Cary Grant, cien años de elegancia
por Jorge Berlanga
15 enero, 2004 01:00Cary Grant
El más elegante de los actores, el rostro imprescindible de toda una época, Cary Grant (1904-1986) hubiera cumplido un siglo de vida el 18 de enero. A diferencia de otras leyendas del cine, él supo retirarse a tiempo, manteniendo intactos su imagen y su prestigio, que hoy recuerda para El Cultural el escritor Jorge Berlanga.
Una de las virtudes mágicas del cine es poder superar la discusión sobre si la clase nace o se hace. El ejemplo por excelencia lo tenemos en Archibald Alexander Leach, inglés de familia humilde que comenzó haciendo sus primeros pinitos en el circo y el music-hall, al que Hollywood quita su sonoro acento cockney, viste de sastre y convierte en Cary Grant, el perfecto caballero de la pantalla, con flema y humor británico para sortear sin despeinarse las más agitadas peripecias. Un actor capaz de dotar de personal elegancia cualquier escena, con dotes de seducción magnética, tan brillante en el drama como en la comedia. Su forma de interpretación ofrecía todo un alarde en la economía del gesto, incluso en las escenas de comedia más loca, logrando una inmediata complicidad del espectador, al que atrae con un juego de guiños invitándole a acompañarle en su aventura. Su arte emanaba de un juego de contrastes, una medida excepcional para destacar con discreción incluso en situaciones excesivas.
No podemos imaginarnos a ningún otro actor hasta en papeles que en principio no iba a interpretar. ¿Quién podría haber encarnado mejor al profesor despistado arrastrado a la vorágine por una muchacha irrefrenable en La fiera de mi niña? ¿Qué otro podría evitar un matrimonio y conseguir una exclusiva como él en Luna nueva, doblegando como quien no quiere la cosa la voluntad de Rossalind Russel? ¿O dinamitar la boda de Katherine Hepburn sin aparentemente mover ningún hilo, como en Historias de Filadelfia? Su personaje se fue puliendo entre los años treinta y cuarenta, gracias a genios como Hawks, Cukor o Capra, hasta explotar definitivamente en inigualables condiciones para convertirse en el actor ideal de Hitchcock, con su facilidad para combinar los enlaces sutiles entre la intriga y la comedia en títulos como Encadenados, Atrapa a un ladrón o Con la muerte en los talones. Con un estilo exquisito, pleno de registros en su aparente indolencia, tenía la fascinación del galán que se desenvuelve en cualquier escenario, hasta en los más misteriosos e insospechados, que gusta tanto a los hombres como a las mujeres, con un atractivo luminoso que no impedía dar atisbos de un inquietante lado oscuro. Delicadamente poderoso también en su madurez, rindiéndose ante sus encantos jovencitas como Audrey Hepburn en Charada.
Su dorada vejez, convertido un poco en ajada caricatura de sí mismo, como un venerable abuelete de pelo blanco dedicado a los negocios de perfumes y a saborear combinados rosas junto a Grace Kelly en las costas de Mónaco, entre chismorreos de aventuras homosexuales, tacañería y crueles tratos a sus esposas, no diluye el magnífico recuerdo de una extraordinaria carrera que le hace merecer un puesto de honor entre los más grandes, el más estupendo y divertido señor entre todos los señores, al que por más imitadores que hayan salido, nadie ha conseguido igualar. Aunque los premios de la Academia no reconocieran su categoría singular, Cary Grant seguirá siendo siempre ese personaje que todos hemos querido ser sin poder llegar a alcanzar sus solapas. Baste con evocar su nombre para revivir deliciosos momentos en compañía de damas de particular fuste, mujeres indomables doblegándose ante una mirada irónica y un emblemático hoyuelo, diálogos de penetrante inteligencia tanto en los momentos de reposo como en los peligros, suspense en salones y carreras ente trenes, aviones o automóviles, inolvidables malvados, divertidas confusiones, juegos ambiguos, sorpresas a vuelta de plano, ese universo hechizante de alta escuela, con elegancia suprema, que es sinónimo del cine de este fabuloso y tímido cínico, al que todavía saludamos con asombro.
Sus mejores películas
1932 La venus rubia (Blonde Venus), de Josef von Sternberg.
1936 La gran aventura de Silvia (Sylvia Scarlett), de George Cukor.
1938 La pícara puritana (The Awful Truth), de Leo McCarey. Vivir para gozar (Holiday), de George Cukor. La fiera de mi niña (Bringing Up Baby), de Howard Hawks.
1939 Sólo los ángeles tienen alas (Only Angels Have Wings), de Howard Hawks. Gunga Din, de George Stevens.
1940 Luna nueva (His Girl Friday), de Howard Hawks. Historias de Fildalelfia (The Philadelphia Story), de George Cukor. Mi mujer favorita (My Favorite Wife), de Garson Kani.
1941 Serenata nostálgica (Penny Serenade), de George Stevens. Sospecha (Suspicion), de Alfred Hitchcock.
1944 Arsénico por compasion (Arsenic and Old Lace), de Frank Capra.
1946 Noche y día (Night and Day), de Michael Curtiz. Encadenados (Notorius), de Alfred Hitchcock.
1949 La novia era él (I Was a Male War Bride), de Howard Hawks.
1950 Crisis, de Richard Brooks.
1952 Me siento rejuvenecer (Monkey Business), de Howard Hawks.
1955 Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, 1955), de Alfred Hitchcock.
1957 Orgullo y pasión (The Pride and The Passion), de Stanley y Frank Kramer. Bésalas por mí (Kiss Them For Me), de Stanley Donen. Tú y yo (An Affair To Remember), de Leo McCarey.
1958 Indiscreta (Indiscreet), de Alfred Hitchcock . Cintia (House Boat), de Melville Shavelson.
1959 Operación Pacífico (Operation Petticoat), de Blake Edwards. Con la muerte en los talones (North By Northwest), de Alfred Hitchcock.
1960 Página en blanco (The Grass is Greener), de Stanley Donen.
1962 Suave como visón (That Touch of Mink), de Delbert Mann.
1963 Charada (Charade), de Stanley Donen
1966 Apartamento para tres (Walk Don’t Run), de Charles Walters.