Anna Karenina, mazurca para dos amantes
Keira Knightley es Anna Karenina en la adaptación de Wright
No es la primera ni será la última vez que la popular novela de Tolstoi, cumbre del realismo literario, alcanza las pantallas cinematográficas. Pero en manos del británico Joe Wright, autor de Expiación, que diseña un prodigioso juego escénico para poner en forma el texto literario, la épica romántica rusa revive con toda su emoción y frescura.
Wright ha concebido la novela de Tolstoi como si fuera un falso musical. Su adaptación literaria (el guion es de Tom Stoppard, uno de los dramaturgos puntales de la escena británica) codifica los mecanismos del teatro y los movimientos de la danza en un lenguaje totalmente cinemático. ¿Y eso cómo se conjuga? Piensen en una película de Powell y Pressburger, pero también en Terrence Davies, y en Ophüls y en Wong Kar-wai. Imaginen si es posible encerrar la épica y la intimidad de un melodrama ruso -con sus batallas del corazón, pero también sus guerras políticas y sus luchas sociales- entre las paredes de un viejo teatro. No solo el escenario, también el patio de butacas, también las bambalinas y la tramoya y las candilejas forman parte del espacio escénico, filmado en su mayor parte en los Estudios Shepperton de Surrey (Inglaterra). Así, el Anna Karenina de Wright apenas sale al exterior, recurre a una estrategia de decorados mutantes, por los que desfilan los personajes en un perpetuo movimiento, grácil y etéreo como el fluir líquido de la cámara, saltando de un escenario al siguiente permutando las incidencias de luz. Espacio y tiempo se contorsionan bajo la espectacular ingeniería escénica. Si todo el amor cabe en una mazurca, una mansión, una estación de tren, un hipódromo, una ciudad caben en un mismo espacio.
Prodigio escénico
Al prodigio escénico le acompaña la suntuosidad de los colores, el vestuario, la iluminación, así como las ricas y matizadas interpretaciones de Kneira Knightley (Anna), Jude Law (Karenin), Matthew Macfadyen (Oblonksy), Alicia Vikander (Kitty) y Domhnall Gle-eson (Lyovin), cuyos personajes forman el centro gravitatorio de las pasiones en marcha. Títeres y víctimas de un mundo en plena transformación, su dinámica interior es la de los decorados a sus espaldas, en busca de la eterna pregunta sin respuesta: ¿amor romántico o demente ilusión?Joe Wright ya ha mostrado con anterioridad su fascinación por los relatos de época en las estimables Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación (2007), protagonizadas también por Knightley (cuyo rostro y elegancia parecen tallados para los filmes de época), y siempre ha hecho patente su facilidad para no caer en las rígidas redes que suelen echar por tierra las adaptaciones literarias de pedigrí histórico. Con Anna Karenina, el cineasta británico, de cuya predilección por las almas femeninas de carácter insurrecto también da cuenta Hanna (2011), entrega su película más memorable y sin duda una de las producciones más asombrosas del año.
De este modo, Anna Karenina entronca con un ramillete de producciones de época en los últimos años que no renuncian por ello a ser películas de "su tiempo", para cuyos directores un period film no es necesariamente sinónimo de cine vetusto y momificado. Aquí también hay decorados, y muchos, pero estos cumplen una función alegórica, respiran el vigor y las emociones del texto. Pascale Ferran con Lady Chatterley (2006), Andrea Arnold con Cumbres borrascosas (2011), Terrence Davies con The Deep Blue Sea (2011) o, recientemente, Nikolaj Arcei con Un asunto real (2012), entre otros, son todos ellos cineastas que han trasladado las ficciones de un mundo extinto a un lenguaje cinematográfico de plena vigencia en los contextos de la postmodernidad. Bien sea recreando el periodo decimonónico con impronta hiperrealista y documental, apelando a la fisicidad cassavetiana (Ferran y Arnold), o, como en el caso de los británicos Davies y Wright, sublimando las decisiones estéticas de manera que el contenido dramático encuentre su paridad en el mundo de las apariencias, sus películas traducen textos de alto calibre literario a un lenguaje exclusivamente fílmico.