Michel Piccoli y su muñeca hinchable en Tamaño natural, de Luis García Berlanga
Bocanegra dice no tener un termómetro para medir la perversión, pero lamenta una ausencia estelar, la de Luis Buñuel. Porque a él debemos una de las escenas más memorables de nuestro cine, el final de Viridiana, en el que originalmente Paco Rabal y Silvia Pinal se encerraban en un dormitorio sin estar casados. Por supuesto, al censor de turno aquello le pareció escandaloso, y propuso a Buñuel que, en nombre de la decencia, estuviera presente también la criada. El director supo darle la vuelta a la absurda situación y aplicó su sugerencia, formando un trío.
La censura, precisamente, fue la responsable de que muchos cineastas decidieran rodar sus películas en Francia. Allí grabó Jess Franco Miss Muerte (1966), que lleva más allá el mito de Frankenstein. "Su estética enlaza con el expresionismo alemán", explica Bocanegra. "De hecho, veo puntos en común con La piel que habito, es esa historia del científico loco que convierte a otro ser en objeto de sus experimentos y de su deseo. En este tipo de cine, hay más vasos comunicantes que diferencias". Miss Muerte se entronca dentro del cine de terror, con altas dosis de lesbianismo y masoquismo inconcebibles en la España de entonces.
Miss Muerte, de Jess Franco
La tercera propuesta es Ana y los lobos, de Carlos Saura, protagonizada por su musa Géraldine Chaplin en el papel de una institutriz inglesa que trabaja en una casa habitada por las representaciones del más rancio franquismo, del más inflexible misticismo y de la más reprimida sexualidad. Una jauría completada por una madre enfermiza y unas niñas que imitan el comportamiento de sus mayores. Clausuran el ciclo Amic/Amat (1999), de Ventura Pons, sobre un profesor de literatura seducido por uno de sus alumnos, que además se dedica a la prostitución masculina, y La mala educación (2004), uno de los trabajos más provocadores de Almodóvar, en el que no falta de nada: travestismo, pedofilia, Iglesia incluida, transexualidad y bisexualidad.