Poco podían suponer "Cubby" Broccoli y Harry Saltzman, productores de Agente 007 contra el doctor No (Dr. No. Terence Young, 1962), que aquel pequeño filme se convertiría en fenómeno imparable, vivo mucho después de que ellos dejaran este mundo. Cierto que se basaba en una novela del personaje creado por Ian Fleming en 1953, éxito admirado por Kennedy o Kingsley Amis. Pero no cabía sospechar que la encarnación cinematográfica de aquél espía elegante, frío y patriota, que pergeñara Fleming con retazos autobiográficos y elementos de sus clásicos favoritos -Maugham, Chandler, Rohmer...-, al cobrar cuerpo en el fornido Sean Connery, se transformaría en icono imperecedero. Nueva encarnación del héroe de las mil caras de Joseph Campbell. Aunque Fleming muriera poco después del estreno de Dr. No, su criatura había empezado una nueva vida independiente, eterna.
Sean Connery resultó el perfecto 007, con licencia para matar, salvar al mundo, y disfrutar de las mujeres más bellas a uno y otro lado del telón de acero, como Ursula Andress, cuya icónica aparición entre las aguas, nueva Afrodita para calentar la Guerra Fría, contribuiría al éxito del filme. Connery sería Bond seis veces, de 1962 a 1971, volviendo a él doce años después, en la no-oficial (es decir, no producida por Eon, compañía que mantiene férreo control sobre el personaje), Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again. Irving Kershner, 1983).
Los filmes de Connery son la esencia del género. Con ellos, vamos pasando de cierta fidelidad a Fleming y un tratamiento relativamente "serio" -Dr. No, Desde Rusia con amor (From Russia with Love. Young, 1963)-, a la locura pop, el exotismo y cada vez más espectaculares toques de ciencia ficción -Operación Trueno (Thunderball. Young, 1965), Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever. Guy Hamilton, 1971)-. Desde los seriales, nunca el género de aventuras había conocido tal éxito. Con 007 comienza el moderno cine de acción.
Aparte George Lazenby -007 al servicio secreto de su majestad británica (On Her Majesty´s Secret Service. Peter Hunt, 1969)-, el siguiente Bond sería Roger Moore, "El Santo" televisivo. Son los 70, la acción no es novedad, pero la fórmula funciona: supervillano, super-chicas, gadgets y cada vez más y más humor. Moore, una dama británica de la comedia a su manera, empieza con cierta "seriedad" -Vive y deja morir (Live and Let Die. Hamilton, 1973)-, pero a finales de la década -Moonraker (Lewis Gilbert, 1979)- y en los 80 -Octopussy (John Glen, 1983)-, está más cerca de Casino Royale (1967) que del concepto original. Será sustituido por Timothy Dalton -dos veces Bond-, quien en Licencia para matar (Licence to Kill. Glen, 1989), intentará recuperar violencia y estilo clásicos.
Seis años sin Bond. ¿Ha sido "asesinado" por sus hijos: Indiana Jones, Rambo, John McClane, Jack Ryan...? 007 es un chiste -Austin Powers-. La Guerra Fría está congelada. Todo el cine es de aventuras... Pero Pierce Brosnan protagoniza cuatro "Bonds" de acción estándar, el mejor: Die Another Day (Lee Tamahori, 2002), nostálgico festival bondiano. Tras cuatro años, 007 retorna. Al comienzo: Casino Royale (Martin Campbell, 2006), la primera novela, con un taciturno Daniel Craig.
Craig es el Bond del siglo XXI... Un Bond serio. Más que nunca, a la moda oscura de Batman y compañía, con sobredosis de corrección política -no fuma, no bebe, peor aún, no (con perdón) folla-. Es cierto que la saga tuvo momentos demasiado paródicos, que un retorno al "realismo" convenía... Pero de ahí a convertir a 007 en abstemio tristón, amputándole todo cinismo, hedonismo y humor, va un mundo. El mismo que va de 1962 a 2012. Medio siglo en el que queda claro que cada momento, tiene el 007 que se merece.