Nicole Kidman en un momento de Stoker
Una sublimación del terror doméstico. 'Stoker', el debut estadounidense del director Chan-wook Park, intenta convertir a la joven 'Lolita' de Nabokov en la protagonista de Cría Cuervos, de Saura. Todo, bajo la mirada de Nicole Kidman...
En su obra se mezclan por igual la plástica propia de los vídeos musicales, la regurgitación del cine posmoderno -Tarantino, Lynch, Gondry- y cierta apropiación de la experiencia estética del mundo de los videojuegos. Sin embargo, la genialidad del cine de Park va más allá de lo puramente visual: es en lo intrincado y pérfido de sus historias donde se encuentra la verdadera pieza de toque de su obra y es que, si bien aún queda lejos de los zumbados planteamientos argumentales de Sono Sion (o el Takashi Miike de los 2000) -por citar dos cineastas asiáticos afines al espíritu de lo visceral-, hay que reconocerle al director de Oldboy -ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes en 2004 (era la favorita de Quentin Tarantino, presidente del jurado ese año)- su perfecta mano a la hora de combinar el humor y el horror o, mejor dicho, lo satírico con lo pérfido, así como su desbordante imaginación a la hora de revolver los límites incluidos en el cine negro contemporáneo, convirtiendo el visionado de sus películas en toda una experiencia, tanto para los amantes del horror, como del melodrama o de la comedia más alocada.
Lo primero que llama la atención de esta sublimación del terror doméstico titulada Stoker es la rigurosa contención a la que Park se somete siguiendo la pauta del guión escrito por Wentworth Miller: más cerca de los ambientes malsanos presentes en obras clave del terror psicológico como Suspense (Jack Clayton, 1961) o La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), que de la acumulación de twists sanguinolentos que poseía en su obra anterior -Thirst (2009)-, lo que Park busca en su primera aventura americana es un cruce de lo más retorcido: convertir a la joven Lolita de Nabokov en la protagonista del Cría cuervos (1976) de Carlos Saura -también hay mucho de la Lolita (1962) de Kubrick, aunque sólo fuera porque Nicole Kidman parece mimetizar la interpretación de Shelley Winters-. De ahí ese mórbido cruce entre lo erótico y lo sádico que domina toda la película: una pesadilla controlada al mínimo gesto, a la más suave e inquietante cadencia del visor de la cámara, donde la intriga que suscita la narración viene punteada por toda una retahíla de pruebas-fetiche que harían relamerse del gusto al Hitchcock más obsceno.