Banderas y Almodóvar durante la presentación de La piel que habito en Cannes. Foto: AFP
(Cannes, Sección Oficial)La piel que habita Almodóvar es la piel del celuloide. Lo ha vuelto a dejar claro con su nuevo filme, una intensa y excéntrica crónica de venganzas, en clave fantástica, que cruza diversos géneros cinematográficos y con la que el manchego logra de nuevo (y ya van cuatro) reivindicar su personal y audaz mirada en el Festival de Cannes. Almodóvar construye en La piel que habito un singular y muy estilizado universo plástico a partir de un guión inteligentemente estructurado (basado en la novela Tarántula, de Thierry Jonque), dosificando tensiones y privilegiando el drama sobre la comedia (aunque en ocasiones se confabulan para generar un tono realmente ambiguo), y en el que convoca varias de sus constantes temáticas más reconocibles: la perversión moral, el transexualismo, la locura pasional y sus efectos destructivos... Es la película de un creador que se resiste a pisar terrenos acomodaticios, que sigue caminando sobre el delicado alambre que separa lo sublime de los ridículo, y que en esta ocasión ha llegado intacto al otro lado del trapecio.
El centro de la trama lo ocupan el investigador y cirujano plástico Robert Ledgard (Antonio Banderas, que da lo mejor de sí en un sustancioso papel de villano) y su paciente Vera Cruz (intensa y bellísima Elena Anaya), con quien Ledgard experimenta una tecnología transgénica para cultivar una nueva piel humana indestructible. Un experimento en el que lleva trabajando desde que su mujer falleciera por quemaduras en el cuerpo tras un accidente de tráfico. Con estas premisas, la trama va desarrollando una charada de identidades, expectativas y tensiones que se resuelven tirando de sorpresa y con gran solidez dramática.
Estructurado en tres partes, entre Toledo y Madrid, si bien prácticamente todo el relato transcurre en el interior de una mansión toledana (con muy pocas escenas exteriores, como ocurría en Átame, probablemente la película de la filmografía almodovariana con la que más similitudes comparte), el filme arranca en 2012, retrocede después seis años para exponer los antecedentes de la enigmática trama y, en su tramo final, regresa al presente de la narración. Al intacto talento de Almodóvar para la puesta en escena (con la creación de algunos juegos visuales fascinantes), y para la creación de personajes y situaciones de doble fondo (violaciones que no lo son), se suma esta vez una brillante gestión del ritmo y la tensión narrativa, algo de lo que carecían filmes como Carne trémula o La mala educación.
En el alambicado cruce de géneros del filme-thriller criminal, ciencia-ficción, terror, melodrama, etc-., Almodóvar hace acopio de referencias cinéfilas de todo tipo, con sus equivalencias estéticas, desde la serie B (las películas de "mad doctors"), el terror de la Hammer, el giallo italiano y el folletín, pasando por Hitchcock, William Wyler (El coleccionista), Georges Franjou (Los ojos sin rostro) y Fritz Lang, hasta los dispositivos posmodernos de Brian de Palma, de cuya película Doble cuerpo se pueden extraer diversas resonancias.
No faltan en La piel que habito las derivaciones o excentricidades propias del universo almodovariano (sobre todo el personaje brasileño Zeca, alias "Tigrinho", que parece salido de Kika, ¡y cuya madre interpreta Marisa Paredes!), un discutible fragmento puramente explicativo o digresiones musicales para la galería (con la aportación de Concha Biuka), y son estas concesiones a su reconocible universo las que por momentos pueden desafinar en el conjunto de la propuesta (desconcertando a críticos y espectadores), pero que al mismo tiempo son las que aportan distinción y exclusividad creativa a una película que, de otro modo, simplemente no sería de Almodóvar. Una marca de la casa que este año, finalmente, podría muy bien recibir su merecida Palma de Oro. El domingo lo sabremos.