Lo que “vemos” es resultado de complejos procesos que tienen lugar en el cerebro, en estímulos e interacciones entre algunas neuronas. Saber cuántas y cuáles es otra cosa, otro problema, lo mismo que sucede con una cuestión añeja de la filosofía –estrictamente de la epistemología, o teoría del conocimiento– como es la pregunta de si la estructura del cerebro impone algunas condiciones a nuestras percepciones. Immanuel Kant (1724-1804), una de las cumbres de la filosofía, sostuvo que sí, que el cerebro impone condiciones, que nuestras percepciones deben ser consistentes, o “amoldadas”, con la geometría euclidiana y la mecánica newtoniana. Son sus famosos a priori del conocimiento, “facultades” o “características” del conocimiento que son independientes de la experiencia, que se hallan inscritas en nuestro sistema cognitivo. Al demostrar que la naturaleza no obedece ni a la mecánica de Newton ni a la geometría euclidiana Albert Einstein socavó las tesis de Kant, pero no necesariamente la idea que le guiaba, de manera que aún se puede hablar de “neokatianismo”: Euclides y Newton se ven sustituidos por Riemann (paradigma de la matemática de los espacios curvos) y Einstein (relatividad especial y relatividad general).
Antigua es, asimismo, otra escuela, la del solipsismo, que argumenta que la “realidad” no se puede conocer, que es un misterio, que lo que creemos conocer no son sino estados mentales del individuo. La crítica inmediata a esta radical escuela de pensamiento epistemológico es que, si es así, cómo es posible que nos entendamos, que compartamos experiencias comunes, y, más aún, que los científicos construyan modelos (teorías) sobre esa realidad, si esta es en última instancia incognoscible.
Si hay algo común en todas estas ideas, algo que subyace en ellas, es el cerebro, de manera que hay que preguntarse qué dice la neurociencia actual al respecto. Son muchas las cuestiones abiertas que existen en esta disciplina, cuestiones que se encuentran entre las más complejas de la ciencia, del tipo de ¿cuántas neuronas se necesitan para “crear” un recuerdo, un pensamiento, una sensación o un movimiento?, ¿cómo es que el cerebro tiene conciencia de sí mismo?, o ¿es la mente lo mismo que el cerebro, aunque ciertamente sin éste no existe aquélla?
No es difícil imaginar un futuro en el que el cerebro pueda ser objeto de manipulaciones, y no siempre positivas
Hasta hace poco tiempo las técnicas existentes no permitían estimular neuronas específicamente seleccionadas, pero el desarrollo de la optogenética, una tecnología que permite estimular neuronas concretas con luz, está permitiendo superar esta dificultad. Así, un artículo publicado en la revista Cell el 11 de julio de 2019 informaba de una serie de experimentos realizados con ratones, a los que se les había estimulado con rayos láser dos neuronas de su corteza visual, que se había comprobado anteriormente que reaccionaban al ver un cierto esquema geométrico. El artículo estaba firmado por Luis Carrillo-Reid, Shuting Han, Weijian Yang, Alejandro Akrouh y el líder del grupo, Rafael Yuste, un español educado en la Universidad Autónoma de Madrid, catedrático desde hace años en la Universidad de Columbia, en Nueva York, que es el principal impulsor del Proyecto BRAIN –siglas que en castellano corresponden a Investigación del Cerebro a través de Neurotecnologías Innovadoras–, presentado en abril de 2013 por el entonces presidente Obama. El resultado de estimular esas neuronas hizo que los ratones reaccionasen como si estuviesen viendo el mencionado esquema. Si el ratón en cuestión hubiese podido ser consciente de lo que había sucedido, concluiría que la realidad, lo que considera como tal, no es siempre lo que parece. De hecho, cualquiera de nosotros tiene experiencia en ese sentido, pues ¿qué son los sueños sino realidades imaginadas que no vivimos realmente, aunque mientras soñamos nos parece que son tan reales como las que experimentamos en vigilia? Aquí me imagino cuánto habría disfrutado Sigmund Freud si hubiese podido conocer las posibilidades que está abriendo la neurociencia. No habría tenido que recurrir a su extraordinaria imaginación, científica –pues abrió nuevas ventanas a este tipo de indagación– pero también literaria, para diseñar sistemas teóricos con pretensiones explicativas. Y llegados a este punto: ¿cuánto de las ideas de Freud, de su versión o de otras del psicoanálisis, sobrevivirá ante los avances de la neurociencia?
En el experimento mencionado, cuyos resultados han sido confirmados por otro grupo, fueron dos las neuronas identificadas y estimuladas, pero ¿qué sucederá cuando sea posible manipular conjuntos más numerosos? No sabemos cuántas neuronas están involucradas en crear un pensamiento, una experiencia sensorial o una emoción. El pasado mes de septiembre, en el transcurso de una entrevista, Yuste declaró que, en su opinión, dentro de cinco años será posible “leer” al mismo tiempo la actividad de 50.000 neuronas, que en diez años se podrá hacer lo mismo con cerca de un millón y en quince regiones del cerebro que tienen que ver con males como la esquizofrenia. Inmersos en semejante cadena de posibles avances no es difícil imaginar un futuro en el que el cerebro, esa “sala de control personal”, pueda ser objeto de manipulaciones, y no siempre positivas. Por ejemplo, ¿será posible modificar el llamado –ignoro si apropiadamente (es otro de los sempiternos problemas de la filosofía)– libre albedrío? ¿Qué querrán decir conceptos como “privacidad mental” o “derecho a la identidad”? En un futuro no lejano, será imperativo introducir normas legales para controlar ese mundo, ya más posible que imaginado, a semejanza de lo que ya está haciendo Chile, con una iniciativa altamente novedosa, en la que también está participando Rafael Yuste junto al senador Guido Girardi: modificar la constitución de ese país para proteger los neuroderechos.
Sería, tal vez, apropiado decir, como el Segismundo de Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”.