V. Schlöndorff
El director de El tambor de hojalata, Volker Schlöndorff, estrena en la cartelera española Diplomacy una indagación sobre los últimos días del nazismo y sus secuelas. "Palpita aún el rechazo a todo lo que sea supremacía alemana. Ese pasado está en el subconsciente", sentencia.
Entonces llega la orden de Hitler de arrasar París destruyendo sus monumentos más emblemáticos y provocando, de paso, la muerte de cientos de miles de personas. Es el mensaje de despedida de un Hitler derrotado que, como nos explica Volker Schlöndorff (Hessen, 1939) director de Diplomacy, la película que rescata ese episodio histórico no demasiado conocido pero verídico, "actúa como un verdadero enfermo mental. No hay ninguna ventaja estratégica en destruir París, es pura barbarie. La guerra ya está perdida y esto es como ese psciópata que mata a una mujer que no ha podido conquistar, ya que no será mía, la prefiero muerta".
En la nueva ola alemana
Ilustre veterano del cine alemán y europeo, Volker Schlöndorff se fue a vivir a París a los quince años junto a su familia, en plenos años 50, con las secuelas de la guerra mundial aún muy recientes. Comenzó en el mundo del cine trabajando junto a Louis Malle como asistente de dirección en películas como Zazie en el metro (1960) o El fuego fatuo (1963) y colaboró con Resnais en aquella mítica El año pasado en Marienbad (1961). Su trayectoria como director arranca cuando regresa poco después a Alemania, donde se integra en la Nueva Ola Alemana junto a figuras como Wim Wenders o Fassbinder y debuta con El joven Törless (1966), adapatación de una novela de Robert Musil en la que la historia de un joven que acepta de forma pasiva la brutalidad en su escuela austríaca sirve como metáfora a la inacción de Alemania ante el ascenso nazi. La fama mundial le llegaría con la Palma de Oro y el Óscar por El tambor de hojalata (1979), versión de la célebre obra de Günter Grass en la que el delirio nacionalsocialista tenía un papel destacado. "Como cineasta uno no siempre es libre de escoger sus temas -cuenta Schlöndorff a El Cultural-. Los temas también te escogen a ti. Hago películas sobre aquella época porque me sigo haciendo las mismas preguntas que cuando llegué a París siendo un adolescente: ¿Cómo pudo suceder el holocausto y todas aquellas matanzas? ¿Cómo un pueblo civilizado pudo caer en semejante locura?".Han pasado casi 50 años desde El joven Törless y Schlöndorff confiesa que el asunto todavía le atormenta. "Hay quien dice que hay demasiadas películas sobre los nazis. Me parece absolutamente necesario seguir haciéndolas porque debemos ser conscientes de la realidad de los hechos. En realidad, la Historia es muy larga y las consecuencias de aquello siguen hasta hoy. Cuando observas la animadversión que provoca Merkel en toda Europa te das cuenta de que en el fondo palpita el rechazo a todo lo que sea supremacía alemana. Ese pasado está en el subconsciente".
Diplomacy o la historia como reflexión
En tiempos agitados en el viejo continente, donde parecen resurgir con fuerza los populismos y los nacionalismos, Schlöndorff contempla con inquietud el resurgir del nacionalismo alemán: "Muchas películas de mi país sobre los nazis son malas, vienen a decir que fueron unos pocos los criminales y el pueblo en su conjunto es inocente. El nacionalismo alemán de hoy es muy diferente al de entonces pero la crisis ha hecho que resurja esa vieja idea de que nuestro modelo es el mejor y es el que debe aplicarse al resto de Europa. En Alemania existe una fascinación por la eficacia, es un valor absoluto. Debe abrazar el proyecto europeo respetando su diversidad, no hace ninguna falta que españoles e italianos sean como nosotros".Diplomacy, basada en una obra de teatro de Cyril Gely, sirve desde luego como recuerdo tenebroso de las muchas maldades del delirio nazi. Planteada como un juego dialéctico entre un general nacionalista de estrictos valores militares y un embajador sueco (Niels Arestrup) inasequible al desaliento, el filme también plantea la eterna cuestión de si el fin justifica los medios y la idea del sacrificio, con referencias bíblicas a Abraham e Isaac incluidas. Atenazado por un edicto de Hitler que amenaza a sus generales con la ejecución de sus familiares si no acatan las órdenes, el jerarca debe tomar la dramática decisión entre salvar a los suyos o la ciudad más hermosa de Europa. El embajador no dudará en recurrir al engaño para evitar la masacre: "Entre el equipo de rodaje había un gran debate sobre si era lícito que le mintiera y yo digo que si París bien vale una misa quizá también bien vale una mentira. Yo soy incluso más duro que el general y creo que aunque Hitler hubiera ejecutado a su familia la decisión correcta seguiría siendo no acatar la orden. Cuando era joven y vivía en París Francia libraba la batalla de Argelia. Con Sartre, pensaba que no es legítimo aplicar la tortura aunque sea la única manera de que no ocurra una masacre. Ahora no lo tengo tan claro, el fin no justifica los medios en abstracto pero las posiciones dogmáticas no sirven".
Aunque Diplomacy aborda una situación de una excepcional brutalidad, tiene una cierta ligereza en el tono, y el toma y daca entre ambos dignatarios no desdeña los placeres de la alta retórica con sus dosis de ingenio y sutileza: "No tiene sentido hacer un filme terriblemente trágico sobre sucesos que pasaron tantos años atrás. No es una película sobre una realidad sangrante sino una reflexión sobre la Historia".