Michel Houellebecq durante la presentación de la película. Foto: F.D.Quijano.
El mundialmente aclamado -y criticado- escritor francés Michel Houellebecq (Isla de la Reunión, 1958) ha visitado Madrid para presentar El secuestro de Michel Houellebecq, una película cercana al falso documental en la que se interpreta a sí mismo. "Me lo he pasado muy bien, actuar exige menos que escribir", asegura. No obstante, echa de menos las posibilidades que le brinda la literatura a la hora de autorretratarse: "Cuando soy un personaje de novela, puedo hacer más cosas conmigo mismo. Puedo maltratarme e incluso despedazarme", cosa que hizo en El mapa y el territorio, su última novela.El secuestro de Michel Houellebecq, escrita y dirigida por Guillaume Nicloux (1966) y distribuida en nuestro país por Caramel Films, es una ácida comedia con una trama muy simple que pone el acento en los diálogos y en la extraña e hilarante relación que se establece entre el escritor y sus amables y novatos captores, repleta de situaciones absurdas. La película llena con una ficción un hueco en la biografía real del escritor que sigue siendo un misterio: su desaparición en septiembre de 2011 durante una semana, en medio de la promoción de El mapa y el territorio, ganadora del Premio Goncourt en 2010. Durante ese tiempo no dio señales de vida y la prensa llegó a especular sobre un posible secuestro por parte de Al Qaeda, algo que no resultaría del todo inverosímil dadas las sonadas críticas del escritor al islam. Lo más probable es que pasara esos días en la casa que tiene en Almería, aunque él siempre responde lo mismo: "No desaparecí, lo que pasa es que Internet se averió".
Una escena de El secuestro de Michel Houellebecq
Fiel a su carácter excéntrico, el autor de Las partículas elementales -Prix Novembre en 1998 y mejor libro del año según Lire- ha comparecido ante la prensa ataviado con un conjunto de pantalón y chaleco azules, raídos y con algún que otro lamparón. Como si no fuese escritor ni actor, sino un pintor que hubiera dejado en el sótano un gran cuadro -o una pared- a medio terminar para atender con resignación a los medios en el jardín del hotel. Su mirada lánguida y sus gestos distraídos mientras juguetea con un mechón de su rala cabellera reflejan el hastío existencial que inunda su descarnada literatura. Tanto en el filme como en la vida real, se aferra a su cigarrillo como si fuera su único punto de anclaje -junto con otros placeres- a un mundo material al que hace mucho que dejó de pertenecer y habla susurrando, como para dentro -circunstancia que da mucho juego en la película-.En realidad Houellebecq no interpreta, es él mismo en pantalla, aunque "con alguna exageración", reconoce. En una de las escenas más hilarantes de la película, durante la sobremesa que comparte con sus captores, Houellebecq comienza a discutir acaloradamente con uno de ellos por despreciar la literatura fantástica de J.R.R. Tolkien. Tras prohibirle opinar de literatura, el escritor se levanta y, a gritos, se enorgullece de ser un intolerante. "Lo de Tolkien es una de esas exageraciones a las que me refiero. En la vida real no me irrita tanto que alguien se meta con El señor de los anillos".
- ¿Y lo de proclamarse intolerante, también es una exageración de la película?
- No, en absoluto -contesta rotundo-. Siempre he considerado que mis juicios estéticos son los buenos, los acertados.
Intolerante, sí, pero demócrata convencido. De hecho, en un diálogo de la película, critica la democracia representativa y propugna una democracia directa. "Me di cuenta de esto hace un año, durante una entrevista para una revista francesa. De pronto reparé en que siempre me había dado mucha pereza ir a votar y además siempre he fracasado cuando lo he hecho. No quiero ir más a elegir a supuestos representantes, porque lo que yo quiero es que se me consulte a mí directamente".
Michel Houellebecq y Guillaume Nicloux. Foto: F.D.Q.
La película es, entre otras muchas cosas, un breve compendio de las opiniones políticamente incorrectas a las que el autor de Plataforma nos tiene acostumbrados, pero esta vez, oídas de sus propios labios. Por ejemplo, que Mozart y Le Corbusier están sobrevalorados, que Suecia es la mayor dictadura del mundo y que la mayoría de los escritores tienen tendencias pedófilas.La muerte, elemento recurrente como tema filosófico en los libros del autor, también sale a relucir en la película, donde reconoce que no le importaría morirse ya, porque siente que ya ha vivido y escrito lo suficiente. "Es cierto. Después de la adolescencia que tuve, no esperaba llegar hasta donde he llegado. Venía de un medio en el que ser escritor era algo inimaginable, e hice muchas mierdas antes de serlo".
Que tiemble el gremio
Confiesa el escritor que se lo pasa bien haciendo cine. "Todavía no tengo suficiente reputación como para que otros actores se sientan amenazados por mi talento", bromea. "En literatura hay que ser realmente muy bueno para que te aprecien los del gremio y, como he tenido éxito, he sido objeto de envidias. En el campo de la interpretación, por fortuna, aún tengo mucho margen hasta que eso suceda".- El Houellebecq de la película se siente violentado e incómodo ante sus captores, pero logra entablar una extraña relación de cercanía con ellos. ¿Es una metáfora de su propia relación con la sociedad humana?
- Me siento más incómodo en la sociedad. Con los secuestradores de la película llego a negociar bien: alcohol, cigarrillos, alguna putita... Salgo bien parado de la negociación. En mi relación con la sociedad, no tanto.
El secuestro de Michel Houellebecq no es la primera película en la que participa el escritor, pero sí la primera que protagoniza. Además de algún que otro corto de juventud, participó recientemente en otro filme de Nicloux, L'affaire Gordji, donde interpretaba al jefe de los servicios secretos franceses.
Por otra parte, parece que su nueva faceta como actor va en serio, pues también protagoniza Near Death Experience (Experiencia cercana a la muerte), de Gustave Kervern et Benoît Delépine, que se estrenará en el próximo Festival de Venecia. En esta ocasión, Houellebecq interpreta a un empleado de una compañía telefónica aficionado al ciclismo que atraviesa una crisis existencial.