lejos de Barcelona): un rodaje que preparó mientras vivía instalado en una lujosa casa cerca de Aravaca, que convirtió en su cuartel general. Con restos del vestuario utilizado en El Cid, con piezas procedentes del rodaje de La caída del imperio romano, con armaduras casi siempre incompletas y valiéndose de múltiples trucajes, Welles filma con ella una obra maestra (admirable síntesis de varias obras shakespearianas) que él mismo consideraba su película favorita.
España es igualmente el escenario en el que rueda, por encargo de la televisión francesa, su personal adaptación de un relato de Isak Dinesen que será, además, la última película de ficción que consiga acabar (Una historia inmortal, 1968), filmada en estancias de su casa de Aravaca, en la localidad de Brihuega (convertida en Macao), en la plaza de Chinchón y en el pueblecito segoviano de Pedraza. Por escenarios de Ibiza transcurren, a su vez, algunas imágenes de Fraude (Quesiton Mark / F for Fake, 1973), obra adelantada a su tiempo y pieza fundacional del cine-ensayo, y España es, incluso, escenario y germen de varios de sus proyectos frustrados, tales como La isla del tesoro (un rodaje casi paralelo al de Campanadas..., en los barcos con los que Samuel Bronston había filmado en Denia El capitán Jones), o la idea de un western de inspiración pacifista basado en un guion de Peter Viertel (The Survivors), para cuyo rodaje -nunca iniciado- Orson Welles llegó incluso a solicitar, a principios de 1967, la nacionalidad española.
Y no solo estos: también es español el origen de su inacabada The Dreamers, basada en otros dos cuentos de Isak Dinesen, para la que estuvo buscando localizaciones en Aranjuez, aunque después empezaría a filmarla en su casa de Los Ángeles, en 1981; o una escena pensada para su proyecto de The Merchant of Venice (declamada por él mismo, interpretando a Shylock, frente a la cámara de Gary Graver en Murcia) y hasta las primeras ideas para la mítica y todavía desconocida The Other Side of The Wind, que antes de empezar a rodarse a principios de 1974 en un rancho de Arizona (con otra orientación y con el productor Andrés Vicente Gómez embarcado en la aventura), inicialmente llevaba por título Los monstruos sagrados y era una historia protagonizada por Jack Hannaford, un veterano director -imaginado por Welles como trasunto de Hemingway- obsesionado por realizar una película sobre un joven torero.
A comienzos de los años ochenta, pese a todo, Orson Welles seguía soñando con su película cervantina: "Quizás no podré terminar Don Quijote, pero, si no lo termino, creo que en cierto modo me uniré a ellos porque en la vida nuestra energía, nuestro amor, nuestros pensamientos, no desaparecen simplemente, sino que vibran en algún sitio, y en ese sentido estaré con Cervantes y Sancho..., y con Don Quijote, por supuesto". Y a ellos acabó uniéndose, efectivamente, cuando la muerte le sorprendió en la madrugada del 10 de octubre de 1985, en su casa de Los Ángeles.