Cine

Pe, la chica con la maleta

por Eduardo Mendicutti

22 febrero, 2007 01:00

Penélope Cruz, de Jorge Arévalo

Algo tiene Penélope Cruz de aquella Aida Zepponi que, en La chica con la maleta (1961), de Valerio Zurlini, interpretaba Claudia Cardinale: una muchacha en busca del éxito y, sobre todo, de su lugar en el mundo, con una tenacidad a prueba de tropezones y triunfos - a veces los triunfos paralizan más que los fracasos- y con una pureza básica, honda, casi antigua, capaz de hacer frente sin resquebrajarse a toda clase de riesgos, señuelos y rapiñas. No es que el paralelismo entre aquella Aida y esta Penélope sea, ni mucho menos, exacto, pero siempre me parece ver a la actriz madrileña con una maleta en la que lo llevase todo, y no importa que esté en un aeropuerto, en una fiesta, en compañía de su chico del momento -incluso si ese chico se llama Pedro Almodóvar, con la seguridad que tiene que dar el contar con el favor y el fervor de un chico como ¡Peeeedro!-, pisando todas las alfombras rojas habidas y por haber, recogiendo premios variados y radiantes. Como si siempre estuviera de paso, con todo el equipaje encima.

Siempre me ha parecido verle a Penélope Cruz la decisión y la energía, no exenta de un punto de desasosiego, de los emigrantes incansables, los que siempre tienen pendiente algún lugar al que llegar, y no sólo geográfico, también mental, sentimental, laboral, social. Su propio físico, con esa belleza tan mediterránea, con esa engañosa levedad, con ese perfil de joven ama de casa guapa y espabilada - impagable, por su expresividad y su atrevimiento, ese primer plano nasal y olfativo, palpitante, de Penélope en Volver -, con ese pelo magnífico que evoca raíces y arboledas esté ella donde esté y la peine quien la peine, su propio físico, digo, habla de manera muy elocuente de una actitud personal y profesional que parece siempre al borde de alguna ruptura, de algún tránsito, de algún quebranto, de alguna resurrección. Como si la maleta estuviera siempre ahí, delante de sus ojos, reclamándola para emprender un nuevo viaje. Ahora está Penélope Cruz en un momento muy dulce, con su candidatura al Oscar por Volver y los reconocimientos que le llueven desde todas partes, con su futuro brillantemente embridado por los proyectos con Woody Allen y el propio Almodóvar. Pero, hasta ahora, algo ha tenido de viacrucis inaugural, de peaje de libro, la carrera americana de Penélope Cruz. Mejor dicho, algo ha tenido de gira difícil y esforzada por esos pueblos de Dios que tanto hemos admirado siempre en nuestros mejores cómicos. Pese a los oropeles y derroches de la Meca del Cine, muchas de las películas que ha hecho Penélope Cruz en Hollywood no son, a su modo, sino aquellos pueblos de mala muerte a los que llegaban, en los años cincuenta, las compañías teatrales españolas para hacer su función con la mejor voluntad del mundo. Miradas de ese modo, cosas como La mandolina del capitán Corelli (2001) o Gothika (2003) son tan meritorias y conmovedoras como aquellas peripecias de nuestros cómicos, tan bien narradas en El viaje a ninguna parte por Fernando Fernán-Gómez. Aquellas viejas maletas de madera o cartón serán ahora exquisitas y carísimas bolsas de viaje de Louis Vuitton o de Loewe, pero ahí siguen, siempre abiertas, siempre animando a Penélope a la trashumancia en nombre de la vocación, el talento y el convencimiento de que, en los caminos de la experiencia, hasta las peores posadas pueden merecer la pena.

Nada más expresivo, para entender lo complicado del salto a Hollywood, que el penoso resultado de Vanilla Sky (2002), el remake perpetrado por Cameron Crowe, Tom Cruise y la propia Penélope de la película Abre los ojos (1997), de Alejandro Amenábar, también con Pe entre sus intérpretes. Y nada más alentador que el triunfo absoluto de la actriz en Volver, trabajo virtuoso donde los haya y contundente prueba de que insistir en la búsqueda de lo mejor, sin olvidar lo mejor de los orígenes, es la fórmula certera para conseguir lo que Penélope Cruz se está proponiendo. La Penélope de Belle Epoque (1992), Jamón Jamón (1992), La niña de mis ojos (1998), Todo sobre mi madre (1998) y, desde luego, Volver es una asignatura que los estudios de Hollywood tienen pendiente. Hollywood ya no dispone de ninguna excusa para no ofrecerle a la actriz española grandes oportunidades, y esa deuda que tendrá entonces el cine americano con Pedro Almodóvar. Ahora bien, si yo estuviera en la piel que habita Almodóvar -por decirlo con el título de, al parecer, su próxima película, también con Pe-, no me dormiría en estos laureles. Porque Penélope seguro que no lo hace, siempre dispuesta a hacer la maleta.