Thor, el dios de Marvel
El actor y director británico Kenneth Branagh revisita el concepto clásico del héroe en Thor
28 abril, 2011 02:00Chris Hemsworth y Natalie Portman en Thor
El canon cinemático de los superhéroes de la Marvel se enfrentaba a otro nuevo desafío con Thor. El espectáculo de Iron Man, que integraba la fantasía del cómic en un entorno realista con verdadera inteligencia, ironía y sofisticación, había puesto el listón alto en términos de adaptabilidad de los cómics. No se trataba tanto de una cuestión de fidelidad como de hallar el tono, la apariencia y la actitud pop de las historietas originales en su equivalencia cinematográfica. A este respecto, la reciente El avispón verde de Michel Gondry, ciertamente infravalorada, tiene mucho que aportar.Lo que distingue a un superhéroe como Thor, el Rey del Trueno, de otras criaturas de la Marvel es su origen mitológico, una divinidad nórdica ancestral reinterpretada por la cultura del cómic. La trama del filme ilustra perfectamente esa ruptura y ese desplazamiento cultural del héroe, el arrogante y bravucón príncipe Thor (Chris Hemsworth), que en los primeros compases de la película es desterrado de su reino de Asgard por su padre el Rey Odin (Anthony Hopkins) tras haber roto un pacto de paz con sus eternos enemigos, los seres congelados del planeta Jotunheim, justo el día antes de ser nombrado su sucesor. En su destierro a la Tierra se cruza con un grupo de científicos liderados por Jane Foster (Natalie Portman) y con quines Thor se somete a un aprendizaje de humildad. Ahí, en su revisitación del concepto clásico del héroe, es donde la película encuentra su verdadero tema.
Con sus credenciales (Hamlet, Trabajos de amor perdidos, La huella, etc.), Kenneth Branagh parecía una opción improbable para sumergirse con garantías en una aventura marveliana, pero si algo pone en evidencia lo visto en Thor es la profesionalidad y seriedad con que el actor y director británico se toma su trabajo, tendente a las relecturas y actualizaciones. Branagh dirige y orquesta esta hiperfantasía épica con un moderado uso de las tres dimensiones (no siente la necesidad, por ejemplo, de arrojar el martillo de Thor al rostro del espectador, algo que hubiera tentado a más de uno) y decantándose por una puesta en escena de aplomo teatral, inyectando un tono dramático, enérgico, ruidoso y grandilocuente pero tratando al mismo tiempo de que el espectador tenga un acceso directo a los personajes, emociones y múltiples entornos en los que transcurre el relato. De ahí los esfuerzos estériles por introducir notas de humor.
El desarrollo dramático del filme avanza en permanente tensión con el espectáculo pirotécnico que caracteriza a estas superproducciones. No hay duda de que los muy elaborados efectos visuales y los detallados diseños de producción aseguran una experiencia escapista ciertamente disfrutable para el espectador. Sin embargo, la conexión entre el mundo Marvel y el universo shakesperiano (un rey y dos hijos rivalizando por el trono), que es aquello que justifica la elección de Branagh, se revela ciertamente insoluble en manos del autor de la histérica adaptación de Frankenstein. Poseído acaso por un efecto similar bajo el que Ang Lee trasladó a la pantalla su particular visión de Hulk, también Thor acaba presa de la hipertrofia (como si Brannagh tuviera que demostrar que lo suyo también es el ruido y la furia) y del frustrante intento por integrar unos intereses autorales en una producción mainstream. Como el propio Thor aterrizando cual meteorito en el planeta Tierra, Branagh es también un pez fuera de su pecera que en todo caso logra adaptarse a una nueva existencia reinventando sus cualidades. Thor no corta la respiración en ningún momento, pero sin duda encontrará su pertinente ración de público entusiasta.