Miguel Artola, un pilar de las dos culturas
Sánchez Ron recuerda a Miguel Artola, fallecido recientemente. El académico no solo destaca su dimensión como historiador sino su gran relación de amistad, que les llevó a escribir juntos
15 junio, 2020 03:23A la memoria de Miguel Artola (1923-2020), maestro y amigo
Escribo este artículo pocos días después del fallecimiento de Miguel Artola, grande entre los historiadores y, sobre todo, mi amigo. Conocí a Miguel hace muchos años, ya no me acuerdo cuántos, pero fuera de la universidad, aunque los dos éramos profesores en la misma, la Autónoma de Madrid, pero yo en Ciencias y él en Filosofía e Historia. Nos encontramos en una comisión que evaluaba a los solicitantes de las becas que cada año concedía la Fundación Caja Madrid en la rama de Historia (como es biens abido, Caja Madrid se “transmutó” años más tarde en Bankia, consecuencia, entre otros motivos, de la gran crisis financiera de 2008, y la Fundación desapareció). Junto a Artola y quien esto escribe, formaban parte de aquel comité Gonzalo Anes, Carlos Seco Serrano y Luis Miguel Enciso. Todos ellos distinguidos historiadores que por cuestión de edad (yo era más joven) han ido desapareciendo. La “ceremonia del adiós” es lenta, pero inexorable. Con Enciso mantuve amistad y le recuerdo con cariño, pero fue con Artola con quien más relación tuve. Fue el maestro de historia que nunca tuve, debido a mi formación en Ciencias. Y un día, no recuerdo cómo ni quién de los dos tuvo la idea o tomó la iniciativa, nos planteamos escribir un libro juntos, uno sobre ciencia en el que nuestros respectivos conocimientos se sumaran. Podría decirse que lo que pretendimos fue, como el título de esta sección de El Cultural, movernos “entre dos aguas”.
He defendido desde hace tiempo que es imposible entender el pasado histórico, especialmente en sus facetas sociales y económicas, pero también políticas y militares, sin tomar en consideración la ciencia y la tecnología. Que deberían aparecer en los textos de historia con mucha más frecuencia y, sobre todo, profundidad de lo que sucede (esto es, no limitándose a apuntes generales). Evidentemente también los historiadores de la ciencia deben integrar en sus reconstrucciones la historia política, económica, social..., aunque tal vez esta necesidad no sea tan intensa en éstas: ¿alguien puede pensar que las sociedades –el conjunto de la humanidad de hecho–, al menos desde el siglo XIX hasta el presente, habría tomado las formas que tuvieron o tienen sin la intervención del conocimiento científico?
Finalmente, el libro que nos planteamos Miguel y yo respondió a la idea de buscar lo esencial de la ciencia, lo que la caracteriza como empresa intelectual que busca desentrañar el funcionamiento y contenidos de la naturaleza. Se podría decir incluso que nuestra pretensión fue realizar algo así como una reconstrucción “axiomática” de la historia de la ciencia; esto es, identificar aquello que constituye los cimientos (“¿axiomas?”) de la indagación científica y revestirlos, casi como si fuera una ilustración, de los principales hechos científicos que los fueron caracterizando a lo largo de la historia. De ahí el título que finalmente tomó nuestro libro: Los pilares de la ciencia (Espasa,2012). Durante años –las más de las veces en su casa, pero otras en algún restaurante, enclaves que Miguel apreciaba mucho– analizamos y discutimos sobre la estructura y contenidos. Fue una elaboración larga y compleja, con uno u otro componiendo numerosos borradores de los diferentes capítulos. Creo –desde luego así fue para mí– que ambos disfrutamos no solo por la búsqueda sino también por “la circunstancia”, por el amigable diálogo entre ambos.
Echaré de menos a la persona pero también su lucidez y su ejemplar deseo de entender e identificar lo verdaderamente importante
No tengo que esforzarme en explicar lo que significó para mí poder trabajar en pie de igualdad con el gran maestro de la historia que era; cuando miro atrás a lo que por el momento he hecho, me enorgullezco de que en mi currículum figuren dos libros firmados con él, honor del que por lo que puedo recordar solo pudo enorgullecerse uno de sus discípulos, el desaparecido Manuel Pérez Ledesma, que firmó con Artola Contemporánea. La Historia desde 1776 (Alianza,2005). Pienso, o me hago la ilusión, acaso vana, que Miguel también disfrutó con nuestra relación. Le gustaba trabajar con alguien con formación científica. Yo, medio en broma medio en serio, le decía que tenía alma de científico, algo que ayuda a entender no solo parte de su producción histórica sino también su método y enfoques. Galileo era su héroe, el científico que citaba; basta, por ejemplo, echar un vistazo al capítulo 11 (“La Revolución científica”) de su libro Textos fundamentales para la Historia (Alianza, 1968; Punto de Vista Editores, 2017). Insistía una y otra vez que con él cambió radicalmente la historia de la ciencia al mostrar la importancia de cuantificar, de medir. “El experimento”, repetía, y así lo consignamos, “una idea que en su acepción moderna introdujo Galileo en el siglo XVII, es la reproducción del fenómeno natural cuando semid en las magnitudes para explicar el resultado”.
El libro que "nos salió" era demasiado extenso para su gusto. Habíamos sido fieles a la idea inicial, la de construir nuestra historia, la de la ciencia, ordenada en base a los modos –los pilares– conceptuales que han guiado su desarrollo histórico, pero el “revestimiento”, las historias y personajes particulares, hizo que su extensión (casi 800 páginas) oscureciera un tanto la idea de recoger la verdadera sustancia de la empresa científica, su esqueleto. Y por ello decidimos intentarlo de nuevo con otro libro, basado en el anterior pero con novedades, tanto de contenido como de organización. El resultado fue Ciencia. Lo que hay que saber (Espasa, 2017), un título que no me agrada demasiado, porque parece que es de divulgación científica, cuando su pretensión fue la de depurar, la de buscar más la esencia de la ciencia en su recorrido histórico, reduciendo a la mínima expresión la presencia de sus protagonistas.
Ahora el maestro amigo ya no está. Echaré de menos a la persona, pero también su ejemplar deseo de entender lo verdaderamente importante, su capacidad para identificarlo y su lucidez.