Fotograma de 7 días en la Habana
Y es una pena que a la hora de buscar cocktelero, los productores se hayan decidido por Julio Medem, artífice del capítulo más largo, y pesado, de los siete y el único que tiene una cierta continuidad. La cosa empieza bien con una pieza de Benicio del Toro en la que le da la vuelta al clásico chico-liga-chica-y-resulta-que-es-travesti con un giro irónico francamente divertido. No es para tirar cohetes, pero se percibe una cierta autenticidad y ganas de divertir. Pablo Trapero se desmarca con un corto, a priori, interesante: Kusturica, haciendo de Kusturica, o sea, no solo de él, también de borrachuzo y artista insoportable, viaja a la Habana para recoger un premio pero se la pasa ciego. Empieza bien pero acaba teniendo un problema similar a la mayoría de las otras piezas: acaba siendo aburrido.
El corto de Julio Medem es el más coñazo. Medem hubo una época en la que tenía mucho talento pero últimamente hace unas cosas muy raras. Con un tono dulzón que llega a lo meloso, narra la historia de amor entre un Daniel Brühl que parece atontado y una cantante cubana. El asunto mejora cuando llega Elia Suleiman, ese Buster Keaton palestino que reivindica aquello de la poesía del mimo y la del absurdo. Suleiman cumple pero da la impresión de que su crítica a Castro y su afición por los discursos kilométricos no llega todo lo lejos que podría en sus pullas. Me temo que Castro tiene defectos peores que enrollarse como una persiana (y si no que se lo pregunten a unos pobres cubanos que llevan un año acampados delante del ministerio del interior al lado mismamente de mi casa).
Gaspar Noe es un cineasta con una poderosa imaginación visual. Su corto, un bautizo ritualístico de orden etnicista, posee fuerza y sus imágenes comienzan deslumbrando. Es un poco largo, para variar. Juan Carlos Tabío, director mítico de películas junto a Tomás Gutiérrez Alea como Fresa y chocolate o Guantanamera, sorprende con una pieza ligera pero simpática en la que reúne a los all stars de su época de gloria: Mirta Ibarra y Jorge Perugorría riéndose de su sombra en una pieza autorrefenrencial que es la que destila más mala baba con el régimen comunista. Termina Laurent Cantet con una historia de santería pesadísima. Irregular y me temo que aburrida, 7 días en la Habana es una película solo apta para muy fans de Cuba o cinéfilos impenitentes ansiosos por verlo todo de sus consagrados ídolos de la cámara.