Georges Méliès en L´homme à la tête en caoutchouc, 1901
Georges Méliès abordó todas las facetas del mundo del cine. Director, productor, actor, diseñador, cámara y distribuidor, él solo se bastaba prácticamente para recrear la magia en el celuloide. Porque eso es lo que era, un prestidigitador, y a esta vertiente hace referencia el título de la exposición La magia del cine, que puede verse en CaixaForum Madrid, tras su paso por Barcelona. La muestra se ha organizado en colaboración con la Cinémathèque Française, entidad que cuenta con el fondo de obras y objetos de Méliès más importante del mundo.Las raíces culturales de Méliès no determinaban precisamente que acabaría por convertirse en el padre del cine de ficción y los efectos especiales, explica Laurent Mannoni, comisario de la exposición y director científico de patrimonio de la Cinémathèque. Sus padres eran fabricantes de zapatos, pero desde muy joven quedó fascinado por la magia que podía contemplar en las ferias ambulantes. Comenzó a coleccionar objetos de ilusionismo, y en 1888 la viuda de Jean Eugène Robert-Houdin, uno de los pioneros de la prestidigitación moderna, le vendió el teatro de su marido. "Méliès empezó a crear pequeños espectáculos, a mezclar ese universo con el cinematográfico. Al principio intentó mostrar la vida cotidiana, pero en seguida comprendió el interés de incorporar esa magia, y tuvo un éxito enorme", declara Mannoni.
Georges Méliès pintando un decorado en el suelo de su estudio, con dibujo preparatorio en una de las manos
El declive del director comenzó en 1910. Su cine ya no estaba de moda, la sociedad quería algo más realista, y en apenas dos años entró en verdaderos aprietos. En 1914, Georges Méliès estaba arruinado. La realización de sus filmes había dilapidado su patrimonio. En esas circunstancias vio estallar la I Guerra Mundial, cuando el uso de la plata que exigía el celuloide de repente se convirtió en un malgasto. En tiempos de conflicto armado, el material podía utilizarse para recursos bélicos. Aterrado ante la posibilidad de que sus acreedores pudieran hacerse con sus trabajos aprovechando su situación económica, Méliès cortó por lo sano y él mismo prendió fuego a su obra. Abandonó el cine por un puestecito en la estación de Montparnasse, en el que vendía chucherías y baratijas. Brian Selznick recuperó esta parte sombría de su vida en el libro infantil La invención de Hugo Cabret, un híbrido ilustrado entre novela y cómic que Martin Scorsese llevó a la gran pantalla en 2011.