Timothy Spall caracterizado como Mr. Turner.

No se escuchó un reproche cuando Timothy Spall recogió la Palma de Oro a Mejor Actor. Su encarnación del más grande pintor británico en la película de Mike Leigh, Mr. Turner, posee la energía y el magnetismo de los iconos cinematográficos. Hablamos con el gran intérprete británico de cómo capturó la esencia del misterioso pintor de paisajes.

Fue Billy Wilder quien dijo que, en la gran pantalla, saber actuar es secundario: lo importante es la "cinegenia". La que tenía Marilyn, por ejemplo. Se piensa en el actor cinematográfico como una presencia. Hay que aparentar, no hay que ser. Pero ocurre que cuando a la imagen convincente y adecuada se añade el ser, es decir, la esencia, entonces la pantalla entrega esa clase de interpretaciones que transmutan en iconos cinematográficos. El último de ellos tiene un nombre: el pintor Joseph Mallord William Turner (Londres, 1775-Chelsea, 1851). O mejor, dos: el actor Timothy Spall (Londres, 1957). "Llámame Tim, por favor", dice al otro lado del teléfono, "que mister Spall es demasiado serio".



Ya puestos, también podríamos decir "Mr. Turner", título no en vano del biopic dirigido por Mike Leigh por el que Tim Spall -dejémoslo ahí- recogió la Palma de Oro al Mejor Actor en el pasado Festival de Cannes, a cuya presentación había decidido no acudir. Pero en un instante, todo cambió. Disfrutaba en su barco, junto a su mujer, de unas vacaciones en Holanda cuando sonó el móvil. "Lo siguiente que supe es que estaba en un Rolls Royce atravesando la Croisette, escoltado por dos policías en moto, y recuerdo que le dije a mi mujer: ‘Parece que las cosas van mejorando, mi amor'. Unos instantes después, Monica Belluci me entregaba este maravilloso premio".



La anécdota guarda su intrahistoria. Pudo estar en Cannes con motivo de la Palma de Oro de Secretos y mentiras (1996), pero el actor tuvo que ser ingresado por diagnóstico de leucemia avanzada. "Todo el equipo estaba literalmente cruzando la alfombra roja cuando a mí me administraron la primera inyección de quimioterapia, directa al corazón. Todo ese infierno volvió a mi mente, experimenté la certeza de que iba a morir. Así que me sentí terriblemente conmovido y abrumado de poder estar en Cannes dieciocho años después. Sentí una emoción genuina". Una clase de emoción, afirma, que no le ha podido otorgar ningún otro papel desde que debutara en la mítica Quadrophenia (1979), ni en las otras seis películas que a lo largo de tres décadas le han convertido en el actor fetiche de Mike Leigh, ni codeándose en Hollywood con Tom Cruise (Vanilla Sky) o encarnando a Winston Churchill (El discurso del rey), ni tampoco con el pasaporte a la fama mundial que le concedió su personaje de la saga Harry Potter.



-Siento que Mr. Turner es un hijo mío. Hemos construido la película desde cero, durante siete años, y la forma de trabajar de Mike [Leigh] te hace sentir copropietario del filme. Mike es el capitán del barco, pero pide a su tripulación una implicación y colaboración plenas. Ese es su método para encontrar la verdad. Ensayamos durante seis meses en un registro de improvisación, hasta que encuentra la estructura dramática y siente que estamos preparados para rodar y fijar el trabajo en película. Te conviertes así en coautor de la obra, porque sientes al personaje crecer orgánicamente, le haces respirar y sentir, así que en cierto modo es lo contrario de actuar, pues te conviertes en un vehículo del personaje.



-En su búsqueda de la esencia de Turner, recibió durante dos años clases del pintor Tim Wright. ¿Hasta qué punto fue eso determinante?

-Nunca se diseñó esta enseñanza de tal modo que yo llegara a pintar como Turner. Eso es tan absurdo como decirle a alguien: "Vete a leer un libro de matemáticas y cuando lo entiendas puedes interpretar a Einstein". Se trataba de familiarizarme con las herramientas que Turner empleó en su obra, iniciarme en las técnicas del óleo, de la acuarela, del guasch, la tiza, el talco... Durante dos años hicimos dibujo al natural, bosquejos, pinté cinco o seis grandes lienzos, y llegó un momento en el que Wright me hizo pintar una copia exacta, a la misma escala, de la obra maestra Tempestad de nieve en el mar, que fue el resultado de lo que Turner experimentó cuando se ató al mástil de un barco en el fragor de una tormenta.



Dios es el sol

La película de Leigh es extraordinaria. Lo es como biografía fílmica de los 25 últimos años de vida del genio que volcó sus emociones en paisajes asomados a la abstracción, pero también como un revelador estudio pictórico de la obra del mayor pintor inglés, pues el sublime trabajo fotográfico de Dick Pope insiste en dejar claro que la psicología de Turner siempre respondía a la luz cambiante que le rodeaba: "Dios es el Sol", expiró en su lecho de muerte. Pero todo ese trabajo se hubiera extraviado en su propio rigor sin la milagrosa encarnación de Tim Spall. Con el despliegue físico y los mil matices que imprime a un personaje hosco y extraordinariamente sensible al mismo tiempo, que se expresaba en gruñidos, se apropia por completo de la película. "No quiero identificarme con Turner, pero hay ciertos paralelismos -concede el actor-. Ambos procedemos de la clase trabajadora y somos autodidactas: todo lo que sé de artes y literatura, como Turner, lo he aprendido a través de mi trabajo".



En su proceso de comprensión del genio, nada parecía suficiente: "Tuvimos que investigar meticulosamente. Explorar su obra, sus influencias, las personas a las que conoció, recorrer cada biografía y estudio que se ha realizado sobre él. Pero puedes leer todos los libros que quieras que al final el misterio permanece -explica Spall-. En determinado momento comprendí que la gran influencia de su vida fue su madre. Si hubiera vivido hoy, esta mujer hubiera sido atendida por psiquiatras, pero en el siglo XIX se la trató como una enferma mental irrecuperable. Creo que esa fue la llave para entrar en sus contradicciones. Se expresaba como una bestia porque desarrolló un mecanismo emocional complejo que, a pesar de su extraordinario intelecto, le hacía incapaz de articular sus emociones".



El resultado de sus tormentos es la genialidad de su pintura, canal de sus emociones. "Turner tuvo cinco grandes amores en su vida. Pero el mayor de ellos, el motivo de su existencia, era su trabajo. Sentía tal compulsión por servir a su talento, que todo lo demás era secundario. No solo le convertía en alguien difícil de tratar, sino que también sacrificó su propia felicidad en función de su pintura. Muchos genios tienen eso en común: su esclavitud al talento que le ha sido concedido. Y la película al final trata esencialmente sobre eso". El trabajo y el genio de J.M.W. Turner, efectivamente. O mejor, de Tim Spall.