El clima, un futuro distópico
Las altas temperaturas de la India vuelven a poner de actualidad la peligrosa deriva del calentamiento global
La imaginación de los humanos es tan poderosa que a veces es capaz de prever lo que sucederá en el futuro. La bibliografía de la ciencia-ficción está llena de ejemplos de este tipo, uno de ellos es una novela a la que ya hice referencia en estas páginas, El Ministerio del Futuro (Minotauro, 2021), de Kim Stanley Robinson, y que comienza describiendo una terrible ola de calor que afecta a la India.
La mayor riqueza de la especie humana es el pensamiento simbólico, la oralidad y la escritura. ¿Estaremos, de la mano de la poderosa tecnología electrónico-digital, arrojando todo esto al pozo del pasado?
“Cada vez hacía más calor”, se lee en la primera línea. Uno de los protagonistas, Frank, un joven estadounidense que viajó para trabajar allí en una organización humanitaria, mira su móvil: “Temperatura: 38º C. Humedad: alrededor del 35 por ciento. El problema era la combinación de ambas. Solo unos años atrás habría sido una de las temperaturas de bulbo húmedo más altas jamás registradas, ahora no era más que un miércoles por la mañana”.
Gasolina, gasóleo o queroseno terminan por agotarse y así dejan de funcionar generadores y aparatos de aire acondicionado. “El aire estaba más caliente que el agua”, así que desesperados, todos huyen a un lago cercano. Pero el agua tampoco termina siendo la solución. “Los rayos del Sol impactaban en las copas de los árboles de la orilla del lago. Parecían envueltos en llamas”, y Frank, dentro del agua, “balanceó con mucho cuidado la cabeza sobre el cuello y examinó la escena. Habían muerto todos”. Solo sobrevive, muy maltrecho, él. Nunca olvidará aquella experiencia, que acabará determinando su vida.
Una novela, sí, lo suficientemente informada como para pensar que en el futuro podría llegarse a situaciones parecidas. Pero no enseguida, pensamos. Pues bien, noticia del pasado 5 de mayo (El País): “El calor extremo pone en jaque el sistema energético de la India”. Y bajo este titular se explicaba que el calor extremo y continuado durante semanas –en marzo y abril se registró la temperatura media más alta en 122 años– había puesto al límite su sistema energético, un sistema en el que el 70 por ciento de la electricidad se genera con carbón, cuya combustión produce dióxido de carbono, gas de efecto invernadero.
Acompañaba el artículo una fotografía muy acorde con la historia imaginada en El Ministerio del Futuro: varios grupos de personas durmiendo junto al río Yamuna, en Nueva Delhi, para intentar combatir el calor. Soy consciente de que me he ocupado aquí en diversas ocasiones del cambio climático, pero traicionaría al compromiso social al que pretendo honrar si no volviera a este “tema de nuestro tiempo” y, me temo, de los tiempos venideros.
Además de la noticia que acabo de comentar, otros dos hechos me han animado a volver sobre este asunto. El primero, asistir al espectáculo –jaleado especialmente por los informativos de las televisiones, que en lugar de reflexionar, analizar e investigar sobre lo que muestran se limitan a recoger opiniones de cualquiera– de las hordas humanas que han aprovechado los recientes “puentes” o fines de semanas extendidos para, utilizando sus coches (¡filas interminables de vehículos!), trenes, autobuses o aviones, viajar, moverse, la gran panacea actual. Todos escupiendo toneladas de dióxido de carbono. Mayores y jóvenes, esos que exigen que el planeta en el que viven, en el que vivirán, no se emponzoñe, todos actuando al unísono.
El segundo hecho es la publicación de un magnífico cómic, en el que imágenes y explicaciones se combinan espléndidamente, hasta el punto que se puede considerar un pequeño tratado sobre la situación y perspectivas del aumento de temperatura que está sufriendo –sufriendo, sí, no sólo experimentando– la atmósfera y mares terrestres: Cambio de clima. Un ensayo gráfico (y autobiográfico) sobre el cambio climático (Errata naturae, 2022), de Philippe Squarzoni.
Que se trate de un cómic, aunque insisto acompañado de textos relevantes e informativos, constituye otra muestra del “espíritu del tiempo”, un tiempo en el que las imágenes –pensemos en los omnipresentes emojis– sustituyen la expresión escrita de lo que se piensa o siente. Reconozco su utilidad, pero me pregunto qué efecto terminarán ejerciendo sobre nuestra capacidad de articular mediante palabras, pensamientos, ideas y sentimientos.
No olvidemos que la mayor riqueza de la especie humana es el pensamiento simbólico, la oralidad y la escritura. ¿Estaremos, de la mano de la poderosa tecnología electrónico-digital, arrojando todo esto al pozo del pasado? No soy dado a consejos, pero me atrevería a dar uno: que progenitores y educadores se esfuercen para que los adolescentes no se ensimismen en ese mundo de imágenes.
Quiero también dejar constancia de mi agradecimiento a una serie de pequeñas editoriales independientes que, mostrando gran compromiso social, se esfuerzan por publicar libros que van más allá de contar historias, por mucho que estas sean bienvenidas, incluso las cada vez más frecuentes que narran experiencias personales de los autores. (Yo todavía pienso que el verdadero narrador es el que sabe ir más allá de sus experiencias personales.) Errata naturae, comprometida con la naturaleza, es una de esas editoriales. Como también lo son, entre otras que frecuentan temas como la economía, el feminismo o la política, Nórdica o Capitán Swing.
En un ensayo, Burning Questions (Doubleday, 2022), incluido en una reciente recopilación de sus artículos, mi admirada Margaret Atwood, que algo sabe de imaginar futuros (recuérdense novelas como, por ejemplo, El cuento de la criada y Oryx y Crake), escribe con un evidente deje de amargura: “El futuro –no la vida después de la vida, sino el futuro real aquí en la Tierra– fue una vez muy atractivo y luminoso. ¿Cuándo fue eso? Quizá en el siglo XIX, cuando se escribieron tantas utopías que predecían un futuro brillante que llevaría días enumerarlas. Quizá fue durante la década de 1930, cuando no solo las revistas de ciencia ficción sino las revistas normales y también la Feria Mundial de Chicago de 1933-1934 –subtitulada ‘Un Siglo de Progreso’– estaban repletas de promesas de todo tipo. Todos creíamos ingenuamente que pronto llevaríamos vestimentas ajustadas al cuerpo como Flash Gordon, utilizaríamos pistolas de rayos y pasearíamos rápidamente en nuestros propios minúsculos vehículos aéreos de propulsión a chorro”.
Apenas imaginamos ya un futuro así. Y cuando lo que se imagina se hace realidad pronto, como sucede en El Ministerio del Futuro, es que ese futuro –distópico, lamentablemente– ya está aquí.