Bradley Cooper y Robert de Niro en El lado bueno de las cosas
La estrategia es sencilla. En la mejor tradición del cine con loco lúcido de protagonista, la idea no es otra que desnudar las malas artes y falsas creencias del que se cree cuerdo. Es decir, todos los que afirman estar seguros fuera del manicomio puede que estén equivocados. Pat Solatano (así se llama el quijotesco personaje central) sale de la institución psiquiátrica en la que ha estado recluido para ingresar en el dulce manicomio de una vida compuesta por padres ludópatas (o algo peor), amigos estúpidos (o algo más grave) y concursos incomprensibles de baile (o algo más surrealista). Y claro, no queda más remedio que arrojar la obra completa de Hemingway por la ventana. Así de violento.
La habilidad de Russell consiste en su facilidad para flirtear con el desastre. Entre la comedia disparatada, el drama agridulce y la tragedia rosa, el director de El luchador o Tres reyes se las ingenia para mezclar géneros, descomponer personajes y ofrecer a la audiencia un producto tan sencillo como revelador. Equilibrista y tramposo. Las dos cosas. Sí, todo resulta simple, con algo de truco y con un final torpe, pero, y esto es lo que cuenta, hábil y con el oído muy afinado. Por eso hablábamos de una propuesta oportuna (u oportunista, qué más da). Otra cosa es que la película que se estrena hoy en España se llame El lado bueno de las cosas. Sin duda, otro signo evidente del desconcierto en el que vivimos todos en general y el traductor al español en particular.