Image: Nanni Moretti

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Cine

Nanni Moretti

"Aunque a veces ayuda tener fe, no siento ningún amor por la Iglesia"

21 octubre, 2011 02:00

Nanni Moretti en Habemus Papam

El último filme de Nanni Moretti, Habemus Papam, inaugura mañana la 56 Seminci de Valladolid y se estrena el 4 de noviembre. El autor de Caro diario, espolón de la izquierda italiana, ha sido criticado por la aparente simpatía del filme, una comedia amable, hacia la Iglesia Católica. En esta entrevista, el cineasta italiano se defiende.

La nueva película de Nanni Morreti (Brunico, Italia, 1953) nos coloca en las bambalinas de El Vaticano, en pasillos oscuros detrás de puertas bien cerradas. Mirad: ahí hay un viejo cardenal practicando la bicicleta, otro está medicando su agua con un remedio de salvación, un tercero se muestra impasible dando caladas a un cigarrillo. En su proyección en Cannes, donde competía por la Palma de Oro, le pedía mentalmente a Moretti que nos llevara más lejos, que nos mostrara algo más. Lo que realmente estaba esperando, supongo, era la aparición de un monaguillo.

Pero Moretti se mueve de formas misteriosas. Cuando se anunció que el travieso cineasta italiano estaba rodando una comedia sobre la Iglesia Católica, la crítica se preparó para un escándalo mayor, una película que pudiera alumbrar con fuego el corazón de la santidad instituida. En cambio, la hoguera se ha encendido para nadie más que para Moretti: el director de Caro Diaro e Il Caimano ahora es acusado de haberse vendido y ablandado ideológicamente. Quien fuera el látigo de Berlusconi ha sido reposicionado como un perro faldero del sistema.

A sus 57 años, Moretti viste de forma elegante y adocenada, y su mirada, directa y vigilante, es la de un roedor. "Debo decirte lo que puedes esperar", me avisan antes de conocerle. "Moretti está de muy mal humor. Está muy gruñón". Y seguramente tiene una buena razón para ello: la respuesta al estreno internacional del filme en Cannes no ha sido buena.

Un psiquiatra ateo
Habemus Papam está protagonizada por un Michell Picolli de 85 años en la piel del apesadumbrado Melville. Es un recién elegido Pontífice que equivoca sus líneas, un actor que pierde el control cuando tiene que subir al escenario. Moretti coprotagoniza la cinta como un psiquiatra ateo al que piden ayuda, mientras que Jerzy Stuhr es el portavoz del Vaticano, luchando por evitar una crisis. Pero la intranquilidad de Melville no podrá ser aliviada. En un momento dado, Melville logra escapar del cónclave y se aventura por las calles de Roma, persiguiendo su viejo sueño de interpretar a Chejov en una compañía de teatro.

En determinado nivel, la película es una comedia amable, de buenas intenciones. Comienza como una farsa de Norman Cohen, se adentra en el territorio de El discurso del Rey, muta a un cuento de hadas propio de Frank Capra y después se despide con un resonante final en la plaza de San Pedro. En ningún nivel, en todo caso, ataca a una institución con la que presumiblemente Moretti mantiene profundos desencuentros, ni siquiera se detiene en los casos, todavía pendientes de investigación, de abusos sexuales a menores y de corrupción financiera.

Muchos críticos todavía están tratando de procesar esto. "Los fans de Moretti, el activista político y el altavoz de las verdades incómodas, se preguntarán dónde han quedado su humor mordaz, generalmente salvaje, y su feroz sátira política", escribió el Hollywood Reporter, mientras que Variety tildó la película de "artística y doctrinalmente conservadora". Quizá el comentario más maldito provino de Salvatore Izzi, escribiendo en la publicación católica 'Avvenire'. Habemus Papam, concluía, "no es tan cruel como podría haberlo sido".

Pero Moretti dice que ha hecho la película que quería hacer. Sí, es completamente consciente de los escándalos en torno a la Iglesia Católica: de ellos han dado buena cuenta libros, documentales y artículos periodísticos. ¿Por qué transitar por el mismo viejo territorio? "Mi respuesta a los críticos es que ellos estaban viendo su propia película, no la mía. Era la película que ellos esperaban y exigían que yo hiciera. Querían saber lo que ya sabían". ¿Y cómo se defiende Moretti -discutiblemente el izquierdista italiano de mayor visibilidad internacional- de las acusaciones de conservadurismo? "Me hacen gracia", dice, completamente serio. "Ellos dicen que quieren una película de denuncia. Lo que realmente quieren es una película tranquilizadora. Las películas de protesta deberían denunciar aspectos de la realidad que no conoces, y no destacar conocimientos existentes". Se encoge de hombros. "Si hubiera hecho una película conservadora, a todos les hubiera gustado".

