Adolfo Aristaráin: El cine tiene lógica y sentido; la vida, no
Festival de San Sebastián 2004. Sabor argentino
16 septiembre, 2004 02:00Adolfo Aristaráin
Dice Adolfo Aristaráin que trata de hacer sus películas con honestidad para luego no tener que avergonzarse. No será el caso de Roma, película ambiciosa y noble, fragmentada pero sólida, un viaje a la memoria con la que el director argentino (que acude por cuarta vez a San Sebastián) rescata su niñez y juventud. Es por eso que nada en la película tendría sentido sin Roma, personaje central y madre del escritor Joaquín Gónez (José Sacristán y Juan Diego Botto), inspirado en la propia madre del cineasta. De nuevo, Aristaráin ha fabricado un cine donde los sentimientos siempre están a flor de piel, donde la vida parece transcurrir, como un río, delante de la cámara.-¿Es Joaquín Góñez otra de las caras de Adolfo Aristaráin?
-Para contar algo que importe y que suene a verdad hay que bucear en uno mismo sin barreras. A veces es doloroso, a veces placentero, pero no conozco otro método.Con Góñez comparto los gustos literarios y el fanatismo por el jazz. Por suerte yo no he perdido el placer de la música, ni el de leer, ni el de mi profesión. La pasión por mi profesión se mantiene intacta. Góñez la ha perdido y esa es su tragedia.
-¿Nace la película Roma como un homenaje a su madre?
-Como casi todas las historias, el nacimiento de Roma es impreciso. Siempre tuve la idea de que mi madre, que de hecho se llamaba Roma, podía ser el punto de partida de algún personaje atractivo, pero era muy difícil conseguir una reducción creíble. Sin lugar a dudas, es un homenaje a ella, o un reconocimiento. Pero también funcionó como disparador de la historia una actitud común a todas las madres: en la lucha por la supervivencia de sus hijos no hay límites, no hay barreras.
-¿Cuánto hay de autobiográfico?
-Los sucesos de la niñez de Góñez en Roma se acercan mucho a lo que fue mi infancia. Yo tengo tan mala memoria como el personaje, y las cosas están contadas no como sucedieron sino como creo que sucedieron pero filtradas por la necesaria coherencia dramática que las hace interesantes y creíbles. Transcribir la vida tal cual es, o fue, es una tarea destinada a provocar la total incredulidad del espectador. El cine tiene lógica y sentido; la vida, no.
-¿Cómo ha sido el reencuentro con José Sacristán?
-No hay otro actor que hubiera podido hacer Gónez como lo hizo él. Pepe tiene humor ácido, ironía, la capacidad de insultarte con elegancia y una gran ternura muy escondida. Lo tiene en la vida y lo transmite en la pantalla.
-¿Por qué solicitó la colaboración de Mario Camus en el guión?
-Camus es mi único maestro reconocido y, lo que más importa, es mi amigo desde hace más de treinta años. Roma es una historia coral, con varias épocas, y es un territorio en el que nunca me había internado. Siempre he trabajado con unidades de tiempo cortas y pocos personajes. Mario hizo una obra maestra con La colmena, donde había veinte personajes y los seguías a todos sin perderte. Eso mismo había que conseguir en Roma.
-De nuevo celebra con su cine valores como la lealtad y la nobleza, el poder de la amistad y la necesidad de la libertad interior. ¿Son valores en crisis en el mundo actual?
-Creo que son valores individuales que en todas las épocas han escaseado. Son valores que nos llevan a respetar al otro, a sentirnos parte de algo llamado humanidad, a saber que somos gregarios. El mundo actual y el anterior, hasta donde quieras llegar, jamás ha adoptado estos valores de una manera generalizada. Basta leer un periódico o ver un noticiario en la tele: la codicia reina impúdicamente.
Puente entre generaciones
-En Roma establece de nuevo paralelismos entre su generación y la juventud actual, como hizo anteriormente en Martín (Hache). ¿Quiere de alguna manera tender un puente entre ambas generaciones?
-Por supuesto que hay paralelismos. El enemigo es el mismo y ese es el puente. La reacción de las jóvenes generaciones pensantes es la misma: el rechazo a los métodos del capitalismo, a la mentira, a la dominación de una clase que esclaviza, explota o extermina a otra. La generación actual no tiene nada que aprender de las anteriores. Cada época marca una estrategia distinta para luchar contra el poder. Y esa estrategia hay que buscarla, no por descarte, no por decir que estuvo mal tratar de usar la fuerza de las armas. La revolución no fracasó: la revolución todavía no se hizo. Le corresponde a cada generacion buscar la manera de hacerla. Tal vez el único ejemplo que dejaron los 60 fue el compromiso. Algo que luego generó persecución, dictaduras y en Argentina, 30.000 desaparecidos.