Cavestany, belleza entre el esperpento
Un momento de la excepcional Gente en sitios
Una mirada deformante y alucinada, de humor salvaje y helado, con una buena carga de crítica social. Se estrena 'Gente en sitios', de Juan Cavestany, un genial retrato sin piedad de las miserias nacionales. Un cuento sin moraleja.
La nueva película de Juan Cavestany, la tercera de su etapa más punk, continúa la línea de las dos anteriores, Dispongo de barcos y El señor, pero multiplicando exponencialmente la propuesta y su humanismo. Su descomposición del cine handycam en mano se transforma ahora en un no-relato con apariencia de no-película, una suma de escenas en principio inconexas pero unidas por un hilo secreto que comienza en la indignación para transitar por la curiosidad, la fascinación, y terminar en una forma inédita de crítica política: la que tiene en el retrato cotidiano, y por ello surreal, su mayor arma, su mejor denuncia, su mejor ideología. Porque Gente en sitios es muchas cosas (además del mayor ejercicio de libertad, independencia y riesgo creativo que se ha proyectado en una pantalla en España en muchos años) y una de ellas, y quizás no la más evidente, es una reivindicación de aquellos que viajan en ese barco llamado España.
Un barco que, en el mejor de los casos, va a la deriva y, en el peor, está en manos de un capitán loco. Gente. Personas. Gente haciendo cosas, siempre incomprensibles, insólitas, absurdas, que terminan por revelarse como gestos de resistencia a una realidad impuesta y dolorosa. Rodada como si un extraterrestre hubiera caído un domingo en la rotonda vacía de un polígono industrial de las afueras de una ciudad de provincias, Gente en sitios es sin embargo la mejor actualización posible del esperpento de Ramón María del Valle-Inclán: una mirada deformante y alucinada, de humor salvaje y helado, que hunde sus raíces en la crítica social, en el retrato sin piedad de las miserias nacionales, pero pasándolo por el filtro de lo contemporáneo. El humor descarnado de Valle-Inclán deviene aquí en una sonrisa gélida que entre el terror, la basura y el esperpento es capaz de encontrar la belleza. No es raro que Cavestany, además de cineasta punk sea un prolífico autor teatral: acaso ha sido el teatro, y no el cine, el único campo en el que el arte español no se rindió (en bloque) a las bondades del consenso y la placidez, manteniendo vivo ese espíritu renovador en el que la vanguardia formal camina de la mano de una profunda carga ideológica y vital.
Rodando de forma orgánica, a salto de mata, improvisando escenas, bocetando ideas, trabajando con los actores como auténticos creadores, y sobre la idea de lo inacabado, lo inconcluso y lo fragmentario, aquello que José Sanchis Siniterra llama "la poética de lo menor", Cavestany ha compuesto el retrato deformante más alucinado de esta España que se acaba. Un cuento moral, pero sin moraleja, en la era del desencanto, la pérdida y la desorientación.
En palabras del propio Juan Cavestany: "Trato de esquivar la condescendencia y el cinismo. No me interesa ‘sacar a la luz' lo miserable del ser humano, o cuando alguien lee eso en mis películas me frustra porque pienso que me he quedado a medias. Busco qué hacer o qué decir desde la escritura dramática que tenga algún valor en medio de la sobresaturación de información y estímulos, y en plena era de decadencia moral".