Fotograma de Kamikaze, de Álex Pina.
En el festival de Málaga, como dijo su propio director, se presenta el grueso del cine español y es el mejor escaparate para observar las derivas de una cinematografía que acusa duramente la crisis. Son películas cada vez más baratas y la falta de producción lo fía todo a un talento que a veces aparece y a veces no. El cine español depende demasiado del entusiasmo de los debutantes y los resultados muchas veces son discutibles, como si uno asistiera a una larga serie de ejercicios de escuela que en el mejor de los casos permiten vislumbrar quién tiene futuro y quién parece que lo tiene más crudo.En el apartado de los veteranos, el guionista televisivo Alex Pina (Los hombres de Paco, El barco) y también escritor de sendas Fugas de cerebros debuta como director con Kamikaze, una de las películas más singulares que puedan imaginarse. Es una comedia y el protagonista es un terrorista suicida de una imaginaria república en la órbita soviética que coge un vuelo con bombas pegadas al cuerpo. Un temporal en Moscú obliga al pasaje a quedarse unos días encerrado en un hotel y mientras el dispar grupo de pasajeros fraterniza el guerrillero se enfrenta al dilema de si matarlos una vez el avión despegue. Verónica Echegui como mujer alterada, Carmen Machi como española echada para delante o una Leticia Dolera neurasténica y muy divertida forman parte de un reparto coral que extrañamente funciona. Kamikaze no tiene ni pies ni cabeza y es inútil tratar de encontrarle un sentido. No lo tiene. Pero la película es divertida, tiene buenos gags y un ritmo trepidante. Hay un cierto tono populachero en el filme, algo así como "qué majos somos los españoles" que delata el origen televisivo de Pina pero hay que aplaudir la audacia de una comedia disparatada que además hace reír.
Amor en su punto, dirigida por Dominic Harari y Teresa Pelegrí, saca partido del boom de la gastronomía y el vegeterianismo con resultados simpáticos pero discretos. Estamos en Dublín y Leonor Watling, que está muy guapa y elegante, interpreta a una española sin suerte en el amor que cae en los brazos de un famoso periodista gastronómico irlandés (Richard Coyle) que se comporta con las mujeres de forma canalla. El toma y daca consiste en que ella es culta y concienciada y él, garrulo y simplón. La película no es nada del otro mundo pero se deja ver con gracia y tiene cierto encanto. El problema es que no acaba de profundizar en nada y al final da la impresión de ser una película simpática pero superficial.
Fotograma de 10.000 kilómetros, de Carlos Marques-Marcet.
Ha causado un cierto furor 10.000 kilómetros, del debutante Carlos Marquet-Marcet, no del todo justificado. Trata sobre una pareja de barceloneses que llevan siete años juntos, están pensando en tener hijos y de pronto deben mantener una relación a distancia porque ella, artista, se marcha a Los Ángeles. La película empieza con un larguísimo plano secuencia muy pretencioso y levanta el vuelo cuando el director comienza a relatar la relación de ambos tecnología mediante. Lo que plantea el filme no es nuevo, ahí está esa desagarradora escena de 4:44 Last Day on Earth de Abel Ferrara en la que un ordenador portátil adquiere una profunda resonancia, pero Marquet lo cuenta con cierta gracia. El problema del filme es que los personajes no acaban de estar desarrollados y a veces el truco (las infinitas posibilidades de Skype, Wahtsapp, Facebook y sucedáneos) adquieren todo el protagonismo convirtiendo lo que debería ser accesorio en el centro de la película. Dioses y perros, de David Marqués (Aislados) y Rafa Montesinos, nos traslada a Vallecas para contarnos una historia de barriada de la antigua escuela. Es una historia de perdedores azotados por la vida pero con dignidad en la que Hugo Silva interpreta a un ex boxeador sin oficio ni beneficio cuya vida parece no tener un rumbo claro con un hermano paralítico pero feliz, un mejor amigo borracho y un trabajo mediocre. De vez en cuando hay chispas en la película con algún diálogo conseguido que suena vivaz y real o momentos dramáticos de cierta intensidad (la pelea de los hermanos) pero una dirección demasiado elemental, el recurso constante de la música para que el minutaje avance, la irritante damisela o, sobre todo, una trama que parece funcionar más a golpe de efecto que de forma orgánica desvirtúan una película que nunca acaba de cuajar.