Fotograma de Martes, después de Navidad, de Radu Muntean.
Con estos elementos, tan cercanos, tan vulgares si se quiere, Muntean construye una de las secuencias más brillantes del cine reciente. Suena exagerado y es sólo una cuestión de precisión. Y ahí su grandeza. La maestría del director de Martes, después de Navidad, así se llama la película, consiste simplemente en sincronizar las miradas: la de sus personajes y la de los espectadores. A medida que avanza la secuencia, el tiempo adquiere la consistencia de todo aquello que lo hace real: la risa, el llanto y el pánico. La realidad o, mejor, la representación de la realidad es esto. Hemos llegado.
Una sutil construcción
De hecho, y para aclararnos, la realidad nunca fue, ni lejanamente, una sombra de lo que pensábamos que era. Lo real no está dado, no es ajeno a la mirada. Al contrario, la realidad es una sutil construcción de todo lo que la hace consciente. La realidad no puede ser más que realidad vivida. Representar lo real no puede ser sino vivirla o, de otro modo, hacerla vivible, habitable, reconocible.De un tiempo a esta parte, Muntean y otros cineastas tan rumanos como él (Mungiu a la cabeza) trabajan empeñados en hacer un cine tan profundamente real que nada tiene que ver con la realidad tal y como nos la habían contado. Estamos convencidos, pues vivimos instalados en la metáfora del espejo, que representar la realidad no es más que presenciar o reproducir su reflejo. Y no. "El hecho mismo de percibir, de atender, es de orden selectivo: toda atención, toda fijación de nuestra conciencia, comporta una deliberada omisión de lo no interesante. Vemos y oímos a través de recuerdos, de temores, de previsiones", dice Borges y lo hace justo antes de concluir: "Nuestro vivir es una adaptación del olvido".
El cine de Muntean, antes director de la precisa Boogie (2008), es especialmente escrupuloso con el olvido de todo aquello que termina por hacer banal a lo banal. Craso error. El melodrama, el engaño, el dramatismo... Todo ello es descartado con la luminosa intención de construir, que no mostrar, la realidad. Y de esta forma cada gesto, cada mínima inflexión del lenguaje, es ofrecido a la mirada del espectador hasta una perfecta sincronización. De repente, lo vulgar, lo intranscendente, lo cotidiano, adquiere la consistencia dura de lo verdadero, de lo real. Brillante. No existe drama, porque el drama sólo es verdadero cuando se ofrece desnudo, sin dramatismo. Tan contradictorio como suena. Hiperreal.