La fotografía, la otra gran pasión de Ramón y Cajal
El Museo de la Universidad de Navarra acoge una exposición sobre el padre de la neurociencia, su afición por la fotografía y su relación con la 'reazione nera' de Golgi
Hasta el 16 de abril se puede ver en el Museo de la Universidad de Navarra una exposición titulada Reazione nera. Cajal y el impulso nervioso de la fotografía. Reunir en un mismo marco a Cajal, la reacción negra y la fotografía merece ser resaltado. Explicaré por qué.
El primer punto a señalar es la aceptación de la tesis de que la célula constituía la unidad estructural de la vida, logro en el que se distinguió el patólogo alemán Rudolf Virchow (1821-1902) que presentó sus ideas en un libro capital, Die Cellularpathologie (La patología celular, 1858), en el que se pueden leer frases como: “La célula es la forma última, irreductible, de todo elemento vivo; y en el estado de salud como en el de enfermedad, todas las actividades vitales emanan de ella”.
Con semejante base, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se fue extendiendo el estudio histológico, celular, de los diferentes tejidos humanos. Pero uno de ellos, la organización del tejido nervioso, constituía un enigma que parecía escapar de la universalidad de la teoría celular. Ello se debía, fundamentalmente, a la falta de técnicas analíticas adecuadas para el estudio de su compleja arquitectura.
Cajal comprobó que Golgi estaba equivocado y que cada célula nerviosa, cada neurona, es una entidad aislada
El sistema nervioso se consideraba un conjunto de fibras y cuerpos celulares situados en medio de una masa de tejido conjuntivo. Respecto a la terminación de las fibras nerviosas, se pensaba que sus ramas se subdividían en estructuras cada vez más finas y que las últimas divisiones se confundían con el tejido del órgano correspondiente. El problema era observar esas fibras con la suficiente precisión como para comprobar si formaban una red continua o discreta.
La hipótesis dominante, uno de cuyos principales defensores era el italiano Camillo Golgi (1843-1926), sostenía que el tejido nervioso era una red continua, “reticular”, que requería encontrar compuestos químicos capaces de colorearlas y así poder distinguir su estructura y si estaban o no unidas entre sí. Fue el propio Golgi quien dio con el producto adecuado: en 1873, en un modesto laboratorio instalado en su casa de Abbiategrasso, al norte de Italia, descubrió un procedimiento que poco después, en manos de Santiago Ramón y Cajal, revolucionaría el conocimiento del sistema nervioso.
El hallazgo, que tuvo una considerable dosis de azar, surgió un día en que Golgi trataba de teñir con sales de plata membranas del cerebro endurecidas previamente con una solución de dicromato potásico. Al observar los cortes al microscopio, algunas de las células de la sustancia gris aparecían con una coloración marrón oscuro, casi negra, que destacaba con insuperable claridad sobre un fondo amarillo transparente, motivo por el que bautizó a su técnica como reazione nera (“reacción negra”).
Golgi dio a conocer su método en un artículo escrito en italiano titulado “Sobre la estructura de la sustancia gris del cerebro”, que publicó en 1873 en la Gazzetta Medica Italiana Lombarda, revista de carácter local con escasa repercusión internacional. Debido a la barrera del lenguaje, a la poca difusión de la Gazzetta y a las dificultades técnicas del método, que lo hacían poco reproducible, el trabajo de Golgi pasó prácticamente inadvertido para la comunidad científica hasta 1887, cuando el influyente histólogo alemán Rudolf Albert von Kölliker visitó a Golgi en la Universidad de Pavía y tuvo conocimiento del método, que difundió al mundo científico.
Cajal supo de la reazione nera el mismo 1887 a través del neurólogo Luis Simarro (1851-1921), quien le enseñó unas muestras de médula teñidas con el método de Golgi. Cajal decidió emplearlo para estudiar el cerebelo pero pronto tuvo constancia de las serias limitaciones del método de Golgi. Lejos de desanimarse lo que hizo fue perfeccionarlo, y así pudo comprobar que Golgi estaba equivocado y que la estructura del sistema nervioso no era continua sino discreta, que cada célula nerviosa –que terminó recibiendo el nombre de “neurona”– es una entidad aislada que se comunica con las adyacentes mediante señales eléctricas y químicas.
No es sorprendente que Cajal y Golgi compartieran el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1906, pero sí lo es el que Golgi nunca aceptara que el sistema nervioso poseía una estructura discreta, hasta el punto que dedicó su discurso Nobel a atacar con furia la teoría neuronal. La historia ha demostrado cuán equivocado estaba.
La reunión en la exposición de Pamplona de la reazione nera y la fotografía se debe, como se argumenta en uno de los cuadernos del Museo de la Universidad de Navarra, a que “la esencia de la fotografía química se basa también en una reacción negra en la que un compuesto químico, como el nitrato de plata en combinación con una sal, es aplicado sobre una superficie que se ennegrece tras una reacción fotoquímica, revelando así una imagen”.
Se trata de una buena analogía, independientemente de sus limitaciones, pero lo que a mí me interesa destacar es que saca a la palestra una de las grandes aficiones de Cajal: la fotografía, a la que se dedicó con entusiasmo.
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Cuando Cajal se inició en la fotografía, el empleo de los procedimientos primigenios –daguerrotipo y talbotipo– habían caído en desuso ante la llegada de una nueva técnica: el colodión húmedo creado por Gustave Le Gray en 1851, con el que se conseguían imágenes de gran nitidez, procedimiento que Cajal empleó en su etapa juvenil. El colodión era una especie de barniz que, sensibilizado en nitrato de plata, se vertía líquido sobre las placas, pero estas perdían sus propiedades al secarse por lo que debían de permanecer húmedas durante todo el procedimiento de toma y revelado de las imágenes, obligando a los fotógrafos a llevar consigo una especie de laboratorio ambulante a fin de preparar la placa antes de la toma y proceder a su inmediato revelado.
Pero don Santiago no se limitó a ser un mero aficionado a la fotografía, también se esforzó por mejorarla. Sus mejores aportaciones se encuentran en el libro que publicó en 1912 titulado La fotografía de los colores: Bases científicas y reglas prácticas, en el que resumió los principios teóricos y reglas prácticas de la fotografía en color en aquel momento. Los verdaderos grandes genios –y Cajal lo fue– suelen traspasar fronteras disciplinares.