Coffee and cigarretes
Director: Jim Jarmusch
28 octubre, 2004 02:00Meg y Jack Stripe en Coffee and cigarettes, de Jim Jarmusch
Fumar y tomar un café son dos acciones que sólo se pueden conjugar en tiempo muerto. He aquí al especialista en salas de espera, en diálogos lacónicos, en ese extraterrestre sentimiento de desplazamiento que nos caracteriza cuando no pensamos en nada y pensamos en todo, filmando once haikus que son, sobre todas las cosas, una autoconsciente vuelta a los orígenes. Porque Coffee and Cigarettes no sólo retoma un proyecto que Jim Jarmusch inició en los albores de su carrera sino que, en estos tiempos en los que la etiqueta de cine independiente ha perdido todo su sentido, es una valiente declaración de principios, el más lúdico acto de resistencia de un cineasta que, casi veinticinco años después de su debut con Vacaciones permanentes, sigue pensando en Ozu, Bresson y Cassavetes a la hora de plantear su discurso creativo. No se engañen por el premeditado minimalismo de la propuesta: después de dos películas ambiciosas, Dead Man y Ghost Dog, donde Jarmusch reformulaba sus constantes vitales en el marco de dos géneros muy codificados -el western y el cine de samurais-, Coffee and Cigarrettes supone otra vuelta de tuerca al radicalismo formal de Extraños en el paraíso. La confianza en el poder de la conversación -o en el de la no-conversación: en el detalle trivial alargado hasta provocar la sonrisa, en la pausa y el silencio puntuando un diálogo revelador e irónico- y en la fuerza del actor son los pilares de una película deliciosamente pequeña.En algunos momentos Jarmusch pone a prueba nuestra paciencia, o nuestra fe en su proyecto, planteando sus encuentros como un fragmento de una obra beckettiana (es el caso del irresistible café compartido por Tom Waits e Iggy Pop, o el de Isaach de Bankolé y Alex Descas). En otros, no hay más que lo que vemos: una instantánea banal, azarosa e imperfecta que se resuelve como una broma entre amigos (Bill Murray y RZA en el restaurante). Sin embargo, los mejores episodios de Coffee and Cigarrettes son los que trascienden su condición de simpática casualidad. Son los más melancólicos y los más iluminados: por ejemplo, Cate Blanchett interpretándose a sí misma y enfrentada a su doble, otra vez ella transfigurada en su prima "punk", da un recital de gestos y matices que definen la incomodidad del transcurso del tiempo y los abismos que abre a su paso. O el encuentro entre los espléndidos Alfred Molina y Steve Coogan, una obra maestra del relato corto cinematográfico donde la revelación de la mezquindad humana se corresponde con una cierta idea de suspense y una didáctica sorpresa final. O la cita crepuscular que cierra esta espléndida película, la de dos viejas glorias de la Factory, Bill Rice y Taylor Mead, que son el símbolo de una época que no necesitaba ni distribuidoras independientes ni premios dorados para expresarse libremente. Es un final triste pero intensamente poético para una película sólo apta para espectadores que sepan saborear el poso del humo sobre la cafeína de las palabras.