Tarantino vuelve a trascender su genio creativo
La imponente Inglorious Basterds es su mayor declaración de amor al poder del cine
20 mayo, 2009 02:00Quentin Tarantino durante la presentación de Inglorious Basterds en Cannes. Foto: AFP
Carlos Reviriego (Cannes)(Especial para ELCULTURAL.es)
Las expectativas en torno a cualquier película pueden ser peligrosas. Y más si es el propio cineasta quien las crea para luego desactivarlas, destruirlas y recomenzar sobre ellas. Es lo que ha hecho Quentin Tarantino con Inglorious Basterds, la película que todos esperaban ver en este Cannes 2009 con más morbo que ninguna otra, y que sin embargo no responde finalmente lo que todos esperaban ver. Es otra cosa. épica y gigantesca, sí, pero otra cosa. Espectacular y furiosa, sí, pero de otra manera a la que prometía un tráiler con aroma al cine lúdico de Sergio Leone y con amplias resonancias temáticas con Uno Rojo, división de choque, aquella gran macarrada de Sam Fuller en la que el impetuoso cineasta norteamericano relataba con vísceras, rabia y emoción genuinas las innobles, sangrientas hazañas de una tropa del ejército norteamericano en territorio europeo durante la Segunda Guerra Mundial, epopeya en capítulos en torno a la máquina de matar en la que todo hombre asustado puede transformarse cuando su único objetivo es sobrevivir aniquilando al enemigo sin rostro en un escenario de locura.
Por eso, porque es otra cosa, Inglorious Basterds ha dejado algo fría a la prensa en la primera proyección mundial del sexto largometraje del idolatrado autor de Pulp Fiction. El espectáculo no es el de un filme bélico al uso. Para empezar, no hay una sola batalla en sus dos horas y media de duración. Nada de intestinos saliendo de las tripas del enemigo, nada de bombardeos y masas de soldados aniquilándose arbitrariamente, nada de la carnicería humana que toda guerra reproduce desde el principio de los tiempos. Lo más parecido a eso que vemos es Orgullo patrio, la película de propaganda nazi específicamente realizada para el filme (dicen que por Eli Roth) y que se proyecta en la premiere de un cine francés a la que asiste la cúpula nazi en pleno (Hitler y Goebbels incluidos, personajes-caricatura con un amplio desarrollo en el filme) y que ocupa el centro de la trama, su destino y su clímax memorable, desgarrador, definitivo. La película se adentra tanto en los códigos del género de espionaje como en las brutales gestas de unos salvajes soldados norteamericanos infiltrados en la población civil cuya única misión es cortar cabelleras nazis, pero sobre todo, es la crónica de una venganza implacable, eje temático al que, éste sí, nos tiene acostumbrados el cine de Tarantino.
Es cine de primera, magistral, portentoso, de poderosísima energía y de inalcanzable calidad para cualquier mortal que no lleve el nombre del cineasta que ha parido obras maestras como Reservoir Dogs, Pulp Fiction, Jackie Brown o Kill Bill. La palabra y la tensión sumergida propulsan y hacen progresar la película, cuyo largo metraje pasa en un suspiro, embaucados por un dominio sobrehumano del timing escénico, por unos personajes que huyen del esteorotipo como de la peste, de una presencia aplastante, entre quienes sorprende la impresionante invención del que es a partir de hoy uno de los mejores villanos que nos ha regalado el cine, el cazajudíos Landa (interpretado sublimente por ese gran desconocido llamado Christoph Waltz). No contaremos aquí mucho más de lo que acontece en esta epopeya dividida en seis capítulos, con dos líneas narrativas que acaban encontrándose en algún punto de la narración, con un arranque que se cuenta entre las secuencias más intensas y perfectas que ha rodado el genial director que aprendió sobre el poder del cine devorando películas en un vídeo club. Y precisamente es a ese poder del cine al que remite, por encima de todo lo demás, Inglorious Basterds. El poder de la pantalla para corregir la historia, para fabular una realidad alternativa y convertir el sueño regenerador de la humanidad en una legítima fuga en el tiempo. Y para ello, con toda la pertinencia y coherencia que solicita un filme determinado a saldar cuentas con la barbarie del nazismo, echa mano del reciclaje icónico de filmes de Pabst, de Lang, de Riefensthal, de Max Linder…
Tarantino siempre se ha planteado cada película en un más difícil todavía para sí mismo, en un desafío sin parangón para el talento que sabe que tiene y no quiere desaprovechar en ni una sola escena del filme. No hay burocracia aquí, no ha soluciones romas y sencillas. Deslumbrados por lo que hemos visto, sentido, pensado, reído, amado y experimentado en el último viaje cinematográfico de Tarantino, sólo queda imaginar, si podemos, dónde quedan sus límites.