En abril de 1990, el transbordador espacial Discovery despegaba de laTierra con una carga preciosa, el Telescopio Espacial Hubble. El siguiente día los astronautas lo sacaron al espacio para que comenzara la misión de investigación cósmica que ahora cumple 30 años.
La idea de colocar un telescopio fuera de la superficie terrestre se había considerado ya desde hacía tiempo. En 1940 el astrónomo Robert S.Richardson, que trabajó en los observatorios de Monte Wilson y Monte Palomar, en la costa oeste de Estados Unidos y que también contribuyó a la ciencia-ficción, especuló con la posibilidad de situar un telescopio con un espejo de 7,6 metros en la superficie de la Luna. No es sorprendente que publicase la idea en la revista Astounding Science Fiction puesto que entonces no existían cohetes que pudieran llevar tal telescopio a la Luna, o ponerlo en órbita alrededor de la Tierra. La situación comenzó a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual los alemanes, guiados por Wernher von Braun, desarrollaron los poderosos cohetes V-2, algunos de los cuales terminaron en poder de Estados Unidos, al igual que sucedió con Von Braun, que fue trasladado a este país donde pronto se convirtió en uno de los líderes de los proyectos espaciales de la NASA.
En la década de 1960, la posibilidad de instalar un telescopio en el espacio comenzó a tomarse en serio por algunos miembros de la comunidad de astrónomos. El líder del pequeño grupo estadounidense que se estableció para conseguir que se construyese y lanzase un Large Space Telescope (“Gran Telescopio Espacial), como entonces se denominó, fue Lyman Spitzer, desde 1947 director del Departamento de Astronomía de la Universidad de Princeton así como del Observatorio de la Universidad. En 1946 Spitzer había preparado un informe clasificado en el que proponía un telescopio espacial, destacando que sus ventajas eran claras: las imágenes que tomase no sufrirían la absorción de la atmósfera, ni tampoco se producirían centelleos debido a las variaciones atmosféricas.
Las imágenes y datos del Hubble han sido esenciales para el desarrollo de la astrofísica y la cosmología. Ha investigado el sistema solas y los expolanetas
Sin embargo, no fue fácil que se aprobase el proyecto, ya que era muy costoso. No fue hasta 1974 cuando el proyecto se presentó a la NASA, la Casa Blanca y el Congreso. Y tuvieron que transcurrir tres años hasta que se aprobó. La construcción del “Telescopio Espacial Hubble” (como se denominó finalmente, en homenaje a Edwin Hubble, el astrónomo que descubrió en 1930 que el Universo se está expandiendo) se inició en 1977 y fue larga. Consiste en un telescopio de 2,4 metros de diámetro equipado con instrumentos para recibir señales en el espectro visible, ultravioleta e infrarrojo. Si se consulta la página web que la NASA tiene dedicada al Hubble se encuentran imágenes espectaculares, toda una sinfonía de colores que esconden millones de datos que astrofísicos de todo el mundo llevan años analizando.
A lo largo de los treinta años que lleva funcionando, el Hubble ha sufrido diversas reparaciones y mejoras, la primera y más importante, sustituir un espejo defectuoso que producía imágenes distorsionadas por la aberración. Las imágenes y datos que ha suministrado han sido esenciales para el desarrollo de la astrofísica y cosmología. Ha permitido investigar nuestro Sistema Solar, y también los planetas (“exoplanetas”) que orbitan alrededor de otros soles, sus atmósferas, por ejemplo. Analizar cómo se forman las estrellas, cómo viven y mueren. Gracias a él ahora se conocen todo tipo de detalles de las formas, estructuras e historias de muchas galaxias, habiéndose encontrado enlos centros de algunas de ellas agujeros negros supermasivos. También ha aportado pruebas de la existencia de la misteriosa “materia oscura”, algo que consiguió tomando fotografías de cúmulos de galaxias situados a miles de millones de años-luz de distancia. En algunos de esos cúmulos, bordeando sus límites, detectó arcos que en realidad son imágenes de galaxias mucho más alejadas de nosotros que las que constituyen el propio cúmulo, pero que se pueden observar mediante el efecto de “lente gravitacional” (el cúmulo desempeña el papel de la lente que distorsiona la luz procedente de tales galaxias).
Además de proporcionar nuevas evidencias en favor de la relatividad general, que predice la existencia de esos efectos, la magnitud de la desviación y distorsión que los instrumentos del Hubble detectaron en esos arcos resultó ser mucho mayor de lo que se esperaría si no hubiese nada más en el cúmulo que las galaxias que se ven en él. La conclusión era obligada: esos cúmulos contienen entre cinco y diez veces más materia (“materia oscura”) de la que se ve.
En las últimas semanas se ha hecho público otro descubrimiento realizado por el Hubble: el flujo energético más grande jamás observado en el Universo. Procede de cuásares, objetos extremadamente lejanos que contienen agujeros negros supermasivos que se nutren de la materia que los rodea y que, al caer esta en ese pozo negro cósmico, producen un brillo que sobresale de los contenidos de las galaxias que los acogen. Los “vientos” que producen esos flujos energéticos alcanzan velocidades cercanas a la velocidad de la luz, el tope que impone la teoría dela relatividad especial. Son como inimaginables tsunamis que alejan del agujero negro la materia que encuentran, distorsionando de esta forma las propias galaxias.
Cuando se puso en órbita nadie imaginaba que el Hubble viviría y daría tanto. Continúa haciéndolo, enriquecido desde hace varios años con la colaboración de la Agencia Espacial Europea. En el futuro se aliará con otros observatorios que la NASA está preparando: el Telescopio de Sondeo Infrarrojo de Campo Amplio (WFIRST según sus siglas en inglés), cuyo desarrollo se aprobó en febrero de 2016, y el Telescopio Espacial James Webb, este producto de la colaboración de la NASA con las Agencias Espaciales Europea y Canadiense, que, entre otras novedades, transportará un telescopio de 6,5 metros de diámetro.
El futuro espacial está abierto. ¿Qué nos deparará?