Laure/Mickäel (Zoé Héran) y Lisa (Jeanne Disson) en Tomboy, de Céline Sciamma
Segundo largometraje de la guionista y directora Céline Sciamma, 'Tomboy' es la fascinante y delicada crónica de un verano preadolescente. Laure, una niña que acaba de mudarse a un nuevo vecindario, decide improvisar una nueva identidad, un nuevo sexo...
Céline Sciamma, guionista y directora de Tomboy, elige abrir su segundo largometraje mediante la asociación del cuerpo (espacio privativo) con la naturaleza (espacio universal), lo que le permitirá desplazarse entre ambas realidades geográficas. Tenemos un cuerpo, presente en todas las secuencias, que no escenas, de la película, y tenemos un entorno sin pantallas donde ha de asentarse este impúber que, a sus diez años, transita la difusa línea que separa infancia y adolescencia. Su rostro promueve una certeza en el espectador. Certidumbre ratificada cuando verbaliza su nombre: Mickäel. Así se presenta ante los niños de su nuevo vecindario, colindante a un bosque en una localidad francesa indefinida. Él es Mickäel... hasta que descubrimos que, más allá de su rostro andrógino, su anatomía sugiere otro género. Mickäel es, en realidad, Laure, una niña que ha elegido improvisar una nueva identidad. Comienza así una mascarada estival que hace del espejo el aliado donde ensayar el artificio.
Rodada a la altura de los ojos de los niños, desde el punto de vista de la protagonista (asombrosa Zoé Héran) y construida preferentemente sobre planos medios que, en ocasiones, establecen visiones fragmentarias de los cuerpos, Tomboy puede asumirse como una fábula donde las ideas preconcebidas del otro agitan la búsqueda de una identidad (sexual) propia, pero también como la forma que tiene Sciamma de acercarse al sistema de representación de la oposición simbólica de los sexos, eludiendo, eso sí, todo discurso teórico sobre las asimetrías entre hombres y mujeres.
Fábula o sistema de representación, Tomboy encerraría en ambos casos un juego de máscaras que surge de la asimilación de lo que los demás proyectan sobre uno. Juego del que la cineasta francesa, al revelarnos el simulacro, nos hace partícipes. Asistimos, pues, a un desdoblamiento de género: en el entorno familiar, Laure; en el entorno social, Mickäel. ¿Desdoblamiento enfermizo? En absoluto. Por más que las amistades que Laure entable nazcan de un engaño, Sciamma huye de toda desviación o patología a la hora de aproximarnos al fingimiento, de ahí que presente una familia estructurada ajena al trauma. Es por ello también que del carácter lúdico de su acción, construida sobre el suspense y la empatía, no se desprenda turbación sexual, y sí la espontaneidad de ese comportamiento infantil que funciona por asimilación, cuando no por repetición de los modelos (Laure se esforzará por encarnar el arquetipo masculino), en un periodo vital donde la inocencia se entrelaza con un primer acercamiento a la sensualidad. No es casual, por tanto, la alusiva presencia de El libro de la selva como lectura de Laure/Mickäel.
Concluido el verano, finaliza el relato. Es la hora de afrontar un nuevo despertar donde las ambigüedades y los juegos tienden a desvanecerse. Adiós, ingenuidad, adiós.