¿Un premio final?
Moretti asegura que no siente "ningún amor por la Iglesia". Fue educado en la fe católica, pero no es un creyente. "A veces ayuda mucho en la vida tener fe", admite. "Pero creo que es un desafío todavía mayor, más difícil y más fascinante, vivir y respetar a otras personas y seguir tus principios sin la promesa de que hay un premio al final". Quizá fue injusto presuponer de él que fuera a entregar un transparente ataque al Papado. Las evidencias del pasado sugieren que se siente más cómodo con un irónico acercamiento a su tema de interés.

El director nació al norte de Italia, hijo de una familia de académicos de clase media. Participó por primera vez en Cannes con su comedia de estudiante Ecce Bombo (1978), mientras que su gran salto lo dio en 1993 con Caro Diario -una muy libre excursión italiana que se desviaba hacia el auto psicoanálisis-, con la que fue celebrado como la respuesta europea a Woody Allen. Virando hacia terrenos dramáticos más convencionales, ganó la Palma de Oro en 2001 con la tragedia familiar La habitación del hijo. Moretti es también el copropietario de Nuovo Sacher, una sala de cine independiente en el centro de Roma, cerca del Tíber. El Sacher fue concebido como un local que ofreciera a los espectadores italianos una ventana al mundo, proyectando películas extranjeras que de otro modo probablemente no podrían ver. A finales de los noventa, Moretti produjo un encantador cortometraje, Il giorno della prima di Close Up, donde intentaba convencer a los peatones que entraran a ver una película de Abbas Kiarostami.

La carrera de Moretti ha ido tradicionalmente de la mano del activismo político. En la pantalla, el director ha lamentado el resurgimiento de Silvio Berslusconi: en Abril (1997) y en la indomable sátira Il Caimano. Fuera de la pantalla, lideró en 2002 una protesta contra el primer ministro italiano que sacó a 200.000 personas a la calle. Hoy, Moretti se muestra más como un observador desde el sillón: desgastado tras el combate y crecientemente escéptico en torno al resultado final, un hombre en un cruce de caminos personal y profesional: "En las próximas elecciones italianas es posible que gane la izquierda. Pero en Italia todo ha ocurrido ya. El paisaje mental del país ha cambiado para mejor".

"En todo caso -continúa- la gente ha permitido que Berlusconi labrara su aventura política. En primer lugar, ha permitido que este hombre tenga el monopolio de la televisión, que es algo que ninguna otra democracia hubiera permitido, incluso aunque no hubiera sido político, aunque hubiera sido un empresario. Y luego le dejaron entrar en política y convertirse en el primer ministro, lo que significa que ahora es algo normal para los jóvenes de veinte o treinta años pensar que está bien que un hombre tenga secuestrados los medios de comunicación y el escenario político, porque eso es todo lo que conocen, se ha convertido en la norma".

Da un sorbo a su bebida. "Y ahora anda por ahí diciendo esas cosas tan estúpidas, esos estúpidos eslóganes. La gente dice: 'Oh, es bueno que Berlusconi sea tan rico porque eso significa que no necesita robarnos'. ¿Es eso lo que pasa por ser un programa político válido? Ese señor nos ha contado tantas mentiras, y las ha repetido durante tanto tiempo, que después de un rato se convierten en verdades. Así que pienso que Italia ha cambiado para siempre. Está definitivamente dañada".

En la fase preparatoria para el rodaje de Habemus Papam, Moretti se sentía identificado con el papel que interpreta: el psiquiatra contratado para dar consejos al Pontífice, un turista en una tierra extraña. Después, se dio cuenta de que sentía mayor afinidad con el Papa, asfixiado por las expectativas y desesperado por emprender la huida. "Me identifico mucho con él. El hecho de que no se sienta preparado para el papel que la gente quiere que interprete. En un momento dado, dice: ‘¿No podemos pretender que he desaparecido?' Eso es gracioso", dice. "Cuando era joven tenía mucha más determinación, más confianza en mí mismo. Estos días, ya no tengo tanta".