Cine

Sexo en Nueva York

John Cameron Mitchell vuelve con la desafiante Shortbus

1 febrero, 2007 01:00

Escena de Shortbus, de John Cameron Mitchell

Pocas películas de los últimos años se recuerdan tan singulares como Hedwig and the Angry Inch (2001), un musical-sexual, de estética glam y espíritu desvergonzado, que escribió, dirigió y protagonizó John Cameron Mitchell (Texas, 1963). Con este delicioso filme, no sólo se ganó un puesto en la avanzadilla del nuevo cine indie norteamericano que parece estar resurgiendo bajo el influjo del 11-S, sino que sobre todo reveló su talento para inyectar altas dosis de fresca insolencia y de singular belleza en un panorama cinematográfico demasiado preocupado por guardar las formas y preservar cierto tipo de moral. Seis años después de su admirable debut, regresa a las pantallas con Shortbus, una película no menos desmadrada y desafiante, aunque sí más desaliñada que aquélla. Tragicomedia coral de seres inadapatados en una Nueva York sensible a los apagones de luz, el sexo es en Shortbus el único decurso existencial de sus habitantes, rasero bajo el que miden sus emociones, frustraciones, sueños y amores. "Me cansé de ver películas recientes (Nine Songs, entre ellas) que parecían tratar el sexo con naturalidad, pero siempre desde un punto de vista negativo -afirma Cameron Mitchell-. Me dio por pensar que todos los directores tienen complejos de culpa con el sexo. Yo también fui educado en la tradicción cristiana, pero el sexo también es divertido, es político, es sano, no sólo es un generador de miedos".

En tiempos como los que agonizan a nuestro alrededor, una película como Shortbus, especialmente si está realizada en Nueva York, pretende dejar constancia de que bajo nuevas lentes morales, todavía hay motivos para celebrar la vida. En el salón de juegos y lujurias donde se reúnen los protagonistas del film (incluso un antiguo alcalde gay de la ciudad), que recuerdan a los antros del underground neoyorquino de tiempos ‘warholianos’, el local ‘Shortbus’ (en referencia al transporte escolar donde viajan los alumnos disminuidos y superdotados) es el microcosmos marginal de una sociedad hedonista y desencantada que se resiste a perecer bajo el gobierno de los necios. "Se respira cierta atmósfera de los sesenta, pero con menos esperanza -asegura el director-. El optimismo de nuestro tiempo es necesariamente moderado. Ya no creemos en las utopías".

Sin pudor
La Estatua de la Libertad que abre la película da paso a un genérico sobrevolando la gran metropóli con la narración paralela de varios orgasmos simultáneos (y reales), que establecen saludablemente la actitud indómita y apologética del film. "A partir de ahí, el espectador se va encontrar con un sexo que no admite el pudor, como tampoco lo admito yo en mi vida", argumenta el director. Vida y cine se retroalimentan en Shortbus, realizada en cooperación creativa con los actores, quienes desarrollaron sus personajes y tramas a lo largo de dos años y medio. El método de íntima convivencia y creación conjunta, deudor confeso de las técnicas de Cassavetes -"es más importante el proceso de fabricación que su resultado final"- queda patente en unas imágenes que respiran vida y que laten al ritmo del frenesí emocional contemporáneo. Tal y como revela un cautivador plano del film, el sexo se integra en la propuesta como lo hace un chorro de semen en un cuadro de Pollock.