Aquellos sábados con Pina
Ser adolescente y que te toque de profesora Pina Bausch es un lujo que muy pocos han podido disfrutar. Entrar en el aula y dejar que tu propia expresión y fluidez corporal encuentren su camino ante la mirada y los generosos consejos de la coreógrafa o bailar una de sus piezas mientras ella asiente o niega o sonríe es algo por lo que miles de bailarines habrían pagado. Durante el último año de vida de la gran renovadora del baile hubo un grupo de cuarenta jóvenes que asistieron como alumnos a las clases de Pina. Los reclutaron en distintas escuelas de Wuppertal para pasar los sábados a lo largo de diez meses trabajando con ella y montar su espectáculo Kontakthopf. Una suerte que ha quedado retratada en el documental Dancing Dreams, de Rainer Hoffmann y Anne Linselque, que se estrena este viernes en España después de un notable éxito en Francia, donde ha mantenido una larga trayectoria en cartel.
Kontakthof, que significa zona de contacto y, por extensión, casa de citas, se estrenó con gran éxito en 1978. En él están muchos de los temas de la obra de Bausch, como la ternura y la brutalidad, la inseguridad y la valentía, la distancia y la proximidad. Complejos sentimientos e inquietudes que interpretan jóvenes procedentes de todo tipo de familias, con medios económicos diferentes y que, en su mayoría, jamás había bailado. El documental que ahora se estrena muestra sus reflexiones sobre aquello que les rodea, de su familia a los primeros amores, y cómo maduran conforme avanzan las clases y los ensayos ayudados por las bailarinas de la compañía Joséphine Ann Endicott y Béatrice Billet y por la propia Pina.
Es ella quien, desde el momento en que irrumpe en la sala por primera vez, les da la seguridad de que todo estará listo para el estreno, de que encontrarán la manera de aprender a expresarse: "Tengo mucha confianza, ¿qué puede salir mal? Se esfuerzan mucho y me encantan. Si algo fallara, no pasaría nada", afirma Bausch en un momento de la película.
Experiencias, las de estos bailarines amateurs, tan distintas como las pasiones que fluyen en la obra de Bausch, desde una chica que acaba de perder a su padre, a otra compañera que vivió la guerra en la antigua Yugoslavia, pasando por un joven musulmán que da cuenta de las dificultades de integración de su familia. Así hasta conformar un nutrido retrato de la juventud alemana en el que la danza se dibuja como un catalizador de sentimientos y como una vía para que jóvenes que jamás se habrían saludado entablen amistad. El interés de la obra reside también en que se presenta como la última aparición en pantalla de la coreógrafa, que no llegó a asistir al estreno. Si bien es una apuesta mucho más modesta que la que Wim Wenders ha realizado en 3D bajo el título Pina, es cierto que su relación con los jóvenes bailarines muestra otra cara de su forma de vivir y de bailar